En el mismo lugar
No cambia la política valenciana: se repite una y otra vez
Acaba de comenzar el curso político valenciano, y la sensación de quienes seguimos su actualidad es, curiosamente, la contraria. Escuchamos las declaraciones de los gobernantes, miramos las fotografías que publican los periódicos, leemos los titulares de las noticias, y sentimos que hemos regresado a meses atrás, o que no nos hemos movido de donde estábamos. Los periodistas se esfuerzan por mostrarnos la vida política valenciana en toda su variedad, pero la impresión que nos invade es la de haber retrocedido a un tiempo anterior. Se han producido los primeros movimientos de los actores, se han rodado —por así decirlo— las primeras escenas, y el resultado es una historia vista decenas de veces, donde hasta los diálogos resultan ser los mismos. No cambia la política valenciana: se repite una y otra vez. Si en algún momento nos pareció escuchar una voz que sonaba diferente, la impresión resultó efímera y hemos regresado a los caminos de costumbre.
Alberto Fabra y José Ciscar nos dicen cada día que el pasado quedó atrás. En cuanto tienen ocasión, tratan de convencernos de que las maneras que Francisco Camps llevó al gobierno son cosa de otro tiempo, que nada tiene que ver con el actual. Estamos en una nueva era —nos aseguran— diferente por completo a la anterior. Pero esa nueva era que pregonan, nosotros no la vemos por ningún lado. Cuanto más insisten el presidente Fabra y el consejero Ciscar en su discurso regenerador, más se multiplican las pruebas que lo desmienten. Acabamos de verlo en la comparecencia de Cotino en las Cortes, comparecencia que se ha efectuado a puerta cerrada. Cotino lee allí un papel, sin apartarse un milímetro de lo anotado. El presidente de las Cortes dice todo lo que quiere decir, favorable a sus pretensiones, naturalmente, y el diputado Maluenda da el asunto por cerrado. Con el reglamento en la mano, el espectáculo es irreprochable pero, para los intereses de los ciudadanos, carece de sustancia.
Durante los gobiernos de Francisco Camps, las Cortes Valencianas fueron reducidas a poco más que una institución formal. De acuerdo con las leyes, cumplían su papel reglamentario, como no podría haber sido de otra manera, pero la vida política desapareció de ellas en la práctica. La mayoría parlamentaria del Partido Popular permitió esos excesos que llevó al límite. Se marginaba a la oposición ocultándole información; cualquier asunto de interés se calificaba de secreto, para evitar que la verdad trascendiera a la opinión pública. Los resultados de esa manera de hacer política parlamentaria los sufrimos ahora los valencianos.
¿Qué diferencia real, sustantiva, hay entre aquellas Cortes de Francisco Camps y estas de Alberto Fabra? Vemos que se sigue trampeando con el reglamento, con las dilaciones, con las cláusulas de confidencialidad. Continuamos negando a los ciudadanos el derecho a la información. ¿Es posible tejer un discurso de regeneración con estas conductas? No, no es posible. No hay regeneración alguna en el Gobierno valenciano. Tampoco hay indicio cierto de que pretenda alcanzarla. ¿A qué Alberto Fabra hemos de creer, al que nos dice que su Gobierno ha ajustado el presupuesto “anteponiendo las necesidades de los ciudadanos” o al que gasta 300.000 euros en un partido de baloncesto? ¿Podemos confiar en quien nos pide un esfuerzo para superar la crisis económica, pero se rodea de un mayor número de asesores personales que Francisco Camps?
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