No todos los artistas son valencianos
Una argentina y una búlgara, únicas extranjeras que estudian para conseguir plantar sus fallas
Lo suyo no es por turismo, pese a lo exótico de sus nombres y procedencias. Atraídas por los monumentos como espectadoras, se plantearon hacer suya una tradición alejada de sus raíces.
Aunque no habían oído hablar de Fallas hasta que sus destinos dispares las trajeron a Valencia, Geraldine Bärsch Quintanilla, argentina, y Teodora Chichanova, búlgara, buscan su futuro en el arte de los catafalcos. Ambas son las únicas extranjeras entre los 50 alumnos del ciclo superior de Artista Fallero y Constructor de Escenografías, impartido desde hace dos años en el IES de Benicalap y Ciudad Fallera. En un mundo todavía dominado por lo masculino y local, estas jóvenes con mirada multicultural pertenecen al grupo de futuros artistas cuya formación ya no se adquiere solo por herencia de un oficio artesanal transmitido de padres a hijos.
La gente formada será el futuro de la fiesta
Geraldine
"Las Fallas se están abriendo, a pesar de cierto recelo. Las generaciones de artistas autodidactas o que les viene de familia se van acabando, pero la gente formada será el futuro de la fiesta", observa Geraldine, que ultima la plantà después de tres meses de prácticas no remuneradas en un taller. Tras estudiar Realización de Audiovisuales y Espectáculos, esta argentina de 26 años se enroló en el arte de las Fallas motivada por la escenografía. "Mi madre leyó en prensa que iba a implantarse la FP de artista fallero, y me animé por la decoración para teatros, porque aquí no había cursos específicos".
Procedente de Firmat, al sur de la provincia de Santa Fe, y de raíces asturianas, Geraldine conoció la fiesta por primera vez al poco de aterrizar en Valencia en febrero de 2005. A los 17 dejó los vaivenes de Argentina para encontrar mayor seguridad con sus padres y hermano menor en España, donde su hermana mayor había llegado hacía cinco años por reagrupación familiar gracias a la doble nacionalidad argentino-alemana del abuelo paterno.
Geraldine modeló su primer
Alumna del segundo curso del módulo, menos teórico y más de taller, esta argentina alaba la enseñanza recibida, pero no oculta lo improvisado de los inicios de la primera promoción. "Tuvo un renombre demasiado político. El plan de estudios se elaboró en agosto y empezábamos en octubre. Al mes de iniciar las clases, los profesores no habían firmado aún el contrato, sin saber si podríamos continuar".
Para la primera exposición de los alumnos del ciclo superior, celebrada en diciembre para dar a conocer su estilo a los artistas en activo, Geraldine modeló su primer ninot inspirado en el trazo sencillo de la joven artista Marina Puche. El último trimestre ha conjugado sus minijobs de animadora infantil y monitora de baile con las 400 horas de prácticas en el taller de José Luis Platero en Burjassot pintando figuras y compartiendo secretos del oficio. Tras la semana fallera, elaborará su proyecto final para examinarse ante un tribunal dentro de tres meses. "Sé que el primer año no tendré otra opción que hacer bocetos o carteles de forma voluntaria. Hay que meter cabeza como sea".
Junto a más de 70 aspirantes de los ciclos de Valencia, Burriana y Alicante, Geraldine participa en el concurso de Meninas para la Falla Nou Campanar, del artista Manolo García, profesor de la titulación. "Hay críticas que dicen que se aprovecha de nuestro trabajo, pero para nosotros es una carta de presentación", afirma Geraldine, que al igual que Teodora, alumna del primer curso, ve en el certamen una oportunidad, pese a costarles 50 euros modelar la obra de Velázquez.
