Yo, usted, Pujol, nosotros y ellos
Durante décadas, callaron los partidos, callaron los medios, callaron el ejecutivo, el legislativo y el judicial
A pocos metros de casa, en unos bajos del casco viejo de Olot, está la antigua sede de la Banca Dorca, embrión de la Banca Catalana. Nada que ver ahí, un lugar tan anodino como la casa de Queralbs o esos dos ancianos que hoy protagonizan un serial veraniego y que un día fueron Pujol y Ferrusola. La antigua sede ya no es necesaria. Lo que hace relevante a un lugar, a un hecho o a una persona es su necesidad, y Pujol, su familia y su entorno han sido, antes que cualquier otra cosa, necesarios, incluso o sobre todo, para sus más feroces enemigos. Ya no.
Pujol hubiese superado diez casos Banca Catalana. Era necesario, durante dos décadas fue el más cómodo gobernante que España podía tener en Cataluña, tanto que los partidos no dudaban a sacrificar uno tras otro a sus candidatos, de Vidal-Quadras a Maragall. Con Pujol, el oasis estaba tan garantizado como el déficit fiscal y CiU mimetizaba legislatura tras legislatura los procedimientos de Madrid. En realidad, el hecho diferencial quedaba tan reducido que durante años parecía que se defendía la lengua a cambio de que ésta no pudiese expresar cultura alguna.
En realidad, el caso Pujol es accesorio por previsible: corrupción, evasión y blanqueo, el último de los servicios al Estado. Lo verdaderamente interesante es la viscosidad y opacidad de gran parte de lo que nos rodea. No existe hoy en España un solo poder que no haya recibido una enmienda a la totalidad y Pujol no podía ser una excepción. Todos los partidos que han gobernado de manera continuada se han financiado ilegalmente y en algunos casos han extendido esa financiación al lucro personal. Esos mismos partidos se han encargado de que la separación de poderes se haya convertido en una broma, del Constitucional al juez caracol del caso Palau. Y del quiosco al plató, los grupos mediáticos han fracasado a la hora de exponer los hechos, todos sabían cuántos coches tenía Pujol Ferrusola pero muchos de sus directivos estaban más interesados en imitar su estilo de vida que en hacerlo público.
¡Si solo fuese Pujol y si solo fuese dinero! La única moraleja que se extrae de su confesión es que va a seguir siendo útil para los de siempre y hasta el final. Durante décadas, callaron los partidos, callaron los medios, callaron el ejecutivo, el legislativo y el judicial. ¡Qué ironía! Todos tenían dentro su propio Pujol, más o menos personalizado, más o menos difuso y, ahora, el auténtico Pujol aparece enfocado, nítido, como una parte del Estado que siempre dijo ser, “la Generalitat es Estado”, solía repetir. No ha habido millones más rentables para el Estado que los que la familia Pujol tenía depositados en Andorra. Era preciso que los tuviese para que continuasen el teatro y las negociaciones de transferencias, el apoyo a González y después a Aznar, el retiro dorado y su reconocimiento, su sentido de Estado.
Lo demás, es anodino como la antigua sede de la Banca Dorca. Es tan pequeño como previsible: hijos del amo, querida malpagá, bolsas de basura con billetes sucios, comisiones y coches de lujo. Así de pequeñito y manido, la miseria de la abundancia y la abundancia miserable, nunca serán hombres pobres, pero nunca dejarán de ser pobres hombres.
¿Lo mejor? Lo mejor de todo es que, después de reflejarse en sus creyentes, llegó un momento en el que Pujol se reflejaba sobre sus más feroces críticos pero no sobre Cataluña. Otra de las grandes ironías de la España contemporánea, el Pujol antifranquista heredó y redefinió los vicios del franquismo con el mismo afán que los más conspicuos antipujolistas se han empapado de los del pujolismo, solo hay que leerlos estos días. Pujol fue necesario, sobre todo para sus críticos y supuestos enemigos hasta que se convirtió en el independentista que nunca fue. Una de las teorías más extendidas es que los partidos se envolvían en la estelada para tapar la corrupción. La estelada no da ni para un tanga, deja a todo el mundo con el culo al aire, perdonen la vulgaridad. Incluso o sobre todo, a quienes más la demonizan.
¿Lo regular? La mentira y su reverso, la creencia. El Estado —hay gente que cree en él— en vez de protegernos del fraude y del comisionismo, se protegió a si mismo a través de los intereses comunes de aquí y allí. Hay gente que no admitirá que el PSOE creó el GAL, que negará que las mochilas de Atocha las pusieron terroristas islamistas o que rechazará cualquier crítica a la moralidad de Pujol. Son creyentes, qué le vamos a hacer, pero al final al Estado le importan lo mismo, catalanes y españoles, creyentes todos, un comercial de Vilassar que un maestro de Dos Hermanas: poquísimo, lo justo para sí. En vez de denunciar el fraude, se sirve de él.
¿Lo peor? Que la duda sobre si aprenderemos algo es mucho más que razonable. Y la duda, eso sí, está democráticamente repartida, en Vilassar y en Dos Hermanas. Veremos qué heredamos nosotros porque en eso, como en tantas otras cosas, Pujol no deja de ser nuestro reflejo.
Prueba de ello es que aprendimos demasiado tarde que esto iba en serio.
Francesc Serés es escritor
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.