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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Estado de ansiedad

La expectativa para el nuevo curso es la de una fenomenal pelea para hacerse con los trozos del confundido electorado pujolista

Enric Company

En estos tiempos en que todo va o debe ir rápido-rápido, los largos meses de incertidumbre acerca de la celebración en Cataluña de un referendo sobre su permanencia en España, han terminado por crear un estado de ansiedad política en buena parte de la población. Mucha gente se pregunta si habrá o no consulta, pues no deja de recibir mensajes contradictorios según sea la televisión que enchufa, la radio que conecta o el diario que lee.

Siempre ha sido muy improbable que la tan citada consulta llegue a celebrarse. Y así sigue siendo. Pero esto no impide que haya ciudadanos que se interroguen a sí mismos acerca de qué votar o miren con recelo al vecino, al amigo o al pariente por lo que este vaya a preferir. ¿Quiero ser ciudadano de un Estado catalán? ¿Quiero dejar de ser español? ¿Dejaré de serlo porque así lo haya decidido una mayoría en un referéndum?

Hay quien se lo plantea en términos personalmente muy dramáticos, incluso diría que trágicos en un cierto sentido de la palabra. Algunos, porque lo conciben como el soñado día en que podrán acceder a la condición de ciudadano del Estado catalán. ¿Dejaré escapar la ocasión? Otros, en cambio, porque les aterroriza la eventualidad de perder la ciudadanía y la identidad española. ¿Me van a cambiar de país?

Estas no son las cuestiones técnicas de una eventual consulta: la pregunta, sus consecuencias jurídicas y políticas, los plazos, etcétera. Esto es otro aspecto del problema. En el universo de las subjetividades hay de todo, claro está. Pero ahora no es solo cuestión de escoger entre partidos o líderes. Muchas personas se interrogan también, a veces sorprendidas a sí mismas por no tener una respuesta clara y automática a los interrogantes que están sobre la mesa. Muchas se sienten dolidas con los dirigentes políticos que les plantean tan ardua disyuntiva, ¿por qué tengo yo que tomar una decisión de este tipo? ¿Quiero o no quiero tomarla? ¿Voy a abstenerme o votar en blanco en un asunto tan crucial?

Así hemos llegado a septiembre de 2014. Agitación, propaganda y ansiedad. Han comenzado las especulaciones, siempre interesadas y a beneficio de parte, acerca de si el día 11 habrá más o menos manifestantes que el año pasado. Sin solución de continuidad se especula sobre si habrá o no convocatoria de la consulta. Hay menos especulación acerca de si sería suspendida por el Gobierno de Rajoy, mediante recurso ante el Tribunal Constitucional, pero casi nadie duda de que la suspensión sería acatada por el Gobierno de Artur Mas pues todo el mundo es consciente de que no hacerlo supondría, casi seguro, echarse en manos de la Guardia Civil, o lo que hiciera falta. Es lo que viene diciendo Soraya Sáenz de Santamaría hace casi dos años cuando advierte sobre “la Constitución y las leyes”.

En el fondo, eso es lo que hay: una desigual relación de fuerzas para una batalla de este tipo. Continúa, cómo no, la digestión, tan penosa para algunos como feliz para otros, de la inmoralidad fiscal y el cinismo político del expresidente Jordi Pujol y las valoraciones sobre la cuantía del daño infringido a su partido. Es una valoración difícil, pues hay antecedentes de todo tipo. Acaba de ingresar en prisión un ex presidente balear, Jaume Matas, por delitos no muy distintos a los atribuidos a la familia Pujol, sin que los escándalos que le han llevado a este trance hayan impedido que su partido, el PP, ganara las elecciones en su comunidad.

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Otro ejemplo. El día 25 de julio, cuando Pujol leyó su autoinculpación fiscal y política, se cumplía casi un año del 31 de julio en que Mariano Rajoy, un presidente sobre el que pesa la acusación de haber cobrado en negro, acudía al Congreso de los Diputados para explicar algo sobre la financiación irregular de su partido, el caso Gürtel, por el que también moran en prisión dirigentes del PP. Pero eso no impide que los sondeos mantengan al PP en primer lugar en intención de voto en España.

Alguien ha argumentado estos días que si los numerosos escándalos de los que son responsables destacados dirigentes del PP en Madrid, Valencia, Baleares, Murcia y otros lugares no han perjudicado al españolismo de derechas, ¿por qué va a perjudicar al catalanismo de derechas la confesión de Pujol? Lo peor que nos podría pasar a todos es que este cínico razonamiento fuera acertado.

En resumen, la agonía de un régimen puede durar décadas. La expectativa de este inicio de curso es que, salvo imprevistos, las próximas elecciones, sean las que sean, constituyan una fenomenal pelea para hacerse con los pedazos del confundido electorado pujolista. ¿Alguien ve en el escenario a alguna personalidad que destaque como para reconstruir a Convergència? ¿Hay ahí algún líder en ciernes para galvanizar la sociedad catalana y sacarla del cul-de-sac político en que está metida? ¿Hay por aquí alguien parecido, pongamos por caso, a un Pasqual Maragall?

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