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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los federalistas de Génova, 13

La escena del velador entre Navarro y Sánchez-Camacho es una huida del PSC hacia ninguna parte

Reconozcámoslo: es muy complicado surcar desde hace casi dos años las, de repente, procelosas aguas de la política catalana sin brújula, con cartas de navegar obsoletas, el navío electoralmente desarbolado, la marinería en fuga y una parte de los oficiales medio amotinados. Que, en estas condiciones, Pere Navarro y su equipo hayan seguido un rumbo errático, hecho de bruscos golpes de timón, improvisaciones y tacticismos, resulta comprensible y hasta cierto punto disculpable.

Pero todo tiene un límite, y el vértice del PSC lo ha superado con creces estos últimos días. Para el partido que se vanagloriaba de ser el más firme valladar contra el PP —y bien que lo explotó en las urnas—, para la sigla que puso el veto al PP como cemento del Pacto del Tinell, para quienes la pasada legislatura execraban los acuerdos CiU-PP (“Mas ha entregado Cataluña a Rajoy y a Sánchez-Camacho”, advertía dramáticamente Navarro el 20 de febrero de 2012), el viraje de la semana pasada en el Parlament, la escenita del velador entre el exalcalde de Terrassa y doña Alicia, la apuesta del PSC por sumar al PP a su plan de reforma federal de la Constitución, suponen no ya una flagrante contradicción, sino una huída hacia ninguna parte.

Las justificaciones a posteriori resultaron todavía peores. El domingo, en L'Entrevista del canal 3/24, el portavoz parlamentario socialista, Maurici Lucena, aseguró que “el PP de Cataluña es diferente al del resto de España, y la señora Sánchez-Camacho está demostrando que quiere encontrar una salida...”

¿Diferente? ¿Podría el señor Lucena indicarnos cuándo, sobre qué asunto de alguna enjundia política, han sido Alianza Popular y el sucesivo Partido Popular catalanes, a lo largo de 36 años, otra cosa que una sucursal de Madrid, “la voz de su amo” Fraga, Aznar o Rajoy? En cuanto a la “salida” que busca Sánchez-Camacho, está encontrada hace tiempo: acatamiento cuartelero de la Constitución, harakiri político de Artur Mas y, una vez humillado el nacionalismo, cuando la crisis termine, cuatro euros más de financiación.

Si disociar al PPC de la ortodoxia de su matriz madrileña ya es un objetivo absurdo, pretender que Sánchez-Camacho arrastre a Rajoy hacia el proyecto federal de los socialistas raya lo delirante

Si disociar al PPC de la ortodoxia de su matriz madrileña ya es un objetivo absurdo —más todavía con Ciutadans en ascenso—, pretender que Sánchez-Camacho arrastre a Rajoy hacia el proyecto federal de los socialistas raya lo delirante.

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La cultura política de la derecha española contemporánea se forjó sobre todo durante el largo período de la Restauración (1875-1923), y es preciso recordar que ese régimen oligárquico, fraudulento y centralista surgió justo después y por reacción contra la experiencia republicano-federal de 1873.

En el disco duro de la España conservadora, pues, el concepto de federalismo quedó asociado con la desintegración territorial del Estado —el cantón de Cartagena...—, con el descontrol del orden público, con una alarmante agitación popular y, encima, con el único momento de hegemonía catalana (Figueras, Pi i Margall, Tutau, Sunyer i Capdevila...) en la gobernación española. Motivos más que suficientes para generar una pertinaz alergia antifederal, tan intensa hoy en Génova 13 como, siglo y cuarto atrás, en el antedespacho de Cánovas.

Así las cosas, ya pueden Navarro, Lucena y compañía buscar federalistas por los madrileños barrios del poder. Aparte de oír expresiones huecas, flatus vocis del tipo “hay que catalanizar España" o “quiero una España catalana”, o “todo lo que sea dialogar es bueno”, encontrarán paladines acérrimos de la Bundestreue (la lealtad federal) como los ministros Wert o Montoro (basta ver la Lomce o los Presupuestos Generales del Estado para 2014, tan respetuosos ambos textos con el Estatut...). Y hallarán a pimargallianos del fuste de Carlos Floriano, o Vicente Martínez Pujalte, o Esperanza Aguirre (“Cataluña, como el resto de las autonomías, es propiedad de todos los españoles”). Con aliados así, la reforma de la Constitución en clave federal es cosa hecha.

De todos modos, y antes de predicar el federalismo entre la derecha, tal vez el PSC debería asegurarlo en las propias filas del PSOE. El exministro y alcalde de Zaragoza Juan Alberto Belloch, por ejemplo, parece necesitar un buen repaso.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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