El hundimiento
El PSOE no huele su época. No puede. No está en el debate de las izquierdas y su nuevo ideario: democracia 2.0, impago de deuda...
Al PSOE le pasa un poco lo que a Lance Armstrong. No ha cambiado en el tiempo, pero de pronto, zas, se ha quedado sin medallero. No obstante, los análisis al respecto emitidos por el PSOE y por las personas que, durante 35 años, han descrito en la prensa al PSOE, tienden a hablar de la anécdota del caso —la pérdida del medallero—, antes que de lo categórico. Lo categórico es el paso del tiempo, que ha adquirido forma de descomunal cambio de era, que ni el PSOE ni sus narradores saben dibujar. Quizá por esa incapacidad, los análisis que se prodigan tienden a presentar como solución medallística omitir esta época y volver a la anterior, algo no solo imposible, sino formalmente reaccionario. En lo que es otra metáfora, la añorada época anterior desapareció en dos jalones, que ni el PSOE ni sus narradores han sabido aún verbalizar: el 15-M, cuando una parte notoria de la sociedad se rebeló contra esa época, y hace un par de agostos, cuando la UE hizo lo mismo, pero a su manera: empezó a intervenir la política y la economía locales.
Sorprende, por tanto, que PSOE y analistas omitan esas fechas y centren sus análisis en el 11-S, que no es un cambio de época, sino un cambio político. Posiblemente, el único cambio de mentalidad que se dibuja en el 11-S es la rebaja del concepto de Estado. El Estado hoy debe de ser tan poca cosa que puede haber otro donde antes se hubiera matado por ello. En España, esa devaluación del Estado se vivió mucho antes del 11-S. Fue en aquel agosto ya aludido cuando PSOE y PP cambiaron aquella Constitución de proporciones áureas —según el PSOE y sus narradores—, rapidito y a petición del mercado.
Los análisis del PSOE y sus narradores omiten que, en las últimas cuatro décadas, este no ha aportado gran cosa a la socialdemocracia. No fue el PCI. No es la socialdemocracia escandinava —que en la defensa del bienestar ha modulado sus propios accesos a la UE—. No es el SPD —un partido muy creativo en la oposición, e, incluso, en el poder, como cuando su ministro de economía dimitió y fundó Die Linke, una opción anticapitalista y poco amante del Estado—, no es el Labour Party —ex: frente a la posible independencia de Escocia, está experimentando federaciones no estatalistas en el Norte de Inglaterra, a lo, snif, Owen—. La gran aportación socialdemócrata del PSOE fue la ley de dependencia, una ampliación llamativa de derechos, que —y he aquí otra metáfora— no se produjo por falta de partidas. Lo que es otro indicio de que el PSOE desconocía hasta hace poco —¿lo desconoce aún?—, el palabro que está modulando la época. Deuda.
A través de la deuda se ceden soberanías, derechos y libertades, se produce un cambio categórico en los conceptos de democracia o de Estado, ahora un ente de recaudación y pago de deuda. La socialdemocracia europea no está dando mucho de sí al respecto. El PSOE, directamente, no huele su época. No puede. Su época dorada, el sitio al que volver, su Tour de France, es el pasillo que condujo a esta época. No participa en el debate de las izquierdas de la nueva época, incipiente y en el que aparecen ideas como el impago de deuda, nuevos tipos de propiedad comunes en convivencia con los tradicionales, democracia 2.0 y la desconfianza ante el Estado como motor de corrección y de transformación. Es un debate, en fin, sobre derechos —derechos que han durado poco menos de 100 años en Europa—. Que se esfuman.
Pero el PSOE / PSC y sus narradores, no obstante, creen que el gran problema es la unidad nacional esa. En breve, o no, los catalanes podremos elegir entre dos Estados, que, salvo el derecho a elegir la nacionalidad, no nos ofrecen ningún otro derecho. El PSOE, al parecer, también cree que esa discusión es el no va más.
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