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Vermú y verbena
Columna
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La escopaestesia y el ‘Gran Hermano’ de Almeida

La ciencia no ha probado la existencia de un sexto sentido que nos avisa cuando alguien nos está mirando. O quizá nos hemos acostumbrado tanto a la mirada ajena que lo hemos perdido

El Ayuntamiento de Madrid ha instalado un nuevo sistema de videovigilancia en la Plaza del Dos de Mayo, con 16 cámaras equipadas con inteligencia artificial.
El Ayuntamiento de Madrid ha instalado un nuevo sistema de videovigilancia en la Plaza del Dos de Mayo, con 16 cámaras equipadas con inteligencia artificial.Nahia Peciña (EFE)
Enrique Alpañés

Mi placer culpable audiovisual son las pelis de terror, las de Lindsay Lohan (que últimamente vienen a ser un poco lo mismo) y los vídeos virales de gente insultándose en la calle. La verdad es que visto uno, vistos todos. En ellos, un anónimo insulta a otro, que graba toda la acción con el móvil, sabiendo que el que ríe en redes, ríe mejor. En un momento dado, el protagonista se da cuenta de que lo están grabando y se sale del papel. Desenfunda entonces su móvil, como amenazando a su enemigo con la viralidad.

Es una forma de romper la cuarta pared cuando ni siquiera has levantado las otras tres. Acaba con el realismo y la espontaneidad de algo tan espontáneo y real como una tangana que, con el móvil de por medio, se convierte en simple performance. A veces, los implicados acaban grabándose mutuamente, pausando la acción, esperando en silencio a que el otro diga algo indignante que granjee unos pocos likes. Esto resta dramatismo al resultado, pero añade altas cotas de vergüenza ajena.

Cuando nos graban somos un poco menos nosotros, ni mandar a la mierda nos sale bien. La cámara nos saca de nuestro papel de personas para convertirnos en personajes. Más sonrientes, más autoconscientes, más taimados. Por eso leo con cierta inquietud la noticia de que en Madrid hay 367 cámaras de vigilancia por las calles. El actual alcalde, Jose Luis Martínez Almeida, ha colocado casi la mitad en los últimos años. Algunas de ellas tienen incluso una inteligencia artificial capaz de individualizar a un sujeto por la forma en la que viste. Y me imagino a la IA juzgando nuestros looks de oficina el lunes por la mañana. Detectando tendencias y criticando esos poco favorecedores pantalones pitillo. A los peatones posando, eligiendo sus mejores galas para ir a comprar el pan. Las calles de Madrid convertidas en una enorme alfombra roja, con cámara glamour 360, como en las bodas caras.

“Más de mil cámaras velan por tu seguridad”, rezaba un antiguo eslogan del Metro. En la actualidad son más de 9.000, pero el suburbano ya no lo promociona porque este dato hoy infunde más miedo que tranquilidad. Y sé que solo los delincuentes deberían preocuparse por esto, pero yo siempre he tenido alma de ladrón. Soy de ese tipo de personas que pasan con cierto desasosiego por los arcos de seguridad de las tiendas. No he robado, pero siempre tengo la sensación de haberlo hecho. Es algo así como el hurto de Schrödinger.

Hay quien dice que nos dirigimos hacia un Gran Hermano. Creo que se refieren a la distopía de Orwell, pero cuando lo dicen yo no puedo dejar de pensar en los concursantes del reality. No me malinterpreten, me preocupa el qué harán con esas imágenes los que nos vigilan, pero me aterroriza aún más imaginar cómo va a impactar en nuestro comportamiento el sabernos siempre observados. Los chavales ya no beben en la calle. Los nudistas no se quitan la ropa en la playa. Ni las riñas callejeras terminan ya de arrancar porque dos no se pelean si uno lo graba. Es un mundo quizá más civilizado, pero mucho más aburrido.

Paseo por el centro y veo a grupos de chicas bailando con un triste móvil como público. A personas caminando en videollamada, más pendientes de su apariencia que de la conversación. Aspirantes a influencer gesticulan con una desmesura de dibujos animados mirando al objetivo de su móvil. Veo a todo el mundo pendiente de la mirada ajena, del otro lado de la pantalla. No son tanto peatones como protagonistas, la ciudad como un decorado en sus vidas ficcionadas, romantizadas. Escucho a Bad Bunny cantando Debí tirar más fotos y yo solo puedo pensar que debimos tirar menos.

Paseo por una ciudad llena de cámaras, públicas y privadas. Y entonces siento algo extraño, una especie de presión en la nuca. Se llama escopaestesia y es la extraña sensación de que alguien te está mirando, una especie de sentido arácnido anticotillas. Aunque hay factores neurobiológicos y psicológicos que podrían explicar este fenómeno, su existencia es un misterio y no ha sido totalmente demostrada.

Igual nos hemos acostumbrado tanto a sentirnos observados que la estamos perdiendo. En el mundo moderno ya no hay depredadores, pero sí miles de cámaras que registran cada movimiento. En este contexto, la escopastesia es una sobra evolutiva, como el apéndice, las muelas del juicio o los pezones masculinos. Hemos aprendido a convivir con el peso de la mirada ajena. Nos hemos adaptado. Quién sabe qué extraños sentidos y apéndices desarrollaremos de aquí a unos cientos de años.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
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