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177 familias rescatadas de la calle

Aumenta un 55% el número de núcleos que han perdido su hogar. Cáritas y el Ayuntamiento de Barcelona se adaptan al nuevo perfil con pisos de inserción

Fatu, Elena y Mirian, con sus hijos.
Fatu, Elena y Mirian, con sus hijos.Albert garcia

El número de familias barcelonesas que reciben ayudas del Ayuntamiento o de entidades para no pasar la noche en la calle aumentó un 55% en el último año, llegando a unas 177 (un total de 531 personas). Este dato, incluido en el diagnóstico de la Red de Atención a las personas sin hogar (XAPSLL en sus siglas en catalán), confirma el nivel de desgaste de las redes de apoyo por la dureza de la crisis. “Hasta este año, no nos habíamos atrevido a hacer la relación entre pérdida del hogar y la crisis”, confiesa Teresa Bermúdez, responsable del programa de atención a los sin techo en Cáritas. El estudio refleja también el cambio del perfil de las personas que piden ayuda.

Más allá del drama de los que duermen al raso —en los últimos cinco años ha subido un 54%, pasando de 562 hace cinco años a 870 en 2013—, las estadísticas del informe dibujan el “incremento continuado” de las familias que pueden ir sobreviviendo gracias a los albergues temporales, pisos unifamiliares de inserción o pensiones subvencionadas. “De las 343 personas que fueron atendidas con su familia en 2012 se ha pasado a 531 en 2013”, explica el sociólogo Albert Sales, encargado de la investigación. Las familias atendidas tienen de promedio tres miembros, agrega. Se trataría, entonces, de unos 177 núcleos familiares.

El informe de XAPSLL, conformada por 30 entidades y el Ayuntamiento, intenta hacer una fotografía fija de las personas sin hogar en la ciudad, un día específico, tanto en equipamientos públicos como del tercer sector. La primera vez que se hizo una recopilación de datos fue la noche del 11 de marzo desde 2008. Desde entonces, cada año se repite el estudio ese mismo día.

La vivienda es del Ayuntamiento y Cáritas paga un precio simbólico

“La nueva realidad nos ha obligado a hacer un cambio en la atención. Ahora hay una prioridad clara por la vivienda y buscamos dar una respuesta rápida de realojamiento para evitar al máximo que se pierdan las capacidades de salir del problema”, dice Bermúdez. En el caso de Cáritas, en el último año se han rehabilitado unas 250 viviendas unifamiliares en toda la diócesis de Barcelona para albergar a estas familias, intentando cambiar el paradigma de sufragar pensiones o habitaciones.

Según el informe, tanto el Ayuntamiento como las entidades han acertado en el cambio de modelo de atención a las familias, pasando de equipamientos de gran capacidad a pisos de inserción. Este año, la ciudad superó la cifra de 1.000 plazas de alojamiento para las personas sin hogar. En los últimos cinco años se ha doblado el número de pisos en las entidades privadas (ahora son 312). Los centros residenciales de titularidad pública tienen 475 plazas.

Para una familia, la pérdida del hogar supone un golpe del que es muy difícil salir.

“Notamos más la afluencia de personas que han ido perdiendo sus últimas redes de apoyo, después de cinco años de problemas económicos continuados”, afirma Jesús Ruiz, del centro de acogida Assis. “Algunas ayudas son ínfimas si se tiene en cuenta que los 670 euros son el umbral de la pobreza. Eso te aboca a la calle”, agrega.

Fatu, Mirian y Elena, con sus hijos.
Fatu, Mirian y Elena, con sus hijos.albert garcia

El piso donde viven Mirian Andreu y Elena Macías, y los hijos de ambas, es una pequeña Babel enclavada en el barrio del Born, en Barcelona. Junto a ellas, dos familias más conviven en un piso de 160 metros cuadrados. Cuatro dormitorios, uno para cada una; dos baños para los nueve inquilinos, y una cocina “enorme” colindante con un salón donde los niños corretean y juegan. Las cuatro mujeres y los cinco menores tienen techo gracias a la colaboración de Cáritas y el Ayuntamiento de Barcelona, que alquila a cada familia este espacio por 150 euros. “¿Si no tuviéramos esto, entonces qué haríamos?”, afirma Andreu. A sus 26 años, esta madrileña afincada en Cataluña hace casi cinco años no tiene más remedio que recurrir a la ayuda de la ONG y el Consistorio. Con dos hijos de dos y seis años, el único recurso que tiene es su sueldo de poco más de 500 euros que gana trabajando 24 horas a la semana en una cadena de restauración. Empujada a la calle tras romper la relación con el padre de sus hijos, Andreu recurrió al cobijo de su madre. Pero el piso no cumplía las condiciones para poder criar a los retoños. 36 metros cuadrados de una vivienda “que se caía a cachos”, recuerda. Sentada a su lado, Macías asiente cuando Andreu saca el futuro a colación. “No quiero pensarlo”, asegura Macías. Ella lo dejó todo en Ecuador hace 13 años. Llegó a Cataluña en la época de bonanza económica: ladrillo y servicios, sectores en los que ha ido haciendo “cosas” durante primera década de este siglo.

Cada día una asistente de la ONG se acerca hasta la vivienda para asegurarse de que los niños hacen las tres comidas diarias

En 2010 un embarazo de riesgo le hizo dejar su trabajo. Sin ingresos y sin pareja para mantener la familia, dejó su piso y comenzó el peregrinaje. “He pasado por L’Hospitalet, por Salou…”, enumera. Todo en casas de amigas que le daban cobijo temporalmente, hasta que hace cinco meses su asistente social le consiguió esta vivienda para ella y su niña de dos años, una de las 37 que la Cáritas tiene para familias con pocos recursos. “No está mal”, asegura.

Macías lleva menos de una semana en paro. Da gracias de que le queden seis meses de paro, lo mismo que de alquiler en este piso, propiedad del Ayuntamiento por el Cáritas paga un alquiler “simbólico”, asegura una de las coordinadoras del proyecto. Los beneficiarios de estos pisos pueden estar un año, prorrogable otro más. Finiquitado este tiempo, tienen la oportunidad de optar a uno de los 300 pisos para unifamiliares de Cáritas.

“La función de esta vivienda no es solo darles cobijo, también vigilamos que los niños estén bien alimentados”, explica la miembro de Cáritas. Cada día una asistente de la ONG se acerca hasta la vivienda para asegurarse de que los niños hacen las tres comidas diarias. Un proyecto que les asegura techo y comida. “Si no tuviéramos esto, estaríamos en la calle”, sentencia Andreu.

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