La destrucción, contada por Hemingway
El escritor y periodista estadounidense narró el enfrentamiento en la Casa de Campo entre franquistas y republicanos en 1937
“Las tres paredes sin techo de una iglesia, arruinada por la artillería, hace dos días, en lo alto de una colina, dos casas grandes en la ladera de la misma y otras tres más pequeñas a la izquierda de ella, fortificada por las tropas rebeldes, detienen el avance de las fuerzas gubernamentales. Hoy, tras 15 minutos de intenso fuego de artillería que convirtió los cinco edificios de referencia en una nube de humo y polvo de color blanco y anaranjado, la infantería se ha lanzado al ataque”. Ernest Hemingway describió en una crónica fechada el 11 de abril de 1937 la destrucción de la iglesia de la Torrecilla de Sabatini y otros edificios adyacentes. También desaparecieron el cementerio de los empleados, la Casa de Vacas y la Casa del Guarda y los edificios del Hipódromo de la Casa de Campo, como el del Tiro de Pichón y los auxiliares de los campos de polo.
Otras zonas, más alejadas del campo de batalla, se libraron de la destrucción. Se salvaron el palacete de los Vargas, la Faisanera, en la que se había creado un pequeño museo con las barcas que utilizaban los reyes en el lago para las fiestas, el conjunto de Rodajos con la ermita, que también era de Sabatini. Pero lo que sobrevivió a la guerra cayó en la posguerra, víctima del abandono o de la reutilización de los materiales.
Sobre todo se destruyeron infraestructuras en la Operación Garabitas, que se desarrolló del 9 al 14 de abril de 1937, un intento republicano de conquistar el cerro Garabitas y el del Águila para cortar las comunicaciones con la Ciudad Universitaria, en manos de los franquistas, y provocar su rendición. Fracasaron en el intento.
El paso de la Guerra Civil por la Casa de Campo arrasó gran parte de su legado arquitectónico, pero a la vez dejó huellas que los expertos piden que se protejan, dada su importancia histórica. “Hay lugares que se han preservado como si por ellos no hubiera pasado el tiempo, como si existiera un frente fosilizado”, describe De Vicente. Hace dos años se emprendieron labores de limpieza que sacaron a la luz cuatro fortines situados en el entorno del antiguo cementerio de los empleados. Descubrir las trincheras, hoy casi integradas en el medio, queda solo para los ojos más expertos.
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