Política valenciana, género ínfimo
A la vista de los últimos acontecimientos se podría pensar que la política valenciana es una gran tragedia. O una tragicomedia
A la vista de los últimos acontecimientos se podría pensar que la política valenciana es una gran tragedia. Y sin The End de momento en el horizonte. Basta con imaginarse al exconseller Rafael Blasco- “hoy gran estreno de El hombre fulminado en la cartelera local”-protagonizando junto con su mujer Consuelo Ciscar una nueva versión de la tragedia de Shakespeare Macbeth que como todo el mundo sabe trata, entre otros asuntos, de la ambición desmedida. La versión autóctona podría ambientarse entre las oficinas de una inmobiliaria, una feria de arte en Shanghái y un salón de peluquería.
También podríamos situar la escena política valenciana pero en este caso, en los límites de la tragicomedia y aquí no hay que hacer mucho casting. El que fuera honorable presidente destinado a un brillante porvenir y hoy meteorito en caída libre Francisco Camps desde luego bordaría el papel: Tragicomedia de un presidente que vivía rodeado de inmundicia y pensaba que era el maná caído del cielo. Otro posible titular alternativo: La tragicomedia de un hombre ridículo que llegó a creerse elegido por la mano de Dios por lo bien que le sentaban los trajes a medida cuando se miraba en el espejo. La otra figura caída por Dios y por el PP en estos últimos días, Lola Johnson, junto con Paula Sánchez de León y Maria José Català hasta nos podrían sorprender la temporada próxima con una nueva versión de Les xiques de l’entresuelo esquina Jardín Botánico. Un sainete de Escalante con notas de thriller político.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, el llamado género ínfimo, es una pena que la escena política valenciana ya no cuente con dos comediantes que en el pasado le dieron grandes horas de gloria y esplendor. Exactamente consiguieron hacer de la vida pública un género híbrido a medio camino del sainete tradicional y el esperpento valleinclanesco con permiso del dramaturgo Paco Barchino y del escritor gallego. Me estoy refiriendo a Vicente González Lizondo y Eduardo Zaplana, la extraña pareja que durante unos años ofició como una versión avant lettre de Bertín Osborne y Arévalo en el Palacio de Benicarló.
Eduardo Zaplana antes de transformarse en el sucesor de Arturo Fernández, nos dejó varias obras sin estrenar, entre ellas, una revista musical, El emperador de Tierra Mítica, una comedia de su puño y letra, Soy un señor, soy un truhan -con canciones de Julio Iglesias- y en una línea de cabaret brechtiano, Maruja Limón. Espectáculo, este último, donde se cuenta su irresistible ascensión al poder y alcaldía de Benidorm de la mano de la tránsfuga Maruja Sánchez. El argumento se desarrolla durante la gala final del Festival de Benidorm.
Ahora que el diputado europeo, Esteban González Pons ha resucitado la naranja como objeto de la fatalidad valenciana que en su día levantara el presidente de Unión Valenciana como hoja de agravios, la política autonómica recupera aunque sea coyunturalmente sus notas más sainetescas. Y astracanadas. Por cierto que el diputado comunitario González Pons cada vez más tiene el aire de galán de telenovela venezolana con esas entradas canosas tan interesantes con que la madurez le está obsequiando. Solo le falta que un día de estos le aparezcan, por aquello de continuar en la ficción televisiva, una hija oculta fruto de un desliz sentimental, un hermano mellizo albino jefe de un cártel colombiano y un primer amor ahora metida en monja de clausura y en otro tiempo presentadora de un reality show en un canal de televisión de Miami.
Por lo que respecta a la primerísima fila de la política valenciana, tanto Ximo Puig, secretario del PSPV-PSOE como Alberto Fabra, el presidente mejor afeitado de la Generalitat Valenciana, no parece que ninguno de los dos vaya a sacarnos de este género ínfimo que aflige la vida política valenciana. De momento, tendremos que seguir confiando en la dramaturgia experimental del teatro independiente a cargo de Compromís y Esquerra Unida. Los monólogos del secretario Puig traten del retorno de Canal 9 o del déficit público valenciano, del fracking o de las extracciones de gas en la plataforma Castor, me producen la misma excitación que el rostro de la ministra Fátima Ibáñez en el telediario de las tres tarde. O el verbo parlamentario de Alberto Fabra inaugurando Iberflora. Al lado de ellos, el presidente de la Diputación Alfonso Rus, parece haberse graduado con matrícula de honor en el Actors Studio.
Alberto Fabra con ese porte y gracia que Dios le ha dado tiene de momento su puesto asegurado en lo mejor del género ínfimo ya sea como galán de opereta o zarzuela. Con uniforme del ejército austrohúngaro o cantando aquello de Soldado de Nápoles del Maestro Serrano de La Canción del olvido como si se tratara de una zarzuela televisiva. A un año de las elecciones autonómicas y municipales del 2015 el posible candidato Fabra -no sé si en la calle Génova han lanzado ya la campaña “Salvar al Soldado Fabra”- tiene una vida bastante justa por delante para demostrar que además de ser de carne y hueso, en la cabeza tiene algo más que el telepromter que le susurra la señora Cospedal desde la meseta. Aunque igual un día de estos, contra todos aquellos que lo señalan como una especie de Kent -el compañero de Barbie- de la política valenciana, va y nos sorprende en las Cortes Valencianas recitando ese bellísimo fragmento de El mercader Venecia: “Si nos pinchan, ¿acaso nos sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos? Si nos envenenan, ¿acaso no morimos?”. Pero me temo que solo lo haría en playback. Y doblado desde el más allá por el difunto Pepe Sancho.
De momento Shakespeare sigue sin aparecer en nuestro horizonte próximo y Rita Barberá duda entre Mariquilla terremoto (siempre a flote) de los Hermanos Álvarez Quintero o La Cotorra del Mercat del Maestro Magenti con todo el grupo municipal del PP dirigidos por José Luis Moreno.
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