Sant Jordi (in) ‘Victus’
La novela sobre 1714 de Sánchez Piñol, que no firmó, la más vendida en catalán y castellano La jornada sorteó de nuevo la crisis y alcanzó los 18 millones de euros de 2012 Espinosa, Barberà y Falcones triunfan en una Diada masiva
La Diada de Sant Jordi es tan particular que generó ayer, y contra todo pronóstico, casi las mismas ventas que el año pasado: unos 18 millones de euros, cifra que no se sabrá exacta hasta hoy pero que, sea finalmente la que sea, representa un 8% de todo lo que mueven las librerías catalanas en un año. El balance de libreros y editores no puede ser más positivo en tanto la facturación del sector lleva bajando un 10% de media en los dos últimos años, y en los apenas cuatro meses que van de este un 7%, según datos que baraja el Gremio de Editores de Cataluña.
El segundo milagro de la jornada fue que de los más de 200 autores que solo en Barcelona firmaron ayer ejemplares no estaba el que resultó el más vendido, tanto en catalán como en castellano, y que no fue otro que Albert Sánchez Piñol con su Victus, novela histórica sobre la caída de Barcelona en 1714 a manos de Felipe V.
El trasunto de la obra no fue la única señal soberanista que transmitió la Diada, cargada de libros que reflexionan sobre el tema y que estrenó nuevos escenarios en la capital catalana. El día fue tan positivo que ni la retransmisión del partido de semifinales de la Champions entre el Bayern y el Barça acortó en exceso la jornada. La única nota discordante se dio en Lleida, cuando sobre las 18.15 horas cinco jóvenes de entre 18 y 21 años con camisetas independentistas atacaron la carpa que había instalado Ciutadans y golpearon al coordinador de la fuerza política en Lleida, Albert Reyes.
Fuera de ese episodio, la jornada fue rica en postales que ratifican su naturaleza irrepetible.
Listas retocadas. Si el ausente Sánchez Piñol fue el gran vencedor de la jornada, el ganador presente fue Albert Espinosa, que con su Brújulas que buscan sonrisas perdidas se colocó como el segundo más vendido en catalán y el tercero en castellano, en esa lengua por detrás de La reina descalza, de Ildefonso Falcones, cuya traducción al catalán también se coló entre los más solicitados. Espinosa, que en el Sant Jordi de hace dos años ya fue el más vendido en ambas lenguas con Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, apareció encasillado en un particular apartado de “Mediáticos” en la muy discutible lista oficial de libros más vendidos del Gremio de Libreros de Cataluña. En esa clasificación no se consideró mediático, por ejemplo, el libro del presentador de Identitats de TV-3, Jaume Barberà que, con S’ha acabat el bròquil, fue el más solicitado en no ficción en catalán. “Creo que en Identitats damos una voz transversal, con el lenguaje de la gente, una opinión no autoritaria que cuestiona una ideología neoliberal que considera a la gente mercancía”, aseguró ayer Barberà, que dedicaba sus ejemplares con un “Si fem país i no partit ho aconseguirem”, acompañado de una estelada. “Creo en la independencia, no contra nadie, sino como instrumento para construir”, resumía su exitoso título, que ayer le debió dejar cerca de los 20.000 ejemplares.
El tapón Espinosa. La segunda cita de la jornada de Espinosa era en el tenderete de la Casa del Llibre del paseo de Gràcia. Cuando llegó de paquete en la moto de su editor luciendo un llamativo casco azul con el número 23, ya le esperaban cientos de personas con su libro debajo del brazo. “Solo quiero gozar del momento y pensar que será el mejor Día de Sant Jordi de los 10 últimos años”, aseguró mientras que una persona le abría los libros y le cantaba el nombre a estampar. “No me da tiempo a nada más. Están medio atrapados y cuanto antes acabe mejor para ellos”.
A las 12.30, el tapón humano entre los que hacían cola para Espinosa, Ruiz Zafón (muchos admiradores le esperaban desde las siete de la mañana) y Frank de la Jungla, que coincidían en el mismo espacio y a la misma hora, fue tal que se tuvo que desalojar a la gente por el interior de la tienda haciéndoles salir por la calle València, creando momentos de cierta tensión.
Marta, Ana y Arola, tras dos horas de cola, llevaban su trofeo bajo del brazo. “Nos gusta todo lo que hace y no nos perdemos su serie Polseres vermelles”. En el otro extremo de la cola, a casi 500 metros, Mari Carmen no desistió. “El libro es para mi hija, y para un hijo se hace todo”. En el tenderete de la librería Jaimes, víctima colateral, uno de sus empleados, harto de la situación, comenzó a gritar: “¡Aquí no podemos vender libros!”. La Guardia Urbana acabó poniendo orden.
