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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un partido para el presidente

Radicalismo democrático, sí, pero sin exagerar; al pueblo hay que consultarle, pero no hace falta decirle la verdad

Lluís Bassets

No estamos en guerra, pero como en la guerra la verdad es la primera víctima de nuestra contienda política. Mentir y ocultar, siempre que sea por los más altos intereses patrióticos, está bien visto y recibe el aplauso de la concurrencia. Lo hacen nuestros dirigentes abiertamente, con la explicación de que no quieren dar pistas al enemigo. No estamos en guerra pero lo parece, y en la guerra como en la guerra: todo vale, incluso sacrificar la obligación de transparencia hacia los ciudadanos en favor de la esperanza, aunque sea muy tenue, en una segura e inevitable victoria.

La verdad es sencilla y conocida por todos, pero ahora está embargada. No habrá consulta el 9 de noviembre. Lo saben los convocantes, lo saben los que se sienten convocados y lo saben los que no se sienten convocados en absoluto. Lo sabe el presidente y su gobierno y lo saben los partidos del pacto por el derecho a decidir; pero nadie se atreve a decirlo, porque al primero que hable le caerá encima todo el peso de la descalificación patriótica. El embargo es del Gobierno, claro está, pero lo es también de los partidos de la consulta. El primero que hable se sale de la foto.

El periodismo presidencial, en posición de saludo y a las órdenes del primer magistrado catalán desde que empezó el proceso, se ha convertido en el primer guardián del embargo. También la entera clase política soberanista tiene buen cuidado de guardar el pacto de silencio ante las legítimas presiones del periodismo más suelto y asilvestrado, que no quiere atender a la disciplina de Palau. Radicalismo democrático, sí, pero sin exageraciones.

Al pueblo hay que consultarle, claro está, pero no siempre hay que contarle la verdad. Si no hay consulta el 9-N y nadie quiere contarlo todavía, significa que algo se está tramando a sus espaldas. Solo pueden ser dos cosas: una, cómo vender la mercancía averiada de la consulta del 9N que no se celebrará; y otra, cómo organizar las elecciones anticipadas, sea cual sea la denominación con que se planteen.

No son tareas fáciles, puesto que alguien puede perder la cara en las explicaciones. La ocultación de la verdad puede que tenga menos de astucia maquiavélica que de pánico escénico que conduce a diferir el momento en que habrá que enfrentarse a la dura y desnuda verdad, cuando veamos en qué han quedado tantas fotos históricas y tantas proclamas que hacían obligada, segura y decisiva la cita del 9-N.

De entrada y a grandes rasgos hay un partido que no ha hecho más que ganar y reforzar sus posiciones, Esquerra, y otro que se ha ido deshilanchando, que es Convergència. La paradoja de la partida que se está jugando debajo de la mesa, con expresa ocultación ante los votantes y los ciudadanos, es que el presidente de los sucesivos fracasos quiere convertirse en el líder del partido de todos los éxitos gracias a la fórmula del partido presidencial en el que se unan CDC y Esquerra, pero también todo lo que ambos puedan pillar dentro y fuera de las otras fuerzas soberanistas.

Artur Mas fracasó en las elecciones de noviembre de 2012, como ha fracasado ya con su apuesta sí o sí por el 9-N, y solo le falta culminar su historial de fracasos liquidando a la federación con Unió e incluso diluyendo Convergència dentro de una candidatura con Esquerra. Tras entregarse al programa y calendario republicanos se entrega él mismo como presidente y prenda de su compromiso con el proceso, acompañado de las obligadas odas y epinicios que le exaltan como un dirigente excepcional, capaz de hacer historia sin bajar del autobús como hacía el Barça según su entrenador Helenio Herrera.

Exactamente lo contrario de lo que ha hecho Esquerra, que obtuvo unos resultados espléndidos en las elecciones de 2012; consiguió que CiU se adhiriera a su programa; no tuvo necesidad alguna de asociarse con un presidente marcado por los recortes de su primera y bien corta presidencia y lastrado en la segunda por la figura de su padre político, Jordi Pujol; y ahora se encuentra preparada para recoger en las elecciones sucesivas los frutos de su paciente trabajo y reconocida ventaja estratégica, de modo que a poco que le vayan bien las cosas puede hacer tres en raya en las elecciones sucesivas, sea cual sea el orden en que se celebren, catalanas, municipales y generales.

La discreción de Esquerra sí es maquiavélica, seguro. La explicación para el bloqueo informativo, en cambio, es bien simple y la ha dado el presidente en persona, recibiendo como refuerzo el eco de decenas de artículos, comentarios y tertulias: el único responsable de todo lo que está pasando es el Estado hostil. Cuando las cosas llegan a este punto no hay más remedio que entonar el grito de unidad, unidad, unidad. No es la hora de los críticos y de los distantes, sino de la obediencia. Todos a formar. Quien no lo haga ya sabe qué le espera. El nuevo partido está ya preparado. Y también su presidente, muy bien entrenado en las formas y variaciones de su liderazgo: primero y hasta 2012 el de Moisés, personal, carismático; después y hasta ahora, el compartido, humilde y a veces agónico; y a partir del 10N el obediente, no liderando sino liderado, a las órdenes del pueblo, único señor de esta nueva era.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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