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Vermú y verbena
Columna
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Destruyendo el arte urbano a martillazos

El Ayuntamiento de Madrid destroza obras del artista urbano Basket of Nean mientras llena las calles de muñecos de Meninas intervenidas por Pablo Motos o Susana Griso. Cuestión de prioridades

Un operario del Ayuntamiento retira una obra cercana al museo Reina Sofía
Un operario del Ayuntamiento retira una obra cercana al museo Reina SofíaÁlvaro Cruz
Enrique Alpañés

Sucedió esta semana una historia chiquitita que no ocupó grandes titulares, pero que explica en lo que quieren convertir Madrid más que una entrevista a su alcalde. Para entenderla hay que rebobinar un poco. Hace seis años, un artista anónimo que se hace llamar Basket of Nean cambió el grafiti por las teselas y empezó a alicatar las calles de Madrid. Salpicó las paredes de pequeños cuadros de aspecto pixelado, como de videojuego retro. No es el único punto en común con el mundo gamer.

Sus intervenciones son discretas, suelen localizarse en las esquinas de edificios, a la altura del primer piso. Son lo que en los videojuegos se llama huevos de Pascua, pequeñas sorpresas ocultas que solo se revelan ante aquel que sabe dónde mirar. Estas intervenciones, fácilmente reconocibles, se empezaron a convertir en un símbolo de la ciudad. Hay reproducciones de cuadros famosos como Las Meninas, Muchacha en la ventana o La joven de la perla. Otras representan elementos de la cultura pop, como el pez de tres ojos de Los Simpson, o la rata de Borja Pakrolsky. Son preciosas.

Hace unos días, empleados del Ayuntamiento de la ciudad sacaron martillo y cinceles y empezaron a destruirlas. En un Madrid lleno de basura en el suelo y carteles publicitarios en las paredes, es el arte lo que molesta. Y entiendo que el street art es efímero por definición, ilegal desde su nacimiento. Son cosas que pasan. También lo entiende Basket of Nean, que responde así a mis preguntas: “Colocar una obra en la calle es una manera de desposeerte o desprenderte de ella. Una de las cosas que más curiosidad me da es observar cómo interactúa el entorno o las personas con esa obra: la arrancan y se la llevan, les hacen fotos, otros pintan encima o, como pasa en esta ocasión, las quitan directamente y las tiran”.

Pero la respuesta de Madrid ante el arte urbano no es la única posible. Ciudades como Londres, Berlín o más cerca de aquí, Granada, han demostrado cierta permisividad con los grafitis. Administraciones con sensibilidad artística respetan las intervenciones valiosas que, como ninots indultados, van salvándose del rodillo de pintura. Van salpicando la ciudad y dándole algo de carácter propio. Esto no sucede en Madrid, empeñada en tapar cualquier atisbo de diferencia o espontaneidad.

Aquí se crean museos inmersivos, clónicos y virales sobre Banksy, lugares que fotocopian el arte urbano y lo sacan de la calle para poder hacer caja. Lo vacían de mensaje para llenarse los bolsillos. Aquí se quitan murales originales, como aquel del artista Blu en Madrid Río (considerado por el diario británico The Guardian como uno de los 10 mejores del mundo) para poner anuncios de colores disfrazados de arte urbano. El primero era una crítica al capitalismo; el que lo sustituyó, una obra de Okuda patrocinada por Zalando.

Un operario del Ayuntamiento de Madrid retira una obra del artista Basket of Nean
C.A.G.

Aquí lo que se entiende por arte en la calle es lo que hacen cada año con Las Meninas. Estos muñecacos son gestionados por una empresa privada e intervenidos por artistas de la talla de Carmen Lomana, Volvo, Los Morancos, Pablo Motos, Xiaomi o Susana Griso. Sueño con que en la próxima mascletá que organice Almeida para celebrar que el PP ha ganado en Valencia (teniendo en cuenta lo de Mazón, calculo que será para 2040) se le vaya la cosa de las manos y acabemos quemando meninas como si estuviéramos en las Fallas.

Intento ser optimista, pero creo que hoy, sin muchas de las obras de Basket of Nean, Madrid es un poco más gris, un poco más fea. Y me pregunto por qué nos las han hurtado, quién decide qué puede quedarse en el espacio público y qué debe desaparecer. La calle está llena de mensajes, pero todos ellos son administrativos o consumistas. La cartelería te indica dónde ir, te recuerda que no se puede jugar a la pelota o girar a la derecha. Los anuncios te empujan a comprar, te dicen que no eres joven y que estás gordo. En este contexto, el arte urbano supone un relax para los ojos, el único tipo de mensaje visual que no pretende nada del peatón, solo hacerle el paseo más agradable.

Pero incluso aquí han tenido que venir los políticos más catetos y el capitalismo rampante a poner orden y a decidir qué se queda y qué se va. Y Basket of Nean no ha pasado el filtro. Como decía ayer un usuario en Bluesky, el arte que molesta es aquel del que no se puede sacar tajada. Por cierto, que el artista presenta nuevas obras este viernes en La Panartería, una galería de Lavapiés. Muéstrenle un poco del cariño que los dirigentes de esta ciudad han decidido negarle.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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