El arte, el mercado, lo que nos refleja
Los nuevos dueños del arte certifican y siguen de manera precisa los espasmos de la crisis
El mercado del arte sigue de manera meticulosa el ritmo de los espasmos de la crisis, desde sus inicios. Es un espejo que a veces parece distorsionante, bufonesco, pero en realidad es inequívoco. Un primer episodio significativo se dio en 2008, cuando Damien Hirst, artista de agudo sentido mercantil, se deshizo de intermediarios en Londres y él mismo subastó su obra por una millonada, justo el día de la quiebra de Lehman Brothers. Este noviembre, del 4 al 14, nuevo episodio: las casas de subastas de Nueva York han vendido arte por valor de 1.400 millones de euros.
Nadie podía saber en 2008 que el día de la subasta de Hirst en Sohteby's sería el mismo de la caída de la compañía de servicios financieros norteamericana. Lo interesante es que sucedió. El azar probaba una vez más que el arte está en relación con el mundo en el que se produce y que los artistas son una comunidad que, en sus diferencias, habla de cada contexto con voces únicas y a la vez corales. Doris Lessing, que nos ha dejado esta semana, se refería así a los escritores: “En cada país que he visitado, el colectivo de escritores me ha parecido siempre una unidad, casi un organismo, que ha ido evolucionando paralelamente a la sociedad gracias al autoanálisis constante”.
Damien Hirst, el artista de los tiburones en formol y de la calavera de diamantes, analizó las cosas y entendió muy joven que el arte especulativo es el que mejor reflejaría el paso del siglo XX al XXI. Y así está siendo, dejando a tantos artistas en la cuneta y cambiando las normas del coleccionismo. Seguro que Lessing comprendió lo que ha representado el arte cínico de Hirst. Hace años que el coleccionismo se pasa el arte por el forro, pero ahora está entrando en fase obscena. Entre la euforia y la indecencia, titulaba Le Monde a propósito de las subastas de este noviembre. Y estas páginas que nos acogen han interpretado la situación como “el final de la clase media del arte”. Indecencia de los ricos, declive en picado de la clase media. Hablamos de la crisis, hablamos del mercado del arte. Hablamos en definitiva de la venta en Christie's de un tríptico de Francis Bacon que retrata a su amigo el pintor Lucien Freud, por una cifra jamás ofrecida hasta ahora: 105'9 millones de euros. El cuadro más caro nunca vendido en una venta pública. Bacon lo pintó en 1969, cuando estaba lejos de ser famoso. Lo ha comprado la jequesa Maysa al Thani, hermana del emir de Qatar, que desde 2006 dedica 1.000 millones anuales a comprar arte para los museos de alta gama de la Quatar Museum Authority que preside. Uno de estos museos expone ahora a Damien Hirst...
Los multimillonarios del arte ya no quieren pasar desapercibidos. Su dinero reclama atención, compra arte a precio nunca visto y a la vista de todos
Los multimillonarios del arte ya no quieren pasar desapercibidos. Su dinero reclama atención, compra arte a precio nunca visto y a la vista de todos. El cuadro de Bacon ha dado la vuelta al mundo como icono nuevo y ciertamente lo es. Sigue así a su admirado Van Gogh, que también fue icono del mercado del arte de finales de siglo cuando uno de sus girasoles fue comprado por un banco japonés como inversión, dejando atrás a los coleccionistas clásicos. Las telas de Bacon, grotescas, desesperadas y de fría pasión, llevan cristal para reflejar en ellas al propio espectador. Así ha dado Bacon la pauta del nuevo orden del mercado del arte. La gente que pujaba y un nutrido grupo de asistentes que sabían lo que este 12 de noviembre representa para el arte moderno, todos se reflejaban en las tres retorcidas figuras de Lucian Freud vistas por Francis Bacon.
El día siguiente, Andy Warhol batía su propio récord: 78 millones de euros por una obra de cuando era oscuro y crítico: los accidentes de coches, esos asesinos en serie que dominan calles y carreteras, un tema que Andy dejó pronto de lado (así como el de la silla eléctrica) a favor de productos de consumo más tranquilizadores como las sopas Cambpell o la Coca-Cola. Sus dueños, los Mugrabi, tienen más de 800.
Hasta llegar a los 1.400 millones de euros reunidos por las casas de subastas en estas dos semanas bastante más obras han salido al aire. Picasso, siempre. El 6 de noviembre se vendió uno de sus Mosqueteros, cuadro de sus últimos años, un período todavía poco valorado que ahora ha logrado una buena pasta. Se abre la veda del último Picasso. Cuentan las crónicas que la cosa empezó el 4 de noviembre cuando la casa Christie's dispersaba parte del fondo de una conocida galería, la Krugier, cuyo propietario solía gritar: “Señor, no acaba de comprar un Picasso, acaba de comprar un Krugier”. El hombre murió en 2008, año iniciático de la crisis. Su ejemplo cunde ahora, los dueños del arte toman nuevas posiciones.
Mientras, en Moscú, el artista Piotr Pavlevnski se clavaba esos mismos días el escroto en los adoquines, en protesta por la vida bajo Putin, reclamando saber dónde está Nadezna Tolokonnikova, la Pussy Riot desaparecida, y alentando a “vencer las fobias impuestas por el Estado”. Las sincronías en torno al arte han trazado este noviembre imágenes contundentes del orden mundial.
Mercè Ibarz es escritora.
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