La mudanza inconclusa de La Fe
El hospital de Campanar, en Valencia, solo tiene útiles tres de las nueve plantas del edificio La Generalitat aún ignora qué hacer con él ante el déficit económico
La denuncia del grupo parlamentario Compromís y las reincidentes quejas ciudadanas han vuelto a poner encima de la mesa la situación del antiguo hospital La Fe de Campanar en Valencia. La portavoz de la coalición, Mónica Oltra, destacó hace unas semanas el “desmantelamiento incontrolado” del centro y acusó a la Generalitat de “desidia”. Estas declaraciones se han sumado a las marchas que llevan realizando los vecinos del barrio desde hace 18 meses, el tiempo que lleva el inmueble condenado al ostracismo desde que su mudanza quedara inconclusa.
Este edificio, construido en los años setenta sobre una parcela municipal, se quedó sin apenas rendimiento en mayo de 2010, cuando se inauguró el nuevo hospital en el bulevar sur. Ahora se mantiene el área de pacientes crónicos y alberga laboratorios clínicos, de anatomía patológica e investigación “hasta la finalización de la torre A en Bulevar Sur”, según indican desde consejería. También cuenta con dos puertas de urgencias y varias unidades para exámenes mamarios, dosimetría o esterilización. A pesar de estos servicios, solo tres de las nueve plantas están ocupadas. El resto es un cementerio de camillas, ordenadores, documental clínico e instrumental desvencijado.
En los pasillos aún quedan documentos, ordenadores y suciedad acumulada
Desde Sanidad advierten que el material útil lo distribuyeron por los hospitales de la Comunidad Valenciana y que el obsoleto se valoró técnicamente y se aprovecha “en países en vías de desarrollo a través de Organizaciones No Gubernamentales”. Una enfermera del centro confirma que, sobre todo después del verano, se ha ido repartiendo algo de material pero que, también, “el que ha ido lo ha cogido sin más”.
En medio de un déficit millonario y de un bloqueo de obras palpable, el Consell aún no se ha pronunciado sobre el futuro de esta estructura vacía. Mientras, el nuevo centro sigue con la torre destinada a laboratorios e investigación vacía. “Nos están reduciendo el catering. Cada vez hay menos seguridad y las enfermeras se están repartiendo por otros hospitales”, añade la trabajadora, que explica con todo detalle cada cambio de turno o de régimen alimentario impuesto en el centro.
Los vecinos y el grupo Compromís han denunciado el estado del edificio
Las quejas no se quedan entre los empleados. Matías Alonso, uno de los integrantes de la Plataforma Cívica que lleva protestando cada mes contra el abandono del lugar, corrobora las afirmaciones: “Está todo tirado. Parece un estercolero”. Un simple paseo por los pasillos del hospital da cuenta de la magnitud del olvido: teclados de ordenador amontonados en los despachos, papeles tirados por el suelo, archivadores apilados y la suciedad acumulada tras la mudanza, incluyendo colillas de cigarros o restos de comida.
Entre este colectivo, que el pasado día 18 de diciembre salió de nuevo a rodear el inmueble, se encuentra Maite García. Esta mujer de 54 años tiene una hija con minusvalía que ha cumplido este año 28. Su adhesión continua a las protestas seguirá hasta que reabran, al menos, el servicio de urgencias: “Desde la administración no hemos recibido respuesta ninguna, solo nos reprochan que hay pacientes que se vienen de pueblos a tratarse a Valencia”, se queja. “La diferencia es que en estos pueblos no hay hospital y este funcionaba estupendamente y lo han dejado exclusivamente para crónicos”. “Nosotras elegimos este barrio por estar cerca del hospital porque por desgracia son muchas las visitas que le hacemos”, zanja.
En la última marcha, la agrupación no solo incidió en el “lamentable” estado del centro sino que acudió al lugar con linternas y velas “para iluminar al nuevo consejero de Sanidad [Manuel Llombart]”. “Desde hace meses todas las farolas de la acera de la avenida están apagadas. Es que da miedo e inseguridad”, apunta Alonso.
El clamor del barrio también se ha hecho notar en antiguos pacientes. Para Antonio y Consuelo, de 42 y 43 años respectivamente, la coyuntura es un retroceso grave. La mujer está “delicada” de salud y vivir al lado de este centro les daba “mucha tranquilidad”. Ahora, cuenta Antonio, con cada ataque de epilepsia que sufre, ambos “las pasan canutas”. Su inquietud es tal que, movidos por la desesperación, realizan una llamada a la comprensión: “¿Por qué teniendo uno de los mejores hospitales de España lo han cerrado?”.
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