El ciclo es “más artístico y con más posibilidades que la universidad”
A finales de 2008 Teodora salió de Pomorie, localidad de la costa búlgara del mar Negro, para convivir con su amor de adolescencia, Zhivko, establecido en Valencia con su padre, empresario constructor. Para celebrar la llegada de la primavera, cambió la tradición búlgara de las pulseras de lana de la Baba Marta --abuela Marta-- para la fortuna en salud y amor, por la cremà de ninots el día de San José. Aunque su primera opción fue estudiar Bellas Artes, en septiembre pagó los 46 euros de la matrícula para el primer año del ciclo de artista fallero, "algo más artístico y con más posibilidades laborales que la universidad".
De los 25 educandos del primer curso, el número de mujeres no alcanza la mitad. Solo un alumno es hijo de artista fallero frente a la disparidad de perfiles de ambos cursos. "Hay una periodista, un cámara de televisión, un ex director de banco y un farmacéutico. El primer año no se hizo una selección drástica, pero este curso hay examen de acceso", explica esta joven de 26 años, que se libró de pasarlo gracias a su título de bachillerato artístico.
Como complemento a la teoría, una vez a la semana visitan los talleres, donde cada vez reciben menor volumen de trabajo. "La crisis pasará, pero el trabajo de hacer Fallas no acabará", Teodora comenta optimista. Para conocer la ingeniería detrás de las fallas, los alumnos escogen en grupos de cinco una plantà para hacer seguimiento de las maniobras. "Hemos aprendido a sacar las figuras del taller, empaquetarlas y transportarlas. El trabajo es muy completo y siempre de equipo".
Teodora procede de Pomorie, localidad de la costa búlgara
Antes de considerarse un módulo de formación profesional, los argentinos Laura Palmeri y Mauro Barone empezaron a modelar en un taller de Burriana en septiembre de 2002, a los tres meses de llegar de Buenos Aires en plena crisis del corralito. Con experiencia en decoración de discotecas y salones infantiles, ella licenciada en Bellas Artes en la rama de Escultura y él autodidacta, consiguieron aprender el arte fallero de taller en taller. "No tuvimos dificultades porque no había tanta competencia ni apenas maquinaria. Con la crisis ahora sería más difícil venir de fuera sin conocer a nadie", reconoce Laura, de 39 años, agremiada desde 2009 para facilitar su entrada en las comisiones.
"En Argentina escuché poco acerca de la fiesta. Pensaba que era como un carnaval", recuerda Laura. A pesar de haber dejado de ser rentable, esta pareja argentina se dedica en exclusiva a las Fallas todo el año. Con taller propio desde 2011 en la Pobla Tornesa, en la Plana Alta, Laura y Mauro plantan este año seis monumentos infantiles para Castellar, Manises, Mislata y el sector Camins al Grao de Valencia, con su estilo plástico y reflexivo ajeno al realismo y el chiste fácil.
"La mirada desde fuera enriquece y permite una visión más internacional para que las Fallas se abran a lo nuevo".
Originario de una población cercana a Rímini, la cuna de Fellini, Giovanni Nardin, de 32 años, vio sus primeras Fallas con la perspectiva del guiri, cuando vino a Valencia en 2002 para cursar Bellas Artes. Como estudiante de Erasmus, conoció a su hoy pareja y compañera de estudio, la artista Anna Ruiz, hija de Alfredo Ruiz, innovador del arte fallero. Sin carnet del gremio, no se identifica con el oficio del artesano. "Soy un artista plástico que hace Fallas. El arte es libertad y el gremio es control y negocio. La creatividad es la apuesta de cada artista, no tiene nada que ver la comisión".
De la mano de Miguel Arraiz, Giovanni plantó su primera falla infantil en 2011 en Castielfabib, en el Rincón de Ademuz. "La fiesta necesita savia nueva, incluso de cara al exterior. La tradición no es repetición, sino el conocimiento del pasado con espacio para el cambio". Bajo el lema Experiencias y naufragios, este año rubrica el monumento de la comisión Lepanto-Guillem de Castro como reflexión sobre las ideas de arte, cambio y Fallas, resucitando una cita del artista alemán del movimiento Fluxus, Wolf Vostell. "Son las cosas que no conocéis las que os cambiarán la vida".
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