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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Años de contrarreforma

Navidad: paz y amor. Claro. ¿Y quién no quiere algo parecido, al menos para variar de un día a día histéricamente enamorado del folletín, la comedia de enredo, el terror y la ciencia ficción? Quizás las nuevas generaciones confundan el amor (una idea anticuada que invoca amistad, ternura, lealtad, confianza, respeto, franqueza o generosidad) con tener amigos en Facebook, cosa imprescindible para sentirse integrado, popular, eficaz o calmar el ego imaginando que uno es imprescindible para la tribu. Tal vez la paz, para sensibilidades digitalizadas, necesitadas de ser atrapadas, entretenidas e hipermotivadas con flashes espectaculares, salvajes, frikis y sin aparente sentido, equivalga al aburrimiento. Por lo que vemos: todo es posible.

Si el amor equivale a tener amigos digitales y la paz es portadora de aburrimiento, no sé qué hacemos felicitándonos la Navidad o el año nuevo con deseos obsoletos. Sin embargo, pese a que la Navidad, las fiestas, ahora sirvan para tapar el barro, el asco y el hastío que nos corroe y envuelve (vean las prisas de los consejos de ministros y de consellers para dejar en el olvido de las fiestas temas graves que consagran la impunidad, la arbitrariedad y la liquidación de libertades) ya vendrá el mes de enero con el atraco de la subida (sí, sí) de la electricidad y el fastuoso año de 2014. ¡Por fin una fecha para recordar! Cien años de la terrible I Guerra Mundial y casi 300 del cierre de los Tratados de Utrecht (1715) o de Viena (1725) que acabaron con la Guerra de Sucesión española, desatada en 1700 tras la muerte del último Habsburgo, el neurótico y maltrecho Carlos II. 1914 y 1714, años ensangrentados para tantos españoles y catalanes. Menudo presagio.

Si a pesar de la crisis y las contrarreformas, el país todavía funciona es gracias a la fortaleza de la gente común

Para enfrentarse a lo que se avecina en torno a las conmemoraciones catalanas de 2014 (año en el que cayó la ciudad de Barcelona) hay que leer el estupendo libro del historiador Joaquim Albareda (La Guerra de Sucesión española, editorial Crítica). Ahí uno encuentra, contextualizados en su dimensión histórica matizada, lúcida y erudita, los fastos del agit-prop a favor (y en contra, desde luego) de la Cataluña independiente. Nada mejor que algo de lectura seria para no dejarse atontar por las fiestas de Navidad y las incansables fiestas que nos envolverán a los catalanes a lo largo del nuevo año. ¿Seremos capaces de ver más allá de la nariz una vez consumado el año mágico de esta ruleta rusa en la que estamos metidos catalanes, españoles y europeos?

Al cierre de este desgraciado año de 2013 lo vivido parece sacado de un mal folletín, una pesadilla con la política y los políticos como protagonistas. ¿Podremos vivir algo más excitante que la masiva vía catalana o la desfachatez del ministro del Interior, señor Fernandez Díaz, al sustituir la garantía de los jueces por la arbitrariedad y el ojo de buen cubero policial en la Ley de Seguridad Ciudadana? ¿Qué hay más insuperable como provocación a los ciudadanos que una inexplicable subida de la luz, el retroceso en la ley del aborto o la continuidad de la ministra Ana Mato y del conseller Boi Ruiz, privatizadores y aniquiladores de la sanidad pública?

¿Acaso el próximo año mejorará el funambulismo de partidos, como ERC, que tienen un pie en el Gobierno y otro en la oposición o la apoteosis impune de cerrar el caso Prestige sin culpables? ¿Quedan instituciones más devaluadas que las que hoy tenemos, más corrupción aquí y allí por descubrir? ¿Seremos capaces los ciudadanos de seguir costeando un sistema financiero apolillado y a unos políticos que solo se defienden a ellos mismos y sus intereses mientras desprestigian la política?

Nada mejor que algo de lectura seria para no dejarse atontar por las fiestas de Navidad y las incansables fiestas que nos envolverán a los catalanes a lo largo del nuevo año

Con ayuda del infatigable comisario Jaritos, Petros Markaris hace un magnífico relato en Pan, educación, libertad (Tusquets, 2013) de lo mucho peor que se pueden poner las cosas en Europa. Basta una mirada a Grecia, o a los últimos datos de Cáritas que confirman que la pobreza aquí y ahora nos pone enfermos para comprender que el balance de 2013 debería avergonzar a nuestros gobernantes (españoles y catalanes) y así deberían reconocerlo. No lo han hecho hasta ahora, así que es previsible la continuidad del lamentable y zafio folletín de 2013. En suma, seguirán estos años de contrarreforma (no de reformas) y vuelta a la Edad Media: ya lo anunció hace mucho Umberto Eco.

¿Cómo es, pues, que el país sigue funcionando? Me consta que muchas personas se hacen esta pregunta desde hace tiempo. Solo hay una respuesta posible: son los ciudadanos quienes lo aguantan siendo responsables y cumpliendo con sus obligaciones cada día. Hay que amar a estos ciudadanos responsables y respetarles mucho: ellos son la única esperanza colectiva. Si la democracia todavía existe entre nosotros es gracias a la fortaleza de la gente común. Pero, como enseña la historia, la provocación continua de las contrarreformas y la prepotencia de sus oráculos, tienta a la responsabilidad colectiva a la acción. Incierto 2014.

Margarita Rivière es periodista.

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