El hijo al electricista: “No quiero saber qué carallo escondes”
La defensa rescata las escuchas, que pidió anular, para salvar a la familia
Después de conseguir, al comienzo del juicio, que la Audiencia anulase las escuchas policiales dentro de la casa del electricista, en la penúltima sesión la letrada de los acusados pidió rescatarlas del agujero negro al que van a parar los archivos con la supuesta intención de salvar a la esposa y el hijo del presunto ladrón del Códice. La carambola final expone todavía más al principal acusado, Manuel Fernández Castiñeiras, pero podría facilitarles la absolución a Remedios Nieto y Jesús Fernández, para los que el fiscal pidió un año y medio de prisión y 300.000 euros de multa por un delito de blanqueo. La abogada Carmen Ventoso no quiso ayer que se escuchase todo lo registrado aquellos días, sino solo una bronca familiar que tiene lugar el 10 de junio de 2012 en el piso del extrabajador de la catedral en Milladoiro (Ames), poco después de instalados los micrófonos ocultos y 25 días antes de las detenciones.
La riña comienza cuando Castiñeiras —que ya se siente perseguido por los investigadores— descubre o imagina que alguien ha estado fisgoneando en el rincón que llama su “despacho”, un espacio separado por un cortinón donde atesora millares de papeles y cientos de miles de euros supuestamente robados de la catedral. “En mis cosas no anda nadie”, advierte el patriarca en gallego, la lengua materna que todos respetan de puertas adentro. Amenaza y culpabiliza a su familia, la apremia para que confiese, pero esta niega haber tocado nada. Jesús, el hijo, llega a “jurar” por lo que considera más sagrado: “Te lo juro por mi vida y por la vida de los abuelos, y sabes que esto no lo hago siempre”. Y le advierte: “Si no te fías de mí marcho”. Si tanto le preocupa custodiar sus “trastos”, le propone que ponga una llave nueva y que lo denuncie a la Guardia Civil si vuelve a ver algo “cambiado”. “Que me investiguen”, le reta el chico.
Después de unos ocho minutos de gresca confusa, de los que ayer solo se escucharon (y con dificultad) fragmentos, el vástago, ante el llanto desconsolado de la madre (a la que está más unido), acaba estallando: “Estoy harto de estas historias. Llevo toda la vida pasando miedo, desde que era un crío, desde que tengo memoria. No me muevas esto, no me toques lo otro... Cansa, papá; cansa. No sé lo que carallo escondes y no lo quiero saber. Lo que escondas me importa tres carallos”.
Un auto del juez instructor, José Antonio Vázquez Taín, de finales de mayo de 2012 facilitó a la policía nacional el acceso a la vivienda de Castiñeiras para la instalación de micros. Los agentes vigilaron en la calle y el 9 de junio, cuando estuvieron seguros de que todos estaban ausentes, entraron en el piso e instalaron los aparatos para la escucha domiciliaria. Tenían orden expresa del magistrado de no tocar o cambiar nada de lugar y de no colocar micros en las estancias que se dedican exclusivamente a “actos privados”. Hasta ayer se había dicho que el interés de las conversaciones registradas era nulo porque el electricista vivía encerrado en sí mismo y apenas hablaba con los suyos. Pero bastó un día de escuchas para grabar a la familia enfrentada por algo que semeja estrechamente ligado a la causa.
“Llevo toda la vida pasando miedo”, le reprocha el vástago a su padre
Cuando el hijo le dice al padre “no quiero saber” lo que escondes, la madre interviene para quitarle importancia a la obsesión coleccionista de su marido: “No es nada”, “son papeles”. Hacía ya casi un año que faltaba el Códice Calixtino del Archivo de la catedral de Santiago, la policía ya había interrogado al electricista, sospechoso —entre otros— desde los primeros días, e incluso los agentes que se movían aquellos meses por la basílica le habían preguntado en broma: “Manolo, ¿no habrás sido tú?”, “¿habrán quemado el Códice?”. Castiñeiras vivía en tensión. Y esta estruendosa discusión justo el día después de que entrasen los expertos en sonorización de la policía podría denotar que presintió la visita. Según los investigadores, el electricista, desconfiado por naturaleza, solía dejar marcas, papeles diminutos o palillos, colocados de tal manera que delatasen a cualquiera que osase entrar en sus escondrijos prohibidos. Su psicólogo dijo en el juicio que el “despacho” tras la cortina tupida y dorada era su “sancta sanctorum”. Y los agentes tenían orden de sonorizar toda la casa salvo el cuarto de baño y los dormitorios.
La conversación es exculpatoria para madre e hijo, que no parecen cómplices (al menos del robo del Códice), pero no para Castiñeiras. Todos ellos contrataron la misma abogada, y esta empleó tres semanas de juicio en defender casi en exclusiva la inocencia del principal acusado. El primer día, el electricista lo había negado todo: el secuestro del manuscrito medieval y el robo de más de dos millones de euros del clero. Pero ayer, después de la larga sesión de cine (unas cinco horas y 43 vídeos) en la que se vio con nitidez al acusado llevándose fajos de la caja fuerte, Ventoso echó el salvavidas que en principio desdeñaba para socorrer al resto de la familia. Hoy es el día de las conclusiones. Y en el naufragio, el capitán abandona de último el barco, si puede.
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