La razón del debate independentista
Mientras escribo estas líneas, se está dando inicio a la campaña electoral; desde la terraza de este bar, estoy viendo en el Boulevard el primero de una serie de actos electorales que ocuparan el espacio público en estos quince días. Parece obligado hacer una reflexión sobre alguno de los aspectos de esta campaña.
Me gustaría referirme a un aspecto del contenido en lugar del continente, o como dicen los semióticos, al significado en lugar del significante, a pesar de Mc Luhan, a una parte del mensaje.
Creo, (al menos para mí, lo es), que el debate sobre la independencia es una novedad. No recuerdo, puedo estar equivocado, a los medios informativos tan preocupados por esta cuestión en otras campañas. ¿Por qué ha aparecido en la agenda? ¿Qué es distinto de otras ocasiