La desorientación socialista
Cuando las rentas bajas están asfixiadas a impuestos, rebajar la imposición fiscal al juego del 55% al 10% es por lo menos obsceno
Una ridícula participación de 7.500 votantes en las elecciones primarias de Barcelona da la medida del estado crítico en que se encuentra el PSC. La idea de unas primarias abiertas a la ciudadanía es interesante en un momento de crisis del vínculo representativo, por tanto, de necesidad de dar oportunidades a los ciudadanos para expresarse. La fórmula plantea problemas, empezando por la inexistencia de un censo de votantes que da cierta precariedad jurídica a la consulta. Hasta que llegó el último votante con el euro —suyo o prestado— no quedó completado el cuerpo electoral. En cualquier caso, el éxito de unas primarias se mide por tres factores: la participación, es decir, la respuesta de la ciudadanía; la neutralidad del aparato del partido; y el carácter competitivo del debate.
Las marrullerías a favor del candidato oficialista no deben sorprender demasiado en un aparato al que siempre le ha gustado alardear de sus habilidades en el juego subterráneo, convencido de que la política se gana en entierros y bautizos. Los debates han sido de guante blanco, por este temor eterno a la acusación de deslealtad al patriotismo de partido. Las posibilidades de Jordi Martí, el candidato que representaba la alternativa al oficialismo, quedaron definitivamente mermadas por el juego de personalismos que impidió una candidatura reformista única.
Pero, sobre todo, el indicador que ha convertido estas primarias en un fracaso es la escasísima participación. Que, con el aparato a su servicio, el ganador haya conseguido la miserable cifra de 2.500 votos da la medida del escaso interés que despierta hoy el PSC, ya no solo en la ciudadanía sino incluso en la propia militancia, y de la desconfianza absoluta en sus posibilidades en las municipales barcelonesas.
Metido en este agujero, el PSC necesita ganar visibilidad a cualquier precio. El fin de semana de las primarias ha sido también el de la firma del acuerdo entre CiU y PSC sobre la reforma legal que permitirá la realización del proyecto BCN World. Pere Navarro, para demostrarnos que es un hombre con sentido de la responsabilidad política, se ha prestado a echar una mano a CiU para que la opinión pública trague los puntos más polémicos del proyecto y, en especial, el regalo fiscal que los promotores exigen.
Metido en este agujero, el PSC necesita ganar visibilidad a cualquier precio
Ciertamente, el empleo debe ser la prioridad de las políticas públicas, pero no debe servir como excusa para imponer cualquier despropósito. En los tiempos que corren, con una distribución enormemente injusta de las cargas fiscales, con las rentas del trabajo asfixiadas a impuestos, rebajar la imposición fiscal al juego del 55% al 10%, por el chantaje de una empresa que amenaza con irse a otros países, es por lo menos obsceno. Por mucho que forme parte de los signos de los tiempos: incentivar el casino local, conforme a la lógica de una economía que privilegia el casino global.
Para mayor vergüenza Pere Navarro alardea de haber conseguido que el acuerdo incluya medidas para combatir las ludopatías severas. Enternecedor ataque de cinismo puritano: es como si se convocara un concurso de borrachos y se instalara una clínica de rehabilitación al lado.
Pere Navarro habla a menudo de su compromiso con la izquierda frente al modelo conservador de CiU. ¿Lo que diferencia a la izquierda de la derecha es la sobrevenida preocupación por los ludópatas? Por lo demás, los promotores de un proyecto todavía muy incierto y con sombras sobre su solvencia se han salido con la suya. Y Cataluña no ha dado la mejor señal al plegarse a su chantaje. ¿Qué país queremos?
Tiempo atrás, el Gobierno catalán y una parte de la llamada sociedad civil hicieron el ridículo poniendo alfombras al inefable Adelson, en un proyecto que se acabo esfumando, librándonos de una seria amenaza para los equilibrios del país y del área metropolitana de Barcelona. BCN World no tiene ni la dimensión ni los riesgos de aquel disparate, pero fue aquel fiasco el que abrió la puerta a este nuevo episodio. Entonces, el Gobierno lo utilizó para salvar la cara después de haber apostado irresponsablemente por Adelson, hoy sirve para que Pere Navarro se saque la foto como socio ocasional de CiU.
CiU ha encontrado en las urgencias de un PSC en apuros, que ha dejado de ser alternativa al actual Gobierno y que ve cómo su espacio se achica día a día, un potencial socio para salvar proyectos de venta complicada a la opinión pública. Esquerra Republicana, por su parte, debe sentirse agradecida al PSC que le ha evitado mojarse en un tema que provocaba no pocas divergencias en su seno. Y los socialistas dan una muestra de más de su estado de desorientación. Con estas filigranas será difícil recuperar la confianza de unos ciudadanos que, como se ha visto en las primarias, cada vez le dan un poco más la espalda. Esperemos que algún día Pere Navarro nos cuente sus políticas de izquierdas.
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