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EXTRA 9 D'OCTUBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fracturas generacionales

Si ellos no tienen empleo, nada ni nadie puede garantizar el nuestro

Hablar de la juventud siempre es un problema (o varios): dónde comienza, dónde acaba, en qué consiste ser joven. En los tiempos presentes sus fronteras se han vuelto brumosas, volátiles incluso. Siendo conscientes de ello, aquí hablaremos de las personas que tienen entre 15 y 34 años, en la Comunidad Valenciana. ¿Cuántas hay en estas edades? 1.250.000 (640.000 hombres y 610.000 mujeres). La característica que les define es que se encuentran en la edad de la Gran Promesa: la emancipación personal, el tiempo de las elecciones decisivas, la búsqueda de una forma propia, singular, individualizada, de organizar una vida independiente, mediante recursos como la educación, el empleo y la vivienda.

Esta Gran Promesa no venía sola: para unos, si alargaban el tiempo de estudios se podrían subir al ascensor social; para otros, el mercado de trabajo siempre ofrecería oportunidades fuera de los muros escolares (y a veces en generoso dinero negro). El pegaso de la modernización y del consumo beneficiaría a toda la sociedad.

Cuando hurgamos en el interior de esta categoría —la juventud—, encontramos una gran diversidad interna: adolescentes y jóvenes adultos, estudiantes, parados, subempleados, sobrecualificados, cuadros medios y acomodados, trabajadores en blanco, en gris y en negro, extranjeros, apátridas y autóctonos… Sus estilos de vida y sus pautas de valor son igualmente muy distintas.

Diversos, sí, pero también con un importante rasgo generacional compartido, puesto que un porcentaje muy elevado está viendo que la Gran Promesa y las pequeñas esperanzas asociadas a ella, se han arruinado como cajas de ahorros vampirizadas por el tsunami financiero. Según los datos del Observatorio de la Emancipación, a comienzos de 2013, sólo un 22,5% de las personas jóvenes entre 16 y 29 años viven de forma independiente y esta tasa se halla en claro retroceso; por su parte, la tasa de paro de quienes tienen entre 16 y 24 años es del 55,7%, para quienes se sitúan entre los 25 y los 29 años, del 38%; y para la cohorte de 30 a 34, del 27,4%; los porcentajes de población subempleada son mayores que los de la población española de la misma edad; y lo mismo sucede con los empleos temporales. De los salarios, mejor no hablar.

La gran mayoría de ellos califican su situación económica actual y futura como regular, mala y muy mala. El estado de ánimo que producen todos estos hechos y otros que abundan en la precariedad económica, la exclusión social, la irrelevancia y la marginación política, es de desesperanza, de ansiedad y de miedo. Más de rabia y resentimiento internos, que de protestas y proyectos colectivos. Ensayan salidas al extranjero, que a bastantes les deparan nuevas humillaciones. Viven en un presente sin brotes verdes y ante un futuro incierto e improbable. Han sido estafados: había que estudiar y estudiaron; hacer actividades extraescolares y las hicieron; cursos del Inem y se apuntaron a uno tras otro, a cursillos, diplomas y másteres. Las reglas de juego cambiaron sin previo aviso y sin haber podido incorporarse a la partida. Aunque a algunos, no más de un 30%, les vaya relativamente bien, generacionalmente han fracasado. Les llaman Generación Perdida.

¡Qué gran paradoja! Nunca antes se hicieron tantas promesas a una categoría de edad; nunca antes un grupo generacional fue tan agasajado y adulado (¡La cuna del hombre la mecen con cuentos! decía León Felipe). Pero ahora, este fracaso histórico les cae sobre sus mochilas como una losa culpable y se descarga sobre sus espaldas la responsabilidad de cuanto acontece.

Para la inmensa mayoría, el camino de acceso a la lejana vida adulta se llama precariedad; mientras tanto, observan que a los políticos les preocupa más el perdurar, que el dirigir; que los empleos se encuentran más pronto por los conocidos que por los conocimientos; que la mentira, las trampas, la rapiña, la falsedad, la corrupción, medran y salen impunes. Hasta el día de hoy, podían resguardarse de este vendaval en las aulas, pero también eso les ha sido robado con la subida de los precios de matrícula y los obstáculos para obtener becas. Efectivamente, son lo generación Ni-Ni: el mercado y la política les han cerrado sus puertas.

Si las cosas siguen así y las fracturas generacionales siguen creciendo, podrían ser la generación “Se acabó” y “Nunca Jamás”. Conviene no engañarse, lo que estamos viviendo y sufriendo ahora viene de lejos y tiene un recorrido más largo que el de esta brutal crisis: la concentración de la riqueza, el desempleo de masas, las dificultades del mercado en España para integrar a los jóvenes, no han nacido en 2008. Revelan ahora su naturaleza: un nuevo capitalismo quiebra todos los pactos y conciertos sobre los que se sustentaban un bienestar insuficiente y una democracia inacabada, pero que actuaban de amortiguadores de las más grandes desigualdades.

Si se pierde esta generación, nos perdemos nosotros; si ellos no tienen empleo, nada ni nadie garantiza el nuestro. Es tiempo de otra política, de una política que ya no cabe en muchas de las actuales instituciones.

Antonio Ariño es catedrático de Sociología de la Universitat de València

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