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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hablad con el 15-M

Parece que estamos ante un fin de ciclo, y sin embargo, la oposición, más o menos de izquierda, hará muy mal de confiarse a un simple cambio de tornas

La oposición valenciana vive un dulce y peligroso espejismo. Ciertamente el PP se hunde en las encuestas. Cada día que pasa se acumula la ineptitud sobre la putrefacta costra de la corrupción. Rita Barberá, Francisco Camps (de nuevo) camino del banquillo, por no hablar de José Luis Olivas, al que le han colocado el marrón de la (presunta) gran estafa de Bancaja, con un Eduardo Zaplana fuera de campo, muerto de la risa y por si le crecía, con nariz nueva (literal). Asistimos ahora a la gestión de la nada, en un vacío inversamente proporcional al llenado de sus bolsas de antaño, bombinans in vacuum, decía Gracián, burbuja inmobiliaria, globo financiero, se le llamó luego.

Parece que estamos ante un fin de ciclo, y sin embargo, la oposición, más o menos de izquierda, hará muy mal de confiarse a un simple cambio de tornas. A la más o menos izquierda le costó leer los resultados de hace dos años, cuando poco después del 15-M, las urnas dieron la victoria al PP en municipales y autonómicas. A la más o menos izquierda le costó entender que las gentes del 15-M, es decir los jóvenes progresistas, no se sentían representados en sus partidos. Y en esas estamos. Ese es el drama.

Lo único que crece en las encuestas es la abstención. Frente a ella, el combate desde el campo ideológico de la izquierda pasa o bien por el surgimiento de alguna nueva formación capaz de aglutinar, organizar y dirigir el descontento del 15-M, o bien por la asunción por parte de los partidos históricos de sus principales postulados. Lo primero no se vislumbra de cara a las autonómicas, aunque podría fraguarse para las generales. La segunda vía, aunque puede conllevar graves riegos de implosión interna para el partido que se atreva a abrirse a los nuevos postulados, es el único camino para convertir a la formación que sea capaz de refundarse en alternativa política y socialmente hegemónica.

Ciertamente es patético oír a Rita Barberá intentar eludir sus responsabilidades en los chanchullos de Urdangarin y en el lodazal de Emarsa, echando las culpas a sus subordinados. Ciertamente induce al sarcasmo el frustrado intento del presidente de la Generalitat de que le pusieran un entrenador para darle clases de liderazgo. Porque mientras la una se dedica a defenderse y el otro a hacérselo mirar, el país, que se supone deberían gobernar, sufre. Y sufre mucho. Pero por eso mismo, dentro de los partidos de la más o menos izquierda no se puede estar a la espera del cambio de ciclo. Antes bien, ha llegado la hora de la responsabilidad, una responsabilidad que pasa por el diálogo con los movimientos sociales y por la generosidad intergeneracional. La juventud no garantiza nada, cierto, se pueden equivocar, pero nosotros, los mayores, ya nos hemos equivocado muchas veces. La más o menos izquierda debe darle, por lo menos, la oportunidad de que sean ellos los que se equivoquen. Si la izquierda tradicional no es capaz de hacer ese esfuerzo de suicidio orgánico que supone toda metamorfosis, será imposible que se adapte al nuevo ecosistema político en el que estamos entrando. Y en esa renovación y en ese diálogo con los jóvenes es clave revaluar a los sindicatos, que son quienes están en primera línea de la lucha de clases, algo que aunque algunos no lo quieran ver, es lo que nos está destrozando cada día.

 

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