En el origen fue la belleza
El Museo Arqueológico Regional viaja desde Alcalá al arte en el Paleolítico
Desde 1979, España no era escenario de un exposición como la que hasta el 7 de abril muestra el Museo Arqueológico Regional en su palacio alcalaíno de la plaza de Las Bernardas: por iniciativa de la Consejería de Empleo, Cultura y Turismo del Gobierno regional, el museo ha traído a Alcalá de Henares hasta 140 objetos de un valor documental extraordinario. El presidente regional, Ignacio González, en medio de una fuerte contestación protagonizada por trabajadores de Telemadrid, inauguró ayer esta muestra. Se exhibe un repertorio de elementos dotados del aura de la belleza, pintados o construidos por seres humanos en piedra, hueso, asta y madera, extraídos 40.000 años después de su hechura en abrigos o cuevas.
Las obras expuestas han sido prestadas por nueve instituciones arqueológicas francesas, y por otra media docena de institutos españoles, como el Museo Arqueológico Nacional y dos universidades. Algunas de aquellas, desde sus vitrinas de la Dordoña, Aquitania o el Languedoc, nunca habían cruzado la frontera gala.
Su armoniosa disposición en esta muestra traslada a los visitantes hacia una edad del género humano envuelta en fascinantes sorpresas, pero asediada todavía por demasiadas preguntas a las que los prehistoriadores y arqueólogos tratan desde hace dos siglos de dar respuesta. La cuestión planteada por esta exposición es un desafío palpitante y retador: ¿hubo o no Arte en el Paleolítico, la fase del Pleistoceno en la que el género humano irrumpió en el mundo de la inteligencia superior?
La muestra toma partido a favor de que sí hubo Arte. Mas, para mitigar la rotundidad de tal apuesta, la exposición lleva por título Arte sin artistas. Su comisariado corresponde a Sergio Ripoll, catedrático de la UNED e hijo del arqueólogo Eduardo Ripoll, quien fuera el alumno español más distinguido del Abate Henri Breuil. Deslumbrado por los hallazgos del cántabro Marcelino Saénz de Sautuola en Altamira, en 1875, Breuil puso todo su prestigio científico en estudiarlos y en avalar la riqueza del arte rupestre y mueble de la arqueología prehistórica franco-española, de la cual esta exposición resulta ser gozoso testimonio. La pieza más valorada a la mirada del visitante es la llamada Venus del cuerno, joya de femenina plenitud tallada en piedra y encontrada en una cueva francesa de Mas D'Azil.
Parece increíble que moradores humanos de cavernas como la de Rouffignac, pobladas por osos de hasta tres metros de altura, se adentraran a través de sus grutas hasta seis kilómetros. Y ello para tallar o pintar sobre los muros figuras excelsas como las exhibidas en esta muestra. Sus autores, desprovistos entonces del grato reconocimiento que con el tiempo adquiriría la autoría de las obras de arte, se dotaban de lámparas alimentadas con grasa animal; también de buriles, lascas y pinceles rudimentarios, así como colores procedentes de la amarilla limonita, rojos óxidos de hierro o negros de manganeso, para ornamentar los lomos de caballos, renos o bisontes que representaban sobre los oscuros muros...
Deslumbra la finura de un pequeño propulsor usado para lanzar flechas, en asta de reno, cincelado con la figura de una cierva durante un parto. Su delicadeza permite al visitante conmoverse hacia quienes, no solo pugnaron por perpetuar su vida en condiciones de adversidad sobrehumanas sino que, en tal lid, nunca olvidaron crear belleza, como seña de humana identidad.
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