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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La moda de la transparencia

Si uno llegara de Marte, preguntaría: ¿pero es que todo eso no se estaba haciendo ya? ¿No es esa la esencia de la democracia?

De repente, todos quieren ser transparentes. ¡Hasta Cristina de Borbón! Se lo ha dicho su marido, Iñaki Urdangarín, al juez: “La Infanta estaba en el instituto Nóos por transparencia, comodidad y formalismo”.

 Transparencia es una hermosa palabra que corre el riesgo de quedar gravemente herida si se la maltrata. Transparente es todo aquello que es claro, evidente, que se comprende a la primera, que no admite ambigüedades

Transparencia es lo contrario de opacidad, de oscurantismo, de secretismo, de turbiedad, de silencio. La falta de transparencia produce una gravísima enfermedad que corroe las entrañas del sistema democrático: la corrupción. En España, conforme crecía la sucia montaña de la corrupción, se abría paso la palabra transparencia.

Rodríguez Zapatero quiso sacar adelante una ley sobre la materia, pero no puso el suficiente empeño. Aprobó el anteproyecto de ley el mismo día en que anunció el adelanto de las elecciones.

Ahora, parece que la cosa va más en serio. Presionado por los casos de corrupción que afectan a su partido y a la Casa Real (Bárcenas, Urdangarín) Rajoy ha decidido pisar el acelerador y sacar adelante la ley de transparencia.

Pero cuesta creer que un presidente tan poco transparente como Rajoy apueste seriamente por una ley de ese tipo. Los hechos lo demuestran a diario: el lunes, Rajoy se negó a comentar la cifra de cinco millones de parados, y ayer escapaba de los periodistas en el Senado; Ana Mato tardó un año en rendir cuentas en el Parlamento, y solo ante la amenaza de un plante de los periodistas aceptó preguntas en Nueva York; Cospedal suspendió su habitual rueda de prensa semanal para no hablar (y hacer el ridículo de nuevo) de Bárcenas. El silencio es su consigna. Lo contrario de la transparencia.

Esperemos a ver qué sale del Congreso. Desde luego, ya es hora de que España deje de ser uno de los pocos países europeos, con Luxemburgo, Malta y Chipre, que no tiene una ley de transparencia.

Los Gobiernos autonómicos, el andaluz entre ellos, no son ajenos a esta necesidad de transparencia. El presidente José Griñán quiere aprobar una ley autonómica. Ha propuesto al resto de partidos incluirla en el Pacto por Andalucía.

La Junta se ha puesto en movimiento. Antes de que el Consejo apruebe el anteproyecto de esa futura Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública, se pide a la ciudadanía que aporte iniciativas en una página web y se estimula el debate social con unas jornadas sobre la transparencia. A través de un “Gobierno abierto”, se quiere establecer “una nueva forma de relación con los ciudadanos, basada en tres principios: transparencia, participación y colaboración”.

Los otros dos partidos parlamentarios, PP e IU han elaborado su propio catalogo de medidas.

En conjunto, lo que proponen todos ellos conforma un rosario de buenas intenciones, que puede resumirse en unas pocas líneas: decir la verdad; castigar con mayor dureza la corrupción y ampliar el plazo de prescripción de los delitos relacionados con ella; prohibir las donaciones de las empresas a los partidos y controlar mejor sus finanzas; prohibir los sobresueldos a los cargos públicos y de partido y obligarlos a publicar sus declaraciones de IRPF y de patrimonio; al final de su mandato, someterlos a una auditoria.

Si uno llegara de Marte, preguntaría: ¿pero es que todo eso no se estaba haciendo ya? ¿No es esa la esencia de la democracia?

Pues no. No se hacía como era debido, aunque algunas de esas cosas ya estaban contempladas en la legislación vigente y eran demandadas por la ciudadanía.

Esperemos que ahora el concepto transparencia, lejos de quedarse en simple palabra de moda, se convierta en una realidad palpable que elimine la enfermedad que nos asfixia: la corrupción.

@JRomanOrozco

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