“A Moscú, a Moscú”, con acento carioca
La directora brasileña Christiane Jatahy lleva a Temporada Alta su impactante versión doble (teatro y cine) de ‘Las tres hermanas' de Chéjov
¡Hay que ver cómo han cambiado las cosas en casa Prozorov –la de la familia de Las tres hermanas de Chéjov-! Irina intercambia mensajes de móvil con un capitán Soleoni que ha pasado de Lermontov al sadomasoquismo, a Masha la filma completamente desnuda su amante el coronel Vershinin y Olga se pasea entre el público ofreciendo bebidas a los espectadores. Las tres bailan, cantan –entre otras cosas The locomotion y Tous les garçons et les filles-, se quitan la ropa y se zambullen por turnos en un gran acuario de cristal transparente donde flotan como modernas ofelias. Eso no es todo: Irina se cuelga una guitarra eléctrica e interpreta varios temas de System of a Down, acompañada por su hermano Andrei a la batería y luego danza como una posesa al son estridente de la música de la banda de metal. Esta contundente versión contemporánea y brasileña (aquí ya no estamos en la Rusia profunda prerrevolucionaria sino en el Río de Janeiro de hoy) de Las tres hermanas se ofrece además en dos formatos, obra de teatro y película (filmada durante la representación y exhibida simultáneamente en otro espacio).
Y sin embargo, ¡qué gran adaptación y qué fiel al espíritu de la obra original!, ¡qué grandísimas actrices y qué sugerente, impactante y conmovedor montaje! La directora Christiane Jatahy (Río de Janeiro, 1968), que ya sorprendió muy gratamente con su original puesta en escena de La señorita Julia, de Strindberg, protagonizada por la misma Julia Bernat que hace aquí de Irina, tan emotivamente –su sonrisa, su inocencia, son media función-, ha vuelto a dar en el clavo ahora enfrentándose al gran texto de Chéjov. E si elas fossem para Moscou? (¿Y si ellas se marchasen a Moscú?) es el título del espectáculo de Jatahy, que se ha representado este septiembre en el teatro del Centquatre, el gran centro cultural –una antigua fábrica de ataúdes (!)- en el barrio de La Villette de París y que este fin de semana (sábado y domingo) llega al festival Temporada Alta en Salt (el montaje teatral en El Canal y la película en el Auditorio de la Coma-Cros).
Pese a su envoltorio la adaptación es muy canónica: solo falta el samovar
En la versión de Jatahy, aplaudidísima en París, donde se representó en una sala con un aire al viejo Lliure, las tres hermanas hablan portugués y viven en un hogar de clase media en una ciudad brasileña. La lejanía de Rusia no impide que resuenen en la función las anhelantes palabras de Irina “¡A Moscú, a Moscú!”, eterna síntesis y metáfora del deseo de cambio. Pese a que tanto la puesta en escena como la sinopsis del espectáculo y su acento en la tecnología –con toda la complicación de las cámaras y el rodaje en directo- parecen apuntar lo contrario, la versión de Jatahy es completamente canónica. ¡Incluso respeta los cuatro actos y hace aparecer el cochecito del bebé de Andrei y Natasha! En realidad solo echas a faltar el samovar. Se lo digo a la directora, sorprendido, al acabar la función, en el Café Caché, el bar del teatro, y sonríe encantada. “Mi idea era respetar mucho a Chéjov, que se viera su obra. De alguna manera tratarla a la manera de tirachinas: tomar distancia para volver a ella. El 60 % o 70 % es Chéjov puro”.
La representación arranca con las hermanas rompiendo la cuarta pared: miran al público y nos invitan a la fiesta de 20 cumpleaños de Irina. Anuncian que van a hablar del deseo de cambio y de la dificultad de cambiar. Explican la muerte del padre, de infarto, en la calle. Masha (Stella Rabello), a la que en el montaje no se llama por el apelativo familiar (que casualmente suena a la palabra para lesbiana en Brasil, explica Jatahy) sino María, filma a la benjamina. Irina diserta sobre la necesidad de trabajar, se enfada porque no la toman en serio sus hermanas, porque se burlan cariñosamente creyendo que está enamorada. Se enfurruña como una niña. Anuncia su decisión de irse. ¿Adónde? “Pienso empezar por Moscú”. Desde el inicio la atmósfera es inequívocamente chejoviana. Esa levedad, ese indefinible mal de vivre. Esa alegría delicuescente que cae por su propio peso. La imposible culminación de la felicidad.
Las tres hermanas significan las tres fases de la vida y encarnan cada una a su manera, a su edad, una manera de ver chocar sus ilusiones, sus deseos y sueños con la realidad. Irina descubre con pesar las barreras de la vida. Masha bebe demasiado y su aventura con Vershinin –que vemos con pelos y señales (¡uno no se imagina a Stanislavski, que encarnaba al prolijo coronel en el estreno de la obra en 1901, en tamaño revolcón!)- deja un poso de amargura y fracaso. Olga (Isabel Teixeira)se siente ya fuera de juego, y en una gran escena vomita toda su frustración. “Si fuéramos verdaderamente felices”, resume Masha, “no nos daríamos cuenta del paso del tiempo”. Al final, desde una pantalla, las tres se preguntarán: “¿Qué hay que hacer para cambiar realmente?”.
Jatahy explica que el espectáculo y el filme gemelo –cuya edición hace ella en directo- son resultado de un largo proceso de investigación sobre los emigrantes y la utopía política del que buena parte ha ido desapareciendo o se ha destilado para que finalmente aflore Chéjov con toda su intensidad a fin de responder la pregunta de ¿por qué no cambiamos? Dado que estamos con Chéjov, le pregunto si cree que la felicidad existe. “Sí, bueno, en trocitos pequeños", responde degustando un postre. ¿Y la utopía? “No sé, hemos de creer que sí, intentar ser algo menos nihilistas. Estamos aquí y ahora, y esto puede ser felicidad, ¿no?”.
“La felicidad existe en trocitos pequeños”, afirma la directora
En el espectáculo, los personajes masculinos son interpretados –con mucho acierto- por los técnicos y creativos del montaje, lo que resalta aún más el protagonismo de las hermanas. La directora subraya que la película no es teatro filmado sino que completa de alguna manera la función teatral y a la vez es completado por ella. Jatahy, que es artista residente en Centquatre, recuerda su paso de joven por la Sala Beckett, cuando, becada, vivió en Barcelona y trabajó con Sanchis Sinisterra. Conoció entonces el teatro de Sergi Belbel y Teresa Cunillé y a la vuelta a Brasil montó Caricies. Tras Strindberg y Chéjo, la directora quiere completar una trilogía de clásicos. ¿Shakespeare? “Eso es. Macbeth”.
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