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Diccionario a toda máquina

La Real Academia Española ultima la encuadernación de la 23ª edición del ‘Diccionario de la Lengua’, que tendrá más de 93.000 artículos

Carles Geli
Trabajadores de la empresa encuadernadora colocando en un estuche los primeros ejemplares de la 23ª edición del Diccionario de la lengua española de la RAE.
Trabajadores de la empresa encuadernadora colocando en un estuche los primeros ejemplares de la 23ª edición del Diccionario de la lengua española de la RAE.MASSIMILIANO MINOCRI

“No se nota el olor de la cola porque se aplica inmediatamente la secadora y no da tiempo a desprender nada”, dice con un hilo de voz entre un ruido industrial el hombre de traje azul y camisa blanca impecables, lujoso emblema en la solapa, que contrasta con los trabajadores de camiseta. Algo sabe José Manuel Blecua (Zaragoza, 1939), director de la Real Academia Española, de imprentas porque, de profesor, estuvo vinculado al servicio de publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona. Se le ve feliz entre la maquinaria, al final ya del proceso de encuadernación de los primeros ejemplares de la 23ª edición del Diccionario de la lengua española (DRAE), quizá después del primero, el de 1780, el más significativo: llega en plena conmemoración del Tricentenario de la institución y quizá, quién sabe, igual sea su última edición en papel. 

Dos meses después de que el pasado agosto terminara un minucioso proceso de corrección de pruebas que empezó el 14 de marzo cuando el texto completo del diccionario (93.111 artículos, 8.680 más que su predecesor y el doble que los que cabían en 1780, con 140.000 enmiendas en 49.000 de esos artículos) llegó a la editorial Espasa Calpe, las tripas del diccionario daban vueltas ayer por complejas máquinas de Color Print Service (CPS-Egedsa), la inmensa empresa encuadernadora que da cuerpo físico al DRAE. Gran guiño para estos tiempos: el diccionario de la lengua española acaba cogiendo forma física en Polinyà, municipio catalán de la comarca del Vallès.

A pesar de ir desnudo, el cuerpo del nuevo diccionario, que costará 99 euros y que llega 13 años después  de la edición anterior, es inconfundible, por majestuoso, y se distingue entre los palés con los pliegos de competidores tan variopintos como el Anuario 2014 de Mingote, el segundo capítulo o entrega de la Costura paso a paso o un nuevo volumen de L’Illustration, enciclopedia en francés.

El director de la RAE, José Manuel Blecua, ante los primeros ejemplares de la 23ª edición del 'Diccionario de la lengua española'.
El director de la RAE, José Manuel Blecua, ante los primeros ejemplares de la 23ª edición del 'Diccionario de la lengua española'.M. MINOCRI

En apenas un mes saldrán de ahí unos 50.000 ejemplares para que puedan estar en librerías de España y América el día 16, apenas 24 horas antes de la presentación oficial con presencia de los Reyes. Se hace extraño que ese grueso volumen, ahora mismo informe y un punto arrugado, sea al final del proceso un pulcro y notable volumen de 2.376 páginas bellamente encuadernado de azul y blanco. El primer diccionario de Felipe VI… “El problema es que el papel es muy fino, de apenas 28 gramos…; los papeles están vivos y lo cogen todo: humedad, calor, polvo minúsculo…”, habla como de un ser latente Iñaki, uno de los trabajadores de la empresa. Si no lo es, lo parece: las primeras células que se forman son los 33 pliegos de 76 páginas, que reposan cada uno en atriles metálicos que, en parsimoniosa fila india, se deslizan para ser cosidos con hilo vegetal, el bueno. Al entrar en una especie de vitrina, la procesión parece parar: ¿Se ha roto el minitelar? “El problema no es el hilo sino que se rompa la aguja porque eso quiere decir que se ha roto todo el pliego”, cruza interiormente los dedos Iker.

Al visitante, en cambio, le preocupa otro milagro: que las páginas sean correlativas y no se mezclen. “Si falta un pliego o se ha cambiado el orden de alguno, la máquina se para”, afirma taxativo y muy seguro el operario de esa zona. Hay truco: unas células fotoeléctricas instaladas en la alzadora (donde se cogen los pliegos) y en la cosedora guardan grabado en su memoria el esquema del orden de las tripas: si lo que ven no coincide, pues falta algo.

Pasea Blecua entre la maquinaria sin descomponerse un ápice su porte académico, a pesar del calor que obliga a encender ventiladores a los que se arriman los sudorosos trabajadores. La temperatura sube en la nave por culpa de las pequeñas lámparas incandescentes que secan el lomo de la tripa tras su paso por el estrecho conducto que los impregnará con la primera cola. A pesar de ser volúmenes tan serios, saltando de cinta en cinta cual acróbata desembocan en una secadora que, serpenteando, alcanza unos 200 metros; la cola empleada es fría: “Es de la que no cruje y permite sostener bien abierto el libro, a diferencia de la cola caliente”, ilustra.

La nueva edición tiene  8.680 artículos más que su predecesor y el doble que los que cabían en 1780, en su primera aparición 

El golpe seco de la guillotina deja, por vez primera, los bordes perfectos del futuro volumen que, sin descanso, entra en los dominios de la Kolbus Compact 2000 SC Copilat; traducido: desde unas minúsculas ventanas se puede ver cómo se curva milagrosamente el lomo, se le añade una gasa que sustentará todos los pliegos y luego se la embellece con una tira marrón de papel; el contador de la pantalla de ordenador marca el ejemplar 5.122. Lentamente van destino de las manos de algunos de los seis empleados que los introducen en un estuche y luego en cajas: no caben más de cuatro; un gran palé sólo puede llevar 144 ejemplares. “Todo es inmenso con este libro: el volumen que ocupa, las expectativas…”, dice otro trabajador del final de la cadena.

Insiste Blecua en que no sabe si será la última edición en papel porque “la tecnología informática parece haber sido pensada para hacer diccionarios” y recuerda que la versión web del DRAE recibe “unos 500 millones de consultas al año”, enumera mientras desenfunda su móvil para demostrar que también él lo consulta desde ese aparato. E, incluso, tampoco descarta impulsar la edición en bolsillo: “Lo intentaremos porque fue muy bien y es una maravilla práctica”.

Tuit y Tuiter ya estarán con esta grafía en una edición del diccionario del que se han suprimido unos 1.350 artículos pero que cuenta con 195.439 acepciones (de ellas, 19.000 americanismos), extranjerismos en cursiva y que ha debido armonizar sus contenidos con las flamantes Nueva Gramática de la lengua española (2009) y la Ortografía… (2011). También ahí llega la política: contrariamente a lo que han dicho “lenguas viperinas", dice Blecua, la voz sobre Referéndum que se encontrará en el volumen no se ha tocado, “es la misma que se enmendó en 2008” y que incluye la acepción de consulta “con carácter decisorio o consultivo”.

Nada preocupado por el maltrato que recibe la lengua en las pequeñas pantallas digitales (“¿Uso de k por que? En los documentos medievales hay relativos de una q con acento; nunca se escribió tanto como ahora”), el director de la RAE desde diciembre de 2010 sabe que será su único Diccionario de la lengua: “No sabe el veranito que me he pasado con las correcciones; además, no creo que me re-presente al cargo”, dice quien disfruta usando el diccionario de papel: “Tengo todas las ediciones y aunque esté en el ordenador, voy a buscar la palabra al texto impreso… Pero con los jóvenes eso ya no pasará”, dice acariciando un volumen a punto de ser encajado. También habían de desaparecer los discos de vinilo...

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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