Monumentos polémicos
Generales que bombardearon Barcelona como Prim y Espartero tienen presencia en la ciudad, como Blas de Lezo en Madrid, que el ayuntamiento catalán pide retirar
El revival barroco que nos asalta en los últimos meses comienza a tomar aires de esperpento. La noticia ha saltado a los medios provocando una extraña sensación en el lector, mezcla de estupor y sorpresa. Como ha comunicado el equipo municipal dirigido por el alcalde Xavier Trias, la alcaldía de Barcelona ha pedido a su homónima de Madrid la retirada de la estatua dedicada a Blas de Lezo recientemente instalada en la plaza de Colón, e inaugurada por el rey Juan Carlos I y por la alcaldesa popular Ana Botella, a punto por fin de despedirse de la política. El motivo, considerar inoportuna la erección de un monumento a uno de los oficiales que comandaron el sitio borbónico de 1714, justo en el mismo año en que se conmemora el tercer centenario de aquel sangriento episodio.
Dejando al margen la dudosa coincidencia de ambas celebraciones (la alcaldesa Botella dijo explícitamente en su discurso que la estatua de Lezo era una victoria “sobre quienes pretenden dar por caducada una gran nación como España”), la iniciativa se enmarca en el conflicto que enfrenta a los nacionalismos español y catalán. La estatua dedicada al almirante héroe en la defensa de Cartagena de Indias solo es uno más de esos detalles casposos a los que nos tiene ya acostumbrados el PP madrileño, el mismo que el año 2012 le puso una placa al general Prim en una pared del Banco de España, entre figurantes disfrazados de voluntarios catalanes con barretina, y discursos defendiendo la unidad de la patria. Claro que ese mismo año, Convergencia i Unió cambió de tapadillo la placa del pasaje de la Canadiense con el texto que recordaba la famosa huelga de 1919, por otra placa en la que se recordaba al empresario norteamericano Fred Stark Pearson como fundador de aquella compañía eléctrica.
Ciertamente, estatuas, placas y monumentos son una de las formas por las que se cuela la ideología del poder. Estos días, a costa de Lezo muchos se han acordado de diversas dedicatorias presentes en las calles de Barcelona, que quizás también sería oportuno que fuesen modificadas o directamente retiradas. El caso más conocido es el monumento a Antonio López y López, marqués de Comillas, a quien siempre se ha relacionado con el tráfico de esclavos. La estatua está situada en una plaza también dedicada a aquel tiburón de las finanzas, y aunque los anarquistas la derribaron y fundieron para hacer balas en 1936, el franquismo la volvió a restaurar gracias al arte del ínclito Frederic Marés. En 2010 los sindicatos UGT y CCOO intentaron infructuosamente que fuese retirada. Como premio de consolación consiguieron que la avenida del Marqués de Comillas fuese rebautizada con el nombre del pedagogo y víctima inocente de la Semana Trágica, Francesc Ferrer i Guàrdia (la alegría dura poco en casa del pobre, el año pasado a punto estuvo de compartir avenida con el franquista Juan Antonio Samaranch). Otro caso es el de Juan de Coloma, secretario del rey Juan II de Aragón, que fue el introductor de la Inquisición en Cataluña y uno de esos personajes turbios de nuestra historia, con una calle dedicada (Secretario Coloma) en Gràcia. Los vecinos llevan tiempo recogiendo firmas para que se modifique la dedicatoria del nomenclátor, sin ningún resultado.
Estatuas y placas son una de las formas por las que se cuela la ideología del poder
En casos conflictivos, una de las soluciones históricas ha sido enmascarar la dedicatoria para que quede diluida. Un ejemplo clásico de esta estrategia sería la calle Ferran, en realidad conmemorativa del tiránico rey Fernando VII, capaz de despertar tal inquina popular que al final se decidió borrar discretamente el numeral y dejar la vía como si recordase a un desconocido Fernando sin apellido. Más recientemente, hemos vivido un caso similar cuando el pasaje y la calle dedicada al general Baldomero Espartero (conocido como el Duque de la Victoria), fueron rebautizadas como pasaje de Francesc Pujols y calle del Duque. Llamar a Espartero por su título nobiliario no oculta que se trata del mismo espadón que defendía la necesidad de bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años, a fin que la nación viviese pacíficamente, libre de los insurrectos catalanes. Espartero bombardeó nuestra ciudad durante trece horas seguidas, en diciembre de 1842, y se ha tardado un siglo y medio en disimular su presencia en el nomenclátor. Como Blas de Lezo, él también cedió a la tentación de abrir fuego sobre las casas civiles. En la misma línea figura el general Joan Prim, bajo cuya autoridad los cañones del castillo de Montjuïc y de la Ciutadella estuvieron lanzando proyectiles contra Barcelona durante tres meses seguidos, entre principios de septiembre y el 20 de noviembre de 1843. Felizmente (¡cómo son las cosas!), al héroe de Reus, adalid del expansionismo español en el norte de África y una de las figuras más importantes del reformismo decimonónico, se le ha perdonado su ferocidad y ostenta monumento a caballo en el parque de la Ciutadella, una estatua que también fue destruida y retirada por los anarquistas de 1936, y nuevamente recolocada en su sitio por el franquismo y Frederic Marés.
Lezo fue uno de los oficiales que comandó el sitio borbónico de 1714
Ignoro si Blas de Lezo merece un monumento (seguramente no), pero antes de protestar por la escultura madrileña quizás estaría bien fijarse antes en dedicatorias autóctonas como las de López y López, Coloma o Espartero (y por supuesto Prim), autores como mínimo de tantas atrocidades como las cometidas por el almirante vasco. Aunque, mucho me temo que despojar de ideología nuestras vías públicas va a resultar algo prácticamente imposible.
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