Un barrio con nombre de genocida
Córdoba abre un debate sobre el cambio de topónimo a la barriada Cañero, llamada como un rejoneador franquista que asesinó a sus vecinos republicanos
Durante el verano de 1936 era normal ver por el céntrico paseo del Gran Capitán, en Córdoba, a grupos de civiles armados que buscaban sombra en las terrazas de sus bares y cafés. Sus charlas eran distendidas y violentas, algo normal en los meses de julio y agosto de 1936, en pleno comienzo de la Guerra Civil.
En la capital había vencido la sublevación del general Francisco Franco y media ciudad escuchaba ávida Radio Sevilla para sintonizar los encendidos discursos de Queipo de Llano, mientras la otra media se escondía o trataba de huir. Contra ellos se lanzaron ofensivas de búsqueda y ejecución, protagonizadas muchas veces por esas partidas irregulares que tomaban refrescos en la capital. Lo cuenta el historiador Francisco Moreno Gómez en su libro 1936: el genocidio franquista en Córdoba (Crítica, 2008).
Uno de los protagonistas de aquellas razias era un rejoneador llamado Antonio Cañero, cuya columna de caballistas y garrocheros sembró el terror en los alrededores de Córdoba y los pueblos de la provincia que iban cayendo en manos de los rebeldes golpistas. Se les conocía como La Columna del Amanecer (solían salir a primeras horas del día y regresar de noche) o Columna Cañero.
Cumpliré con la ley, incluso las que nos parezcan absurdas, José Antonio Nieto, alcade de Córdoba
El nombre del rejoneador perduró durante décadas pero con los años fue perdiendo su halo sanguinario y se refugió en el puramente taurino, político —fue concejal en el Ayuntamiento— e incluso benefactor. Cañero donó en los años cincuenta, más de 50.000 metros cuadrados de tierras a la asociación benéfica de la Sagrada Familia, creada por el obispo Fray Albino para construir viviendas sociales. Aquel nuevo barrio recibió el nombre de uno de sus mayores mecenas: Cañero.
La memoria se ha disuelto en Córdoba. Ya muy pocos asocian el nombre del barrio con el del rejoneador franquista. Ni siquiera entre los vecinos. Y por tanto, tampoco parece molestar el topónimo. Un rápido paseo por el barrio atestigua que buena parte de su idiosincrasia está vinculada a un nombre al que desligan de todo pasado. “La historia de este hombre es detestable, es condenable. Pero Cañero es un barrio que nació siendo Cañero, ahora cómo le vamos a cambiar el nombre”, señala una vecina.
Cañero es como un pequeño pueblo dentro de la ciudad. Su vida gira en torno a una gran plaza con el nombre del barrio. De sus calles surgió un vivo movimiento vecinal y ciudadano en los años sesenta y setenta. Y personajes como Rafael Gómez Sandokán, joyero, constructor, condenado en el caso Malaya y, desde 2011, líder del principal partido de la oposición municipal, Unión Cordobesa. Con su particular estilo hosco, Gómez también se ha opuesto a cambiar el nombre al barrio. “No tiene ni pies ni cabeza, que lo dejen como está”, espeta.
Pero no todos lo ven así. “Esto debería ser de sentido común”, opinó el pasado miércoles el director general de Memoria Democrática de la Junta, Luis Naranjo. El historiador se esforzó por explicar lo que para él es evidente. Al presentar en Córdoba el anteproyecto de ley de Memoria Democrática que aprobó la pasada semana el Consejo de Gobierno andaluz, Naranjo subrayó que el documento contempla eliminar cualquier rastro de simbología franquista del callejero de las ciudades. Y Cañero es un ejemplo, pues responde a la memoria de un “genocida”, aseguró. “Nadie entendería que un etarra pudiese dar nombre a una calle en el País Vasco, que el mariscal Petain de Francia pudiese dar nombre a un barrio o en Alemania ocurriese lo mismo con Goering o Himmler”, zanjó.
Luis Naranjo resaltó el ejemplo del barrio de Cañero, pero aseguró que se está trabajando en localizar más casos en toda Andalucía. En Córdoba capital, por ejemplo, está la cruz que se levanta en los jardines de la Subdelegación del Gobierno, que conserva en números romanos las fechas en que se desarrolló la Guerra Civil. También hay una placa dentro de la Mezquita-Catedral recordando a los religiosos, “mártires”, fusilados durante la contienda. En cuanto a la provincia, hay calles dedicadas a José Antonio Primo de Rivera en Peñarroya-Pueblonuevo y varias cruces a los caídos “por Dios y por la patria” en las que “se humilla a las víctimas”, sostiene Naranjo.
Por su parte, el alcalde de Córdoba, José Antonio Nieto (PP), afirmó esta semana que el Ayuntamiento “cumplirá escrupulosamente las leyes, incluso las que nos parezcan absurdas” pero se preguntó si no sería preferible abrir el debate “de cambiar o no los nombres de las calles que hagan referencia a personas que formaron parte de alguno de los bandos de la Guerra Civil”.
El director general de Memoria Democrática insistió en que la ley “no es de izquierdas sino de demócratas” y está inspirada en numerosa normativa que ya está en vigor en otros países. “En Alemania, Francia e Italia la derecha participó en la creación de la cultura antifascista”, insistió, a la vez que aseguró que la normativa se sostiene en uno de los derechos humanos fundamentales: la justicia y la reparación.
Monolito de la memoria
El próximo 8 de junio se instalará el primer monolito de España a la guerrilla antifranquista, como recalcó el responsable de la Oficina del vicepresidente, Pedro García. Será en el barranco de la Huesa, en las inmediaciones de Santa María de Trassierra, donde el 11 de junio de 1947 fue capturado el Estado Mayor de la Tercera Agrupación de la guerrilla española. En total, se fusiló a cinco maquis, entre ellos al histórico Julián Caballero Vacas, y sus cadáveres se exhibieron públicamente en Villaviciosa y en Villanueva de Córdoba.
Aquel año, la represión se recrudeció enormemente con la ley contra el bandidaje y el terrorismo que daba marco legal a la violencia del Estado. Solo ese año murieron 42 combatientes, 13 al año siguiente y 31 más en 1949. Según los datos que maneja el Gobierno andaluz, en Córdoba existen más de cien fosas comunes con víctimas de la Guerra Civil y se calcula que en total hay 9.800 fallecidos víctimas de la represión.
Su memoria perdura. Y no solo en los libros de historia, sino en el entorno en que ejercieron su resistencia a la dictadura. En homenaje a esos guerrilleros, hay una serie de senderos en la Sierra de Córdoba que siguen sus huellas, entre la barriada de Santa María de Trassierra y el pueblo de Villaviciosa.
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