La guillotina no descansa en Peralada
Carlos Álvarez y Marcelo Álvarez triunfan en el estreno de la nueva producción de ‘Andrea Chénier’, una ópera dramática de amores, celos y sacrificios
André de Chénier existió en realidad, el poeta nació en Constantinopla en 1762 y, acusado de contra-revolucionario, murió en París, guillotinado, en 1794. Sus Bucólicas y Yámbicos se consideran hoy un precedente del romanticismo.
Italianizado, convertido en Andrea, la peripecia de Chénier alimenta uno de los mayores dramones del verismo operístico, una materialización más del eterno y resultón tema: el tenor se quiere beneficiar a la soprano pero el barítono no quiere.
Andrea Chénier, drama de amor y masacre, celos, lealtad y sacrificios supremos puesto en música por Umberto Giordano sobre libreto de Luigi Illica, requiere voces fuertes, grandes, que sean capaces de imponerse a una orquesta que casi siempre —y por mucho cuidado que el director ponga en ello— está sonando más fuerte de lo que debería. El verismo, una especie de “aquí te pillo, aquí te mato” elevado a la categoría de arte es así y hay que apechugar con ello.
Andrea Chénier tiene un papel dramáticamente y vocalmente precioso, el de Gérard, el barítono, un bueno que, por amor secreto no correspondido, se vuelve malo, muy malo y va a parar al lado oscuro de la fuerza pero, por la misma fuerza del amor, es devuelto finalmente a la bondad, aunque, eso sí, se queda sin la soprano que ha preferido ir a hacerse guillotinar al lado de su querido tenor. Triste destino el de los barítonos con amores secretos.
El festival estrena un nuevo montaje coproducido con la Abao-Olbe de Bilbao
Gérard fue defendido con uñas y dientes, tanto en lo musical como en lo escénico, por Carlos Álvarez, su Nemico dell patria fue sensacional y el fue el gran triunfador de la noche.
Otro Álvarez, Marcelo, se las vio con el papel duro vocalmente, plano dramáticamente, de Chénier, el poeta guillotinable. Marcelo Álvarez puso fuerza, arrojo, mas voz que matices y sacó adelante un Chénier consistente, importante. Cantar Chénier al aire libre, sin casi retorno de voz, es brutal, el tenor llegó al final exhausto, al límite, pero llegó.
Maddalena di Coigny, todo amor, aristócrata pizpireta que evoluciona a amante heroica, correspondió a Csilla Boross que cantaba en substitución de Eva-Maria Westbroek. Boross, debutante en Peralada y en España, reservó al principio, parecía que iba a quedar corta pero apretó en el célebre La mamma morta y aguantó bien la agotadora escena final. Muy bien todos los papeles secundarios con especial mención del Roucher de Valeriano Lanzas, el Populus de Alex Sanmartí, la Bersi de Mireia Pintó y el espía de Francisco Vas. Marco Armilliato puso más orden que matices en una Orquesta del Liceo que empezó bastante despistada. Bien el coro.
Con este Andrea Chénier Peralada estrenaba nuevo montaje coproducido con la ABAO-OLBE (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) dirigido escénicamente Alfonso Romero Mora. La producción, una de esos montajes a la antigua que no necesitan ni manual de instrucciones ni psiquiatra que las explique, fue satisfactoria en lo dramático, con bellos detalles. Escénicamente quedaba un poco “pasada de moda” teniendo en cuenta lo que se ve ahora por los escenarios. El principal problema era la inclinación del escenario: si cada vez que queremos representar un contexto social inestable y en crisis tenemos que inclinar el suelo del escenario, acabaremos con lumbalgia y quizá, con accidentes.
La patrizia prole (término que Chénier utiliza para referirse a la aristocracia) que llenaba el Auditori Castell de Peralada aplaudió con insistencia las desventuras del poeta que amó demasiado.
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