La Catedral de Santiago ultima la elección del deán menos poderoso de la historia
El cabildo fue despojado de responsabilidades que han asumido la Fundación Catedral y un administrador seglar puesto por el arzobispo
La víspera de Reyes, los canónigos de la Catedral de Santiago se reunirán en la sala capitular para elegir un nuevo “primero entre iguales”. Antes, alguien se habrá preocupado por colocar allí unas papeletas con los nombres de los “elegibles”, en principio los 16 miembros del cabildo que no están jubilados, la cifra más baja de la historia. Y después de una ronda en la que cada cual podrá defender en voz alta las características que, en su opinión, deberá poseer el nuevo deán, un representante para tiempos revueltos, los miembros con derecho a sufragio marcarán el nombre de su escogido. Saldrá el que obtenga una mayoría de dos tercios. Y si nadie llega, se repetirá nuevamente el proceso. José María Díaz, el deán y archivero que tuvo que desprenderse de sus cargos después de que el robo del Códice hiciese temblar hasta el sepulcro del hijo de Zebedeo, ya no podrá participar. Los canónigos eméritos, retirados, tienen voz pero no voto y muchas veces ya ni asisten a las juntas.
En el tradicional gobierno de la catedral hay tres formas democráticas de tomar decisiones. Además de la descrita, solo para la elección de representante, en la sala capitular se practican la votación a mano alzada y un peculiar sistema de consulta por medio de fichas blancas y negras. Basta con que un canónigo pida el voto secreto para que se recurra a este secular rito: todos los sacerdotes cogen una ficha de cada color, y deben ir pasando junto a una mesa con dos recipientes. En uno de ellos, cerrado, echan la ficha blanca si su voto es positivo o la negra si es contrario a la propuesta. En el otro, sin tapa, arrojan la pieza sobrante o las dos, blanca y negra, en caso de abstenerse. El menguado cabildo (en la última etapa compostelana de Rouco llegaron a ser 40) sigue reuniéndose y tomando acuerdos, pero cada vez sus decisiones son menos trascendentes.
Desde que las Cortes de Cádiz abolieron el voto de Santiago, pocos golpes tan duros recibió este cabildo como el que supuso la desaparición del Códice Calixtino. Si entonces cayeron brutalmente los ingresos de la que era la institución más poderosa de Galicia (el 80% de lo recaudado procedía de los impuestos que pagaba más de media España a los custodios del Apóstol por los servicios prestados en la batalla de Clavijo), ahora quedaron en evidencia profundas brechas en la gestión y, a la espera de un juicio todavía sin fecha, la investigación constató que había más irregularidades que las que se le atribuyen al electricista que confesó ser el ladrón.
Últimamente, el deán ya no era el hombre más importante de la catedral. Arzobispo aparte, el canónigo con mayor parcela de poder era y es Daniel Lorenzo. Este sacerdote que todavía vive y es párroco en Bugallido (Ames), acumula los cargos de canónigo fabriquero (responsable del mantenimiento y funcionamiento de ese gigante laberíntico que es la basílica), presidente de la Comisión de Cultura y Arte, presidente también del Tribunal Eclesiástico, y, lo más decisivo de todo, director de la Fundación Catedral. Nació, como si se tratase de una premonición, en A Pobra do Deán (Pobra do Caramiñal), en 1963, aunque cuando se le pregunta por la posibilidad de que él ocupe también la vacante de jefe del cabildo dice que debería ser “alguien con más experiencia” dentro de la catedral.
La cabecera de la Iglesia gallega
Últimos deanes de Santiago. Los anteriores representantes del cabildo de la única archidiócesis gallega (1.069 parroquias), cúpula de la Iglesia en Galicia y trampolín episcopal para muchos, fueron, desde los ochenta, Antonio María Rouco Varela, Juan Martínez Bretal (nombrado por Rouco presidente-sustituto al convertirse este en arzobispo), Camilo Gil Atrio (secretario personal de los cardenales Quiroga y Suquía), Jesús Precedo Lafuente, Luis Quinteiro Fiuza (exobispo de Ourense y actual titular de Tui-Vigo), Manuel Calvo Tojo y José María Díaz Fernández (entró inicialmente en funciones al enfermar su predecesor, fue elegido luego en 2006 y revalidado en 2010).
Los nombres que más suenan. El deán no siempre ha sido el más antiguo. Rouco Varela era un recién llegado de vasta formación y prestigio. Los que llevan más años (tres décadas) en el cabildo, hoy, son Juan Filgueiras y José Fernández Lago, pero en las quinielas aparecen también los nombres de los más jóvenes: Daniel Lorenzo, con formación en derecho, y Elisardo Temperán (nacido en Pontecesures en 1956), canciller secretario del arzobispado y director del archivo diocesano.
Lorenzo rechaza que la creación de esta institución paralela que ha asumido la gestión el plan director con el que la seo aspira a autofinanciar su cotidiana sed de restauraciones haya restado protagonismo al cabildo. Simplemente, explica, “ahora la acción cultural depende de la fundación” mientras que el cuerpo de canónigos sigue ostentando las funciones “fundamentales” de “recepción de peregrinos y trabajo pastoral”. Pero otras fuentes del cabildo aclaran que Daniel Lorenzo, la figura que dio la cara tras la detención del electricista Castiñeiras para presentar las cuentas del templo ante la prensa, es el “puente” entre el arzobispado y Francisco Domínguez, el economista seglar procedente de Caixa Galicia que el propio jefe de la archidiócesis, Julián Barrio, nombró en septiembre como administrador general de la catedral. Según Lorenzo, todos los cambios “estaban previstos” antes del secuestro y la recuperación del Códice. Como prueba plantea los hechos de que la constitución de la Fundación Catedral (que dirige él pero preside el arzobispo) tuviese ya lugar en el año 2008 y que la ampliación de sus responsabilidades se produjese a principios de 2011, antes del mes de julio, cuando desapareció el valioso manuscrito.
El robo solo fue el gran goterón que colmó el vaso. Las sospechas contables venían de lejos. El anterior responsable de la cuestión económica, el canónigo Manuel Iglesias, vivió durante años una agonía al comprobar constantemente que le faltaban gruesas cantidades de la caja fuerte, así que encargó la instalación de una cámara que enseguida apareció estropeada. Lo que no sabía el ladrón del dinero, y en realidad nadie en el templo hasta que se investigó el robo del Códice, era que el aparato que ya no transmitía seguía registrándolo todo en una memoria interna.
Además del administrador general, ahora el contable también es seglar, y la Fundación Catedral ha creado una oficina técnica que se encarga de planificar cualquier obra. Otra empresa privada se ha hecho cargo del plan de seguridad y ha instalado decenas de cámaras, y la plantilla de trabajadores de la catedral, 33 personas con convenio laboral propio, “también depende ahora de la Fundación”, tal y como asegura el portavoz del cabildo, José Fernández Lago.
Según este canónigo, que una vez retirado José María Díaz se ha convertido en el segundo más antiguo en el cabildo por detrás del que ahora es el primero y por tanto deán en funciones, Juan Filgueiras (prefecto de Ceremonias), se produce un cambio hacia “la contratación de especialistas”. “El cabildo tiene cada vez más claro que es un colectivo de sacerdotes que debe encargarse de acoger a los peregrinos y representar en actos a la catedral”, concluye. “Está bien”, que sea gente de la calle la que se responsabilice de las cuestiones terrenales porque, defiende el sacerdote, “los curas vemos las cosas de manera distinta”.
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