El Sant Jordi más masivo. Los ciudadanos madrugaron ayer. A las nueve de la mañana, recién instaladas las casetas, ya había gente mirando y comprando libros y, mucho antes de las 11, cuando se inician las firmas, ya había colas a la espera del autor favorito. La geografía del libro mantiene su ruta, a pesar de los esfuerzos del Ayuntamiento para descentralizarla: desde La Rambla, plaza de Catalunya hasta paseo de Gràcia y Rambla Catalunya a la altura de Provença. Pero este año, en esa zona, la afluencia ha superado con creces los anteriores. Hubo quejas por la concentración de casetas de partidos políticos y entidades en Caneletes al restar espacios a las librerías de la zona.
La legión extranjera. De la australiana Kate Morton a la alemana Sarah Lark o la sueca Asa Larsson, todos los autores extranjeros que visitan Barcelona por Sant Jordi se quedan estupefactos. Esta es la tercera Diada que vive el libanés Amin Maalouf. “Es una excelente tradición que debería celebrarse también en otras ciudades y países”, afirmó. “Es increíble. ¡Un día entero dedicado al libro y a la rosa! Es mágico. Yo trabajo sola y este encuentro con los que han leído mis libros es fantástico”, añadió, Kate Morton. La inglesa Lindsey Davis estaba sorprendida. “Me ha parecido muy divertido encontrar a mis paisanos, que llevaban sandalias”, bromeó.
El colapso del Regina. Más de 150 autores asistieron al tradicional almuerzo. No se podía dar un paso, ni llegar a los bollos. Jordi Soler lo definió bien: “Es un desfase estético. Parece un bar de copas a las dos de la madrugada, pero sin copas”.
Màrius Serra hace ya tiempo que renuncia a aparecer en la foto. Alicia Giménez Bartlett salió corriendo a respirar. “No tocamos ni a medio lector por escritor. Pero es divertido”. Quien se lo pasó muy bien fue la vasca Dolores Redondo en su primer Sant Jordi. “Estoy como loca. No hay nada en el mundo equiparable”. A la autora de El guardián invisible le tocó firmar en Portal de l’Àngel entre dos monstruos: el italiano Federico Moccia y el televisivo Jorge Javier Vázquez. Se defendió. “Firmo bastantes libros en catalán”. Lo de los mediáticos no deja de sorprender. La cola de Vázquez llegaba hasta la calle Canuda. Gente de toda edad y condición le jaleaba y le fotografiaba desde lejos. Lo mismo le pasó a María Teresa Campos, pero peor. Los fans no querían siquiera que les dedicara un libro, solo verla de cerca. Casi lo mismo que a Miguel Ángel Revilla: el televisivo expresidente de Cantábria abrazaba niños y oía anécdotas familiares mientras firmaba: “La gente entiende lo que digo y yo no robo”, decía entre aplausos de seguidores que acallaron los gritos de un disidente que le espetó: “¡Populista!”.
‘Clásicos’ de siempre. Un alivio salir de pandemonium de los mediáticos y encontrar a autores como Jordi Soler, Ignacio Vidal-Folch, Enrique Vila-Madats, Eduardo Mendoza y Cristina Fernández Cubas, firmando tranquilos, sin agobios. El que más, Mendoza. La psicóloga Patricia Ramírez le regaló su Autoayúdame, para sorpresa del escritor, que aprovechó el ejemplar para guardar una pieza necrológica redactada por Pere Gimferrer. “Menuda noche, suerte que dan el Barça”, decía el escritor antes de la debacle blaugrana. Unas mesas a la izquierda, en una imagen de los nuevos tiempos, Javier Sierra añadía a la firma de sus ejemplares de El maestro del Prado una tarjeta con una guía del museo madrileño para descargar. Para Josep María Espinàs, un Sant Jordi especial: hace 59 años que asiste, desde tiempos oscuros, escondido tras el mostrador de la librería Catalònia.
Diada guerrera. El ambiente soberanista se dejó notar: desde cuatro tenderetes de la Assemblea Nacional Catalana (vendiendo un impagable Kit del independentista con bebida isotónica y pasaporte de la futura república catalana) a rosas envueltas en celofán con estelada impresa. El alud de títulos sobre independentismo impidió que destacara uno. “La gente me cuenta sus casos, llora y yo lloro”, recordaba Ada Colau, de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Otro tipo de grito; su vecina Rosa Montero le regaló su libro dedicado: “A la guerrera ciudadana”. La Diada también fue reivindicativa
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