Llueve lluvia y no bombas
Emotivo homenaje en Barcelona a las víctimas de los terribles bombardeos fascistas de marzo de 1938
Poco después de mediodía sonó una sirena de alarma. Ululante, rasgó el silencio y se extendió por el aire como un presagio maligno. Fuimos muchos los que alzamos involuntariamente la cabeza y miramos con inquietud al cielo: nada, a Dios gracias, excepto las nubes color ceniza. Los supervivientes, en cambio, permanecieron tranquilos, inmóviles bajo la lluvia, mirando al frente. Ellos saben cuándo las sirenas son de verdad y hay que correr a los refugios, cuándo va a desatarse el infierno. El acto de recuerdo de los terribles bombardeos de la aviación fascista italiana sobre Barcelona los días 16, 17 y 18 de marzo de 1938 y de homenaje a sus víctimas (un millar de muertos) se celebró ayer, ecuador del aniversario de los 75 años de aquella barbarie, en la Gran Vía entre las calles de Balmes y rambla de Catalunya, sobre la acera, frente al cine Coliseum.
Allí, epicentro de la masacre provocada esos tres días no del cóndor o la Cóndor sino de las rapaces italianas, los Falchi delle Baleari y los Sparviero, las escuadrillas de bombarderos Savoia S.79 procedentes de sus nidos mallorquines, se alza el monumento a los fallecidos, instalado en 2003. Fue la de ayer una ceremonia extraordinariamente emotiva aunque no precisamente multitudinaria. Fueron muchos más los que prefirieron participar en el maratón que recordar cómo corrían nuestros padres y abuelos al llegar los aviones.
Lloviznó desde el comienzo y la lluvia fue a más durante la ceremonia. Resultó incómodo, pero le añadió dramatismo al acto, apiñó a los presentes y puso una pertinente sensación de resistencia en los espíritus. Además, ofreció una gran ocasión para la metáfora. Prácticamente todos los oradores se refirieron a la afortunada circunstancia de que en vez de bombas esta vez llovió lluvia.
Poco después de mediodía ha sonado una sirena de alarma
Entre los presentes, a destacar, por supuesto, a los supervivientes, los que fueron testigos de los bombardeos. Su estoicismo bajo la lluvia pese a su edad fue una vez más un ejemplo. Al final del acto, se escuchó El Cant dels Ocells y Alfons Cánovas, hijo de un estibador muerto en el puerto durante los ataques y testigo él en la querella interpuesta recientemente contra los pilotos fascistas, no pudo contener las lágrimas, que cayeron por su rostro mezclándose con la lluvia.
También bajo las gotas, que arreciaban y resbalaban por los cascos de los dos miembros de la guardia urbana de gala, se mantuvo erguido, enarbolando su bandera republicana, Francisco Mellado, antiguo mecánico de cazas Chatos (“y Moscas”, me precisó orgulloso), uno de los representantes en la ceremonia de la Asociación de Aviadores de la República (ADAR), que se cuadró al ver aparecer a su presidente, Antonio Vilella. No pudisteis pararlos, le dije a Mellado, en cariñoso reproche. “Lo intentamos”, contestó muy serio; “pero eran muchos y más rápidos”. Chasqueó la lengua, apesadumbrado, como si hubiera sido ayer mismo cuando las alas fascistas ensombrecieron la ciudad.
Durante el acto, que se inició con una descripción de los hechos por el catedrático de historia y especialista en los bombardeos Joan Villarroya —que recordó la mala pata de que una bomba cayera sobre un camión de explosivos precisamente aquí, aumentando exponencialmente la calamidad—, uno de los parlamentos más emotivos fue el de Manuel Cardeña. Era un niño de cinco años al empezar la Guerra Civil y fue testigo de los ataques sobre Barcelona. Ayer, explicó cómo estirado en la terraza observaba las mortales evoluciones de los aviones. Cardeña evocó la vida de entonces en la ciudad, los refugios, el miedo, el hambre, pero también la emoción de la guerra en un chiquillo que vio de qué manera tan increíble los objetos más insospechados volaban por los aires con las explosiones y una vez encontró una pistola. Compartió sus vivos recuerdos sobre el bombardeo de la Barceloneta, las visitas a las fábricas destruidas de la mano de su padre, o cómo en vez de bajar al refugio sucio y húmedo se colocaban junto a la pared maestra de su casa envueltos en los colchones.
Especial significado ha tenido la participación en el acto del cónsul general italiano
Especial significado tuvo la participación en el acto del cónsul general italiano Daniele Perico, en una posición un tanto incómoda dado el asunto. Perico recalcó que la República Italiana a la que representa nació en 1946, edificada sobre sólidos valores antifascistas y expresó la solidaridad de su gobierno con las víctimas y sus familias. Joana Ortega, vicepresidenta del Gobierno de la Generalitat, se refirió a las acciones de la Aviazione Legionaria de aquellos tres días como “actos de una barbarie imperdonable”. Consideró que el acto de ayer era “por encima de todo un acto de reafirmación de nuestros anhelos y nuestro país”. Cerró las intervenciones el alcalde Xavier Trias, que demostró tomarse casi como algo personal el que alguien bombardeara la ciudad. Empezando con hálito lincolniano —“75 años atrás tuvo lugar aquí uno de los bombardeos más sanguinarios del siglo XX”—, apuntó a los culpables detrás de los aviadores, Mussolini y sobre todo Franco.
El acto concluyó con una ofrenda floral. Todos acabamos mojados, pero muchos compartiendo esa sensación de coraje y determinación ante el futuro que inspiran los supervivientes y aquella sonrisa que, según explicó Villarroya, describía L’Esquella de la Torratxa en la cara de los barceloneses durante los bombardeos, y que era “una manera como otra de enseñar los dientes”.
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