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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El comercio como síntoma

Sant Andreu es un barrio con unas tiendas vivísimas; en la otra punta, en la Diagonal, languidecen

Sant Andreu tiene un núcleo central restaurado y hermoso, con edificios de color pastel y esa arquitectura popular que le da una pátina encantadora de identidad. Aquí se ha trabajado bien. Gran de Sant Andreu es, como su nombre indica, la espina dorsal del barrio y el eje comercial, a dos pasos del mercado, con el orgulloso bar Versalles sentando sus históricos reales. De tanto en tanto, calles transversales y peatonales crean pequeñas plazas como rellanos de un paseo pletórico de vida. El debate es si hay que expulsar los coches de este paraíso, una pelea histórica que se resume en una pregunta: ¿puede una ciudad, con su dimensión, funcionar sin tráfico? Los vecinos quieren demostrar que sí, los comerciantes claman que no. Cada vez que se toca el tráfico, dicen, bajan las ventas.

Es cierto que Sant Andreu ha sufrido en sus carnes la prepotencia del tráfico: Porcioles arrasó, en nombre del automóvil, la rambla que el alcalde Maragall restituyó. Pero el carrer gran es hoy otra cosa. Un carril de circulación, a veces uno de aparcamiento, a veces también un espacio para bicis, porque la vía va ganando y perdiendo anchura a medida que serpentea por el barrio. El comercio está vivísimo. Es el tipo de comercio que sobrevive solo en aquellos barrios que no han sido devastados por el turismo. No me imagino a nadie de la otra punta de Barcelona viniendo aquí a comprar, pero tampoco a nadie de Sant Andreu yendo a la otra punta a comprar cosas cotidianas. Por la calle pasan furgonetas, una detrás de la otra. El tráfico está, pero no molesta, así que es difícil decir si la calle sigue siendo un eje prioritario. Se diría que no, que ese papel le corresponde a la Meridiana, y que el tráfico podría reducirse a mínimos, pero hoy en día a los comerciantes les da miedo cualquier cosa, el vuelo de una hoja, un soplo de aire, tan frágiles están las ventas.

¿Alguien ha ido a caminar, pausadamente desde Francesc Macià a paseo de Gràcia antes de ponerse a dibujar cómo tiene que ser la avenida?

El comercio declinante es precisamente el tema de la Diagonal. Están cerrando tiendas, ni muchas ni pocas, pero algunas como estridente señal de alarma. Y, en efecto, la que había sido teórica shopping line en el deseo municipal, con su Tombús de lujo, es hoy un espectáculo deprimente. La primera sensación es de incomodidad: aquí sobran cosas. Menos árboles y gente, sobra de todo. Sobra ruido, coches, autobuses, bicicletas. Así que el Ayuntamiento ha acordado, en una pirueta muy suya —sumando el voto esotérico del PP—, desbloquear unos cuantos millones para introducir calma en esta vía condenada por las sucesivas reformas fracasadas. Se trata de ampliar las aceras, subsumiendo los carriles laterales, para darles el aire de paseo que ahora mismo no tienen. La calzada central parece intocable porque, nos guste o no, la Diagonal fue diseñada para cruzar Barcelona repartiendo el tráfico que viene del sur.

Ahora bien, aceptando que todo retoque es una mejora porque se parte de muy abajo, ¿alguien ha ido a caminar, pausadamente desde Francesc Macià a paseo de Gràcia antes de ponerse a dibujar? Lo primero que se ve es que el comercio no tiene continuidad: hay largos tramos, de calle a calle, ocupados por bancos y cajas y oficinas. Y las oficinas han determinado el modelo comercial: ni atisbo de proximidad, como si aquí no viviera nadie. Hay muchas tiendas para hombres; hay algún sitio de copas after work; unos cuantos —no demasiados— lugares para comer liviano al mediodía. Y después, la cuota de lujo que da la geografía y que favorece el tamaño de los locales: bodas, coches, muebles. Unas pocas joyerías, alguna casa de moda femenina. Dicen que la función hace al órgano, o viceversa, así que es posible que, arregladas las aceras, florezcan las tiendas atractivas y todo cambie, pero no será automático.

De paso, habrá que solucionar las bocacalles, que el trazado en diagonal desordena: en un lado se ha resuelto el problema con placitas funcionales y del otro no. Eso contribuye a hacer más abrupto el paseo y ha acabado por desertizar la parte media del tramo que ahora se va a maquillar. La Diagonal es el polo opuesto a Gran de Sant Andreu: no es barrio, no es proximidad, no es amable, no es popular. Y no funciona. Es difícil construir una ciudad de lujo y mantenerla después con vida.

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Patricia Gabancho es periodista y escritora

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