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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tópicos de folletín

Contrariamente a lo que sostiene Pérez Andújar, el derecho a decidir y la consulta también conciernen a la clase obrera

El túnel del tiempo: tal vez los lectores más veteranos recuerden aquella serie televisiva de ciencia ficción procedente de Estados Unidos y emitida aquí hacia 1970. Pues ahí me sentí metido el otro día, en un artefacto que me transportaba hasta las categorías y concepciones sociales de El viudo Rius, o a aquellas asambleas de mi mocedad universitaria, cuatro décadas largas atrás, en el curso de las cuales algún ultraizquierdista soltaba que “el catalán es la lengua de la burguesía”. Tan extraña sensación me sobrevino el pasado lunes tras leer, en este mismo diario, el artículo de Javier Pérez Andújar, Ser español es de pobres.

Aderezado con gran lujo de ironías y metáforas ocurrentes, el texto aludido reprochaba durísimamente a Josep Maria Álvarez y a Joan Carles Gallego (líderes, respectivamente, de UGT y de CC OO de Cataluña) la traición de clase consistente en haber posado junto a la presidenta de Òmnium Cultural, Muriel Casals, en una imagen de apoyo al derecho a decidir. Bueno, tal vez lo que Pérez Andújar no perdona a los dos sindicatos es su alineamiento favorable a la consulta; pero, puesto que pretende o dice o finge situarse au dessus de esta melée, su requisitoria se ceñía a que ambas centrales “se lanzaron en brazos de Òmniun Cultural”, que representa a “la oligarquía”.

Vayamos por partes. En primer lugar, la historia del obrerismo catalán y de sus actitudes con respecto a la lengua autóctona, la identidad nacional y el autogobierno es bastante más rica y compleja de lo que parece creer Pérez Andújar. Sí, en el Paral·lel que evoca con nostalgia estaba el célebre bar La Tranquilidad, santuario en los años 30 del faísmo de pistola más murcianista. Pero, antes y después de eso, la cultura libertaria local había nutrido publicaciones como La Tramontana (1881-96) o Catalunya (1937-38), nada hostiles al hecho diferencial. En cuanto al marxismo, si echase un vistazo a uno de los últimos libros del añorado colega Josep Termes (La catalanitat obrera. La República Catalana, l'Estatut de 1932 i el Moviment Obrer, 2007) comprobaría cuán lejos estaban los ancestros ideológicos de CC OO y de UGT de defender la intangible unidad de España.

Ahora pasemos a la oligarquía. Una gran parte del artículo al que respondo está dedicada a glosar la inequívoca filiación empresarial y burguesa de los fundadores de Òmnium (el texto se refiere a tres, aunque fueron cinco), a subrayar su pertenencia a “las 200 familias decisivas”. Ciertamente, en las circunstancias de 1961 hubiera sido difícil impulsar aquella obra de mecenazgo y defensa de la lengua asfixiada desde otros horizontes sociales o económicos. Sin embargo, ¿el haber creado Òmnium convierte a esas cinco familias en peores, más oligárquicas que las otras 195, las que se limitaban a ganar dinero y rendir pleitesía a la dictadura? ¿En peores que las 200 familias de Madrid, de Sevilla o de Valencia? Siendo los Carulla, Cendrós, Millet, Vallvé y Riera tan oligarcas, ¡qué curioso que la autoridad del Caudillo clausurase gubernativamente Òmnium de 1963 a 1967! ¡A ver si todavía resultará que el franquismo era un régimen de pobres!

La pretendida “lectura de clase” que, del binomio soberanistas-unionistas, insinúa el escritor y articulista resulta, sencillamente, patética

Por otra parte, constituye una vileza sacar a colación en este asunto a Fèlix Millet i Tusell, el saqueador del Palau, como si su padre y primer presidente de Òmnium, Fèlix Millet i Maristany (muerto en 1967), fuese responsable de las fechorías cometidas por el hijo medio siglo después. Ni lo era, ni el Òmnium Cultural de hoy tiene mucho que ver con aquel cenáculo de notables y mecenas de los años 1960. Por más que el señor Pérez Andújar se resista a admitirlo, la entidad tiene hoy casi 40.000 socios cotizantes que representan el más ancho interclasismo, con predominio de las clases medias y los asalariados. Y aunque él no haya querido averiguarlo, la actual presidenta, Muriel Casals, es una economista y profesora universitaria nacida en el exilio y que ya militaba en el PSUC clandestino cuando Pérez Andújar todavía iba al parvulario. ¡Menuda oligarca!

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Por todas estas razones y por muchísimas más, la pretendida “lectura de clase” que, del binomio soberanistas-unionistas, insinúa el escritor y articulista resulta, sencillamente, patética. En estos tiempos de proliferación de plataformas contrarias a la consulta y al derecho a decidir, todavía no he visto ninguna que diga estar formada por obreros. Al contrario, nutren sus filas personas autodescritas como “empresarios” o “profesionales”, y ninguno de sus voceros mediáticos ha trabajado jamás en una cadena de montaje de Seat o de Nissan.

Así, pues, ¿ser español es de pobres? ¡Ya lo creo! Pobres como Juan Rosell Lastortras, como Joaquín Gay de Montellà y Ferrer-Vidal, como María de los Llanos de Luna Tobarra, como José Manuel Lara Bosch, como Borja García-Nieto Portabella, etcétera. A ver si esos sindicalistas lerdos se enteran de cuáles son sus partners y su modelo de país y, la próxima vez, posan junto a los personajes citados, en un salón del Ecuestre o ante la fachada de Fomento.

Joan B. Culla es historiador

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