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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nota en los manuales de literatura

El nacionalismo ha dañado la literatura con un sistema de recompensas que premiaba más la fidelidad o el silencio

Al narrar la historia de una literatura uno puede optar por subrayar las continuidades o por dar prioridad a las discontinuidades. En algunos casos, la discontinuidad no es elección sino vía única. No es destemplada la hipótesis de que la literatura catalana es más de discontinuidades que de recurrencia. En tal caso, los paréntesis serían la gloria medieval con Ausias March y Llull, luego con la Renaixença, siguiendo por el noucentisme para tener el penúltimo auge en los años sesenta del siglo pasado. Lo que vino después fue una alternancia entre la discontinuidad y un mito de carácter voluntarista. En la literatura catalana, generalmente ha habido escritores cuya individualidad creativa superaba y supera la maldición del ciclo discontinuo. Pero lo que agrava la inercia del corpus de una literatura es la ambición escasa en su conjunto, de tejido intelectual inane, con pocos lectores y sin una sociedad que —a pesar de la ficción nacionalista— actúe como vaso comunicante real. Nada nuevo. Escritores tan diferentes como Pla o Puig i Ferreter lo constataron. Con el tiempo, la tendencia seguiría siendo la misma y el ciclo se hacía más rígido. Un sistema cultural, y concretamente literario, necesita de escritores, críticos, editores y, last but not least,lectores.

El nacionalismo ha dañado la literatura usando de un sistema de recompensas que premiaba más la fidelidad o el silencio que la crítica. Ha impartido certificados de buena conducta. Intelectualmente, desatiende en buena medida los requisitos del pluralismo crítico. Parece operar en el vacío intelectual. En estos momentos, proponer a un editor un ensayo sobre —por ejemplo— lo que pasa en Europa no tiene ningún sentido porque lo que domina el mercado son los libros sobre la independencia, mayoritariamente a favor, de tal modo que sus autores parecen ser los únicos en creerse que la secesión llegará. No es sostenible que la mayoría de compradores de esos libros los lean de principio al fin o, es más, se los crean. Va a más la cosecha de productos editoriales sobre 1714.

Gabriel Ferrater decía en 1967 que existía una propensión de los escritores de Cataluña a no contar e interpretar los conflictos internos de la sociedad catalana sino que podían "interpretar las discordias intra-catalanas como una discordia entre Cataluña y el resto de España". Suponían que su obligación era constituir un frente único, una unidad catalana en relación al resto de España. Cuarenta años después es como si Ferrater hubiese tenido capacidades de adivino. Ya entonces hablaba del mal casi crónico para la literatura moderna que era el catalanismo. Obviaba la posible diferenciación entre catalanismo y nacionalismo, una distinción de gradualidades y objetivos aunque exista una raíz común. Pero desde el punto de vista nacionalista, en lo que se refiere a la literatura —la novela, fundamentalmente— todavía rige oficiosamente que los conflictos de la sociedad catalana deben ser interpretados como la maximización de lo que haya de conflictivo entre Cataluña y España en su conjunto. De no resistirse, al escritor catalán le está prescrito ser parte del "nosotros" que se es porque no se es "ellos".

En otros tiempos, lo que llamaríamos el lector-patriota-ilustrado compraba algo de poesía, la novela de la que en su momento todo el mundo hablaba, unas memorias políticas y cualquier compilación referida a las épocas en que Cataluña fue rica, autosuficiente y muy feliz. Fueron éxitos la historia de la caseta de baños catalana, las veletas de viejas masías, la crónica de los años perdidos. Ahora, ni tan siquiera eso. Esa fracción de lectores en catalán posiblemente lea libros sobre la independencia o recetarios de cocineros de moda. Luego, si se proponen saber algo de lo que pasa en el mundo o desean una literatura que hable de la vida real, tienen más a mano la opción de leer en castellano. De hecho, la literatura extranjera que se traduce al catalán responde a un éxito comercial previo en su traducción al castellano. A la crisis editorial fruto de un parón económico y a la mutación digital se suma una pérdida manifiesta de vitalidad intelectual. Cuando aún no había tenido que marcharse de Cataluña ingresando en el cuerpo consular de España, Josep Carner no tenía la vista puesta en el hit parade de los libros en castellano para elegir lo que había que traducir.

Ese es un síntoma de despersonalización. Alienta la distancia entre una literatura pendiente de una idea exclusiva de nación y la literatura que, entre otras cosas, quiere sobre todo ser literatura en busca de lectores libres y con bulimia intelectual y literaria. Como hoy, cada época es la que es y siempre hay un puñado de buenos escritores, ¿pero por qué ahora eso no ocurre con la misma intensidad cualitativa que en los años sesenta? Las buenas literaturas se superan o retrotraen en los momentos de mutación de una sociedad. Es su dilema existencial. Sin ambición, cualquier era de una literatura pasa a ser una nota a pié de página.

Valentí Puig es escritor

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