Corredor mediterráneo
La Via Catalana contenía las ambivalencias de toda frontera
El 15-M se reunió en las plazas. La Vía Catalana de ayer trazó un camino en movimiento. La elección de los lugares políticos no es inocua y el trayecto que movilizó masivamente a la sociedad catalana es muy revelador. El recorrido que unió 400 kilómetros del territorio catalán esbozaba una nueva frontera en el paisaje, y una independencia, objetivo inequívoco de los convocantes, supone dibujar una nueva línea divisoria o, si se quiere, una línea de intercambio en un mundo de relaciones ineludibles y fronteras más porosas.
Pero el recorrido de la Vía Catalana contenía las ambivalencias propias de toda frontera: cruzaba Cataluña de norte a sur, integrando diversidades de paisaje, edades y origen social. También trazaba una frontera con los centenares de miles de catalanes que se quedaron en silencio, incómodos, con dudas, oposición, miedo o desafección. Realidad diversa y unidad, articulados alrededor de una línea en el mapa.
El trayecto transcurría paralelo al mar, la única frontera realmente inmodificable, como en una adhesión freudiana, y recordando así el peso de la geografía en la configuración de la identidad catalana. Durante un tiempo, la proximidad con Francia, la salida al Mediterráneo y la condición de periferia hicieron de Cataluña una tierra de acogida y convirtieron Barcelona en una ciudad abierta, obsesionada en cuestionarse y libre de las servidumbres de la capitalidad.
Este potencial tan precursor de impureza, duda e hibridez de una sociedad civil fuerte que soñaba y hablaba indistintamente en varias lenguas fue desdeñado por España. También maltrató el Estado el corredor mediterráneo porque, miedoso, pensó que las infraestructuras eran vasos comunicantes: más Barcelona equivalía a menos Madrid. Con la deliberada mala gestión del aeropuerto y la red ferroviaria se dio alas al independentismo. No es casual que la Vía Catalana transcurra por encima de esa ruta tan abandonada.
La Vía Catalana ha sido una iniciativa social que será distorsionada por partidos políticos, pero ha surgido de la base y genera ilusión y voluntad de cambio. La alegría de ayer en las calles contrastaba con un cielo gris y amenazador, metáfora de estos tiempos tan irrespirables. Las políticas de austeridad son asfixiantes, como lo es tener una esfera pública monopolizada por el debate identitario desde hace 40 años. La generación nacida en democracia ha crecido en libertad, ha viajado, es multilingüe y ve cómo sus ciudades han sido transformadas por gentes de origen muy diverso. El mundo ha cambiado y nuestra realidad es infinitamente más rica y compleja, pero Parlamentos y partidos siguen anclados en debatir la convivencia entre castellano y catalán.
Muchos defienden que la independencia sería la oportunidad de liberarnos de este peso, ya que por fin no tendríamos la excusa de Madrid para crear una Catalunya justa, inclusiva y próspera, con un sistema educativo y sanitario público ahora en riesgo de extinción. ¿Desaparecerá de verdad la cuestión nacional en Cataluña en caso de llegar a la independencia? En una nueva configuración política, me temo que la pregunta sobre quiénes somos nosotros y quién es el extranjero seguirá determinando la vida política, como pasa en la mayoría de países de nuestro entorno.
Judit Carrera es politóloga.
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