Para que lo sepan
Urkullu desvela su plan de presos con Rajoy y la izquierda 'abertzale' de destinatarios
No acostumbra Iñigo Urkullu, prudente y reservado, a desvelar sus conversaciones privadas. Si lo hace, ahí hay que buscar el motivo de tal premeditación. ¿Por qué ha transgredido sus propios usos al detallar su encuentro con Mariano Rajoy en materia de política penitenciaria? Porque en esta ocasión el lehendakari quiere que se sepa que el proceso de paz le concierne, que tiene su propia propuesta para que no descarrile y que, además, no está dispuesto a que nadie socave su compromiso personal y político.
Al desvelar intencionadamente que el silencio fue la única respuesta del presidente Rajoy, Urkullu también quiere explicitar que se asiste a semejante desdén como un fiel reflejo de la política evasiva del PP. El Gobierno central no se mueve un ápice de su proclama inicial: ni un paso adelante hasta que ETA se disuelva. Y así desde octubre de 2011. Un plazo, desde luego, suficiente para alimentar la inquietud en la banda terrorista y en el ámbito abertzale.
Pero al retratar la parquedad de movimientos de Madrid, el lehendakari aprovecha el mensaje para cargar la cuota de responsabilidad que conlleva esta posición. Además, lo hace con un discurso donde no recorta la exigencia de esfuerzos a nadie: a ETA, para que de una vez por todas se disuelva y deje de convertirse en el reducto de un grupo terrorista clandestino, y al Gobierno central para que se adapte a la nueva realidad creada.
Tampoco Urkullu se olvida de la presión a la que el entorno abertzale le somete y de ahí que detalle a viva voz que tienen un plan, que no se olvida de los presos. Ocurre que le desagrada sobremanera, y junto a él al resto del PNV que lo viene sufriendo, además, en forma de pintadas, las reiteradas acusaciones que le reprochan haber huido de los compromisos de la Conferencia de Paz de Aiete. Con su propuesta de flexibilizar la política penitenciaria, de atender la situación de los presos enfermos y de propiciar la auténtica reinserción que incluya el reconocimiento del daño causado, Urkullu también logra marcar distancias con la estrategia abertzale, que nunca ha compartido. Lo hace, incluso, con un mensaje directo a quienes entiende que mantienen secuestrada la voluntad de muchos presos de ETA, entorpeciendo así una vía alternativa que jamás debería desaprovecharse. Posiblemente para que nadie le vuelva a acusar con el dedo en una cuestión tan nuclear como el proceso de paz, el lehendakari viene de Moncloa y lo cuenta.
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