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Atxaga: “Me gusta más escribir ahora que cuando publiqué ‘Obabakoak”

La obra más conocida del escritor guipuzcoano cumple 25 años

La obra más emblemática de Bernardo Atxaga, Obabakoak, cumple 25 años. El escritor asegura que desde entonces ha ganado en el "amor al oficio" y ha perdido "la ilusión por todo lo que rodea al hecho de escribir, por los viajes, las promociones y las mesas redondas". "Me gusta más escribir, si cabe, que cuando publiqué Obabakoak", ha asegurado el autor en una entrevista telefónica, en la que admite que quizá ahora "las ideas originales no acuden con tanta frecuencia" como antes.

Atxaga (Asteasu, 1951), que tiene entre sus muchos premios el Nacional de Narrativa, que ganó en 1989 precisamente por Obabakoak, no siente el peso de ser uno de los escritores más reconocido en euskera. Reconoce que ha tenido "más proyección que otros", pero que siempre ha estado acompañado por colegas "muy buenos" de su generación, entre los que cita a Ramón Saizarbitoria, Anjel Lertxundi o Koldo Izagirre.

Comenta que en la revista Erlea, que edita Euskaltzaindia, publican ahora muchos autores jóvenes y cree que la literatura vasca "merece ya el nombre de literatura en todos los aspectos", porque "ya es toda una institución literaria, aunque de tamaño sea más pequeña".

El autor de Zeru horiek asegura que se siente muy unido a determinados escritores  —unos son amigos y de otros respeta "mucho su trabajo"—. Quienes no despiertan sus simpatías son aquellos que, "como los ciclistas, se ponen a la espalda". Le ha ocurrido y por ello rechaza que alguno pueda erigirse en su heredero. "Si alguien habla en ese sentido es un falsario de arriba a abajo. Sé que hay quien lo hace y por eso digo lo de falsario con toda tranquilidad", recalca.

Es prioritario no trasladar la carga de la violencia a la generación de niños que ahora tienen 10 o 14 años"

Atxaga, cuyo verdadero nombre es Joseba Irazu, considera que en su oficio resulta importantísimo ser independiente, "no tener otras servidumbres aparte de las afectivas". "En esa independencia, he jugado lo mejor posible en el tablero que me ha tocado, que a poco que me descuidara o resbalara, me podía convertir en el escritor nacional, representativo, en el embajador cultural. Todo esto lo he parado en seco siempre que he podido", mantiene. Tampoco ha aceptado nunca premios con "derivaciones politiqueras".

Sí tuvo un acercamiento a la política cuando decidió apoyar, junto a José Saramago, a Ezker Batua en las elecciones vascas de 2009, una experiencia que no volverá a repetir, después de la crisis que vivió el partido de Javier Madrazo, que acabó dividido en tres. "Concibo la vida como una reacción a lo que va ocurriendo alrededor. He sido abierto, no tengo una ideología reglamentada y, en un momento concreto, creí que era una buena idea apoyar a EB públicamente, pero ya no. Esas divisiones y ultradivisiones me recordaron a una izquierda como de teatro, tan de otra época, tan sectaria, que dije ahí os quedáis", explica.

La "mayor decepción" de su vida, y espera que la última, vino también de los políticos, que de la misma forma que decidieron crear en 2005 Ipupomamua, un centro de interpretación de literatura infantil y juvenil en Asteasu, acordaron pocos años después enterrar el proyecto, cuya idea y nombre gestó el propio Atxaga. "Esa fue la guinda que me llevó a decir adiós a la clase política. Me dije: esto es ya el final del final", recuerda. Y añade: "Siempre había pensado que no se puede trabajar con las instituciones, que la cultura la tienes que hacer tú, que todo lo que toca la subvención y el dinero público tiene en general muy poco recorrido. Pero tuve un momento de euforia, tras una visita al Berliner Ensemble, y empleé muchas horas de mi vida en ese proyecto. Ahora lo contemplo como el humo disuelto en el éter. Ha sido una historia muy triste".

Atxaga también ha reflejado en su obra el problema de la violencia en Euskadi. Ahora opina que, aunque ETA desaparezca, las personas de su generación, los nacidos entre los años cincuenta y sesenta, van a "arrastrar la carga de la violencia hasta el final de sus días". "Lo que es prioritario es no trasladar esa carga a la generación de niños que ahora tienen 10 o 14 años", defiende. Ello "supondría una señal de agarrotamiento cultural e ideológico", aparte de resultar "absolutamente reprobable" en el terreno moral. "No puedes pasar a la siguiente generación problemas que empezaron en el más crudo momento del siglo anterior", apostilla.

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