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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La memoria de las fotos

El legado de Toni Catany espera una sede. También Oriol Maspons y Paco Elvira han dejado fondos imprescindibles

Mercè Ibarz

La repentina muerte de Toni Catany pone sobre la mesa el futuro de su legado, uno de los más personales de la fotografía contemporánea internacional. Catany siempre transitó por sus propios senderos, lejos de modas, hasta convertirse en un estilo por si mismo. La preservación de la belleza fue su guía, ya fuera a través de unas flores, unos frutos, un paisaje, un cuerpo humano, una obra de arte o una calle, un interior humilde o una casa señorial. Y de ahí surgió una obra que desde su Mallorca natal y sus largos años en Barcelona ha configurado un singular mundo que aúna el Mediterráneo, el Caribe, Venecia y Asia, su luz y sus gentes.

A menudo viscontiniano en sus puestas en escena, poético, lleno de amor por aquello que sólo el ojo de la cámara puede captar, eso tan fugaz que se escapa a nuestra mirada cada vez más inquieta, Catany ha dejado un conjunto único. ¿Qué será de él? Sus amigos en Mallorca están decididos a poner en marcha la Fundació Toni Catany, que ya debería estar funcionando pero que ha sido frenada. Sin mayor fundamento oímos una vez y otra en estos tiempos criminales que no hay dinero para iniciativas de este tipo, pero la cosa ha sido peor en este caso: unos 4,3 millones de euros habían sido concedidos por el ministerio de Turismo al Gobierno balear, entonces socialista, para el centro Catany y, sin explicación alguna, el actual Consell de Mallorca del PP alega que no los tiene, que se “han perdido”. Catany tiró la toalla en una carta abierta al Consell con fecha de finales de este mes de agosto. Una carta que hoy duele leer.

La fotografía es en la cultura catalana uno de sus mejores tesoros

Este año nos han dejado también Oriol Maspons y Paco Elvira, otros dos fotógrafos extraordinarios. Lo eran también por ser muy personales. Maspons hizo de todo, aunque se le vincule sobre todo a la Barcelona guapa de los años sesenta, esa gauche divine que tan buenos rendimientos dio en el terreno del imaginario cultural de una ciudad moderna en pleno franquismo y que, no obstante, a la hora de la verdad poco ha sabido cuidar de sus hijos. Elvira por su parte fue uno de los fotógrafos de la transición, esos años que hoy se ponen en cuarentena en tantos aspectos que sus fotos pueden ayudar a comprender un poco mejor.

Nunca agradeceremos lo bastante a la editorial Lunwerg que haya editado los libros de Catany y también los de Elvira. El de la transición de Elvira es impresionante. El legado de Maspons es más disperso. Trabajó a menudo por encargo para distintas editoriales, poniendo en marcha aquellos foto-libros de los sesenta de gratísima memoria, una iniciativa hoy perdida. También hizo fotos para libros de viajes, uno de ellos sobre Las Hurdes, la comarca extremeña que tanto rendimiento ha extraído de sus imágenes. No era Maspons únicamente un fotógrafo publicitario, de la alegría de vivir, de las modelos, del mundo pop de los sesenta y primeros setenta. También fue un documentalista clínico.

Pero más allá de las imágenes que por suerte se conservan en los fondos editoriales citados, el legado de estos fotógrafos merece ser público. Hay que proclamarlo más: la fotografía es en la cultura catalana uno de sus mejores tesoros, desde sus inicios. Por modernidad, vocación documental y memorialística, por experimentación, por variedad de estilos y de fotógrafos. Durante años se ha dicho que hay que crear un Centre de la Imatge, que de momento no tiene trazas de existir. El MNAC tiene una parte de sus fondos y de sus salas dedicadas a la fotografía, pero no tiene medios para la conservación, ni para las exposiciones que estos grandes fotógrafos se merecen. De momento está preparando la antológica de Joan Colom, el fotógrafo del Barrio Chino antes de que se llamara Raval, y está por ver cuándo la inaugurará.

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Toni Catany ha dejado bien organizado su archivo: unos 80.000 negativos en formato analógico, miles de copias positivadas originales, su biblioteca fotográfica y el centenar de placas de vidrio de Tomàs Montserrat, el capellán del pueblo de Llucmajor y vecino de Catany, que este salvó del olvido. Quedan además sus fotos digitales, pues Catany no fue únicamente un maestro de la recuperación de viejas técnicas sino también un primoroso artesano del photoshop.

No podemos perder estos tesoros, estas memorias de la fotografía.

Mercè Ibarz es escritora

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