Un verano sin reposo
Así que la reproducción es cosa de parejas heterosexuales y el que quiera algo distinto que se lo pague
¿Qué vamos a hacer cuando concluya un verano más caluroso de lo que anunciaban los expertos en temperaturas vitales? No se lo cuenten a nadie, pero quizás haremos exactamente lo mismo que en junio, es decir, temer al futuro y torear el miedo ante un presente sin otro estímulo que el de esperar a que dejen de venir mal dadas. Pero como eso no depende de nosotros, sino más bien de la calculada destilación de las listas del listillo Luis Bárcenas, entre otros parámetros de complicada manufactura, es probable que el principio el otoño nos pille tan en bolas como los días finales de junio. No hay de qué asombrarse, ya que el ciudadano de a pie (si conserva todavía sus extremidades) seguirá con lo puesto, con lo impuesto o al albur de unos presupuestos del Estado que más bien tiende a machacarlo, aquí, allá y en todas partes, quiere decirse que tanto en Valencia como en Madrid o como en Toledo, no importa, incluidas tal vez Ceutas y Melillas, churras o merinas, galgos o podencos.
Sin ir más lejos, la gran Ana Mato, después de cometer presuntamente numerosas tropelías, se propone como insólita ministra de Sanidad regular en estas fechas previas al temible mes de agosto nada menos que las disposiciones para merecer la reproducción asistida, de la que quedarían excluidas lesbianas de vocación, homosexuales de condición y otras personas a las que se atribuye por su sola existencia una provocación esencial a unos valores que la señora ministra comparte con una alegría incomprensible pero que ignoran apaciblemente buena parte de los ciudadanos. Para fortuna de sus engorrosas creencias, la ministra no es lesbiana, ni siquiera homosexual, o al menos no lo manifiesta, así que se cree autorizada a forzar a todas las mujeres a pasar por un matrimonio tan desdichado como el suyo para convertirse en reproductora de la especie, la que sea, lo mismo da, y lo que salga que dios lo bendiga, más allá del estupor de los padres. Así que nada, la reproducción es cosa de parejas heterosexuales (a ser posible casadas mediante el rito católico, como la hija de Aznar y su Alejandro marido, aunque el escenario elegido diste de ser escurialense) y el que quiera algo distinto que se ajuste más a su personalidad o a sus preferencias o a sus querencias, que lo pague.
Que lo pague, ahí estamos exactamente, en una pérfida unión entre necesidades ciudadanas y predeterminadas necedades políticas y religiosas. Que cada cual piense como quiera, porque estamos en un país libre y democrático, pero el Estado del que los populares se han apropiado con argucias de capellán castrense solo financiará lo que case con sus creencias públicas (de puertas adentro ya es otra cosa, como todo el mundo sabe acerca de las pasiones privadas), como siempre ha sido, de manera que también se oculta, por ejemplo, la pederastia a manos de eclesiásticos de postín o de meras ratas de seminario, confiando en que esa relación sexual no habrá de concebir descendencia alguna, más allá del tantas veces silenciado dolor, atroz, de las víctimas. Y feliz verano, claro.
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