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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Empresarios rebeldes, ¡oh, cielos!

"Por favor no saquen pecho con la discriminación injusta del sistema de financiación porque hasta hace escasamente dos años nadie respiró y todos aplaudían el derroche"

“¡Oh, cielos, que horror!" es lo que exclamaba machaconamente Don Tristón, un personaje de dibujos animados que yo veía en familia hace medio siglo. También podía haber utilizado como título otro recuerdo de la infancia: “¡Sorpresa en El Molinón!” con el que el avezado locutor reclamaba nuestra atención en las inolvidables tardes del Carrusel Deportivo de los domingos. El caso es que ambas expresiones reflejan bastante bien mi primera sensación al leer que nuestros empresarios “estallan” contra la “discriminación” del Gobierno.

No dudo que en la historia empresarial (Ramir Reig me sacaría de dudas a buen seguro) existen casos bien estudiados sobre aquello del espíritu empresarial luterano y schumpeteriano y que cuando Max Weber definió su concepto sociológico de “tipo puro” probablemente tuviera alguno de estos casos in mente. Pero convendrán conmigo en dos asertos. El primero es que toda la historia de la épica empresarial pertenece a tiempos pretéritos porque, como sabemos y sufrimos, ni el capitalismo financiero al uso ni la inmensa mayoría de las grandes corporaciones darían para una reseña sobre el espíritu empresarial.

La mal llamada ingeniería financiera y las ubres (o concesiones) del Estado a las que se acogen (a fuer de liberales) muchas grandes empresas no parecen fundamentos weberianos. El segundo aserto es, a modo de corolario, el que al sur de los Pirineos los intrépidos empresarios son todavía más rara avis y que si a “intrépidos empresarios” añadimos la adjetivación de “valencianos”, la cosa se pone fea con permiso de Juan Roig.

Sin hablar todavía de “nuestros empresarios”, cuando Rajoy se reúne cada pocos meses con el Consejo de la Competitividad, los escalofríos campan a sus anchas. ¡Qué caras y qué cargos! Dios nos coja confesados en la ya inminente recuperación económica en la que todos volveremos a atar los perros con longanizas. El Roto (cuyas viñetas son muchas veces verdaderas tesis doctorales), incluía el mismo día en que leí la noticia (¡oh casualidad!) la queja de un honesto buitre reclamando: “No nos mezcléis con vuestros especuladores y usureros”. Pues eso.

Vayamos, ahora sí, al meollo de la rebelión. Hartos ya de estar hartos, como dice la canción, los representantes de nuestras múltiples, dispares y variopintas organizaciones empresariales se han puesto muy serios y se han hecho la foto amenazándonos con que van a crear un grupo de trabajo (¡horror!) para hacer propuestas y realizar el seguimiento de los presupuestos del Estado y la Generalitat. Total, pobrecitos, sólo quieren 10 proyectos y que éstos se hagan en 10 años porque para algo somos algo más del 10% de la población y algo menos del 10% del PIB (¡ay, maldita crisis!). El 10, qué gran tema para hablar, qué número, qué semántica, qué cábala. Lo divertido es que cuando uno lee los famosos 10 proyectos resulta que todos son infraestructuras viarias, ferroviarias, aeroportuarias, hidráulicas. Sólo faltan las eléctricas, los gaseo-oleoductos y la fibra óptica.

Recuerdo -qué mala es la vejez- que hace más de 20 años andábamos en la Facultad de Económicas con la historia del impacto de las infraestructuras en el PIB y que el IVIE ya había empezado sus interminables series sobre el capital en España. Teníamos que explicar a los alumnos aquello de la PTF o “productividad total de los factores” que venía a decir que además del trabajo, el capital y el progreso técnico en sentido estricto había otra variable, la dichosa PTF, que podía explicar la existencia de rendimientos crecientes en la economía. ¿Qué había dentro de la famosa PTF? Ese era el problema, al igual que a mí me explicaban que el desarrollo era algo más que el crecimiento pero no nos decían qué era ese algo más.

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Menos mal que llegó la “sostenibilidad” (por no hablar de la gobernanza) y todos nos lanzamos a un parloteo esotérico. Volviendo al contenido del la misteriosa PTF, aquello era una variable “cajón" (como las economías de aglomeración) y cada uno pasaba el tiempo como más le apeteciera intentando medir el “impacto” de alguno de sus muchos componentes: las infraestructuras -mira por donde-, la educación, el capital humano, la (añadiría yo) formación de los empresarios y sus dotes organizativas, etc...

La verdad es que aquello de la PTF además de divertido, tenía interés y sentido común, fuéramos o no capaces de medir los impactos. Al final, - y conviene leer a García Reche o a Pau Rausell- parece que todo suma pero que la cultura (que se nota cuando no hay) y el vicio de pensar son la bioquímica del crecimiento. Si los ilustres representantes de la foto (en algún caso sus antecesores) no hubieran estado tan ocupados buscando los plácemes del poder político y practicando la rosca babeante, a lo mejor se hubieran interesado en qué narices hacíamos en la Facultad de Economía -y en otras facultades- y porqué algunos de los que nos dedicábamos (y todavía nos dedicamos) a eso del territorio predicábamos en el desierto al grito de "el territori també compta". Aunque lo tenían difícil porque estábamos estigmatizados por “rojos” y la Generalitat gastaba ajos de la mejor calidad para ahuyentarnos. Tampoco es que a la “institución” universitaria le importara en demasía el olvido porque oficialmente se guardaban las formas y los conflictos larvados sólo salían de vez en cuando a la superficie. Además gozábamos de un Consejo Social absolutamente impermeable e inoperante y la vida seguía.

Bienvenidos sean no obstante nuestros prohombres a la rebelión, pobre Ortega, aunque sea tarde. Pero, por favor que no saquen pecho con la discriminación injusta del sistema de financiación porque el maldito sistema se aprobó en tiempos de Zaplana y hasta hace escasamente dos años nadie respiró y todos aplaudían el derroche a diestro y siniestro. Y de la triste historia del arco mediterráneo mejor no hablar. Un servidor fue a finales de los 70 a Prada y discutimos sobre "El Mediterráneo Noroccidental". ¿Les suena? Señor, qué cruz.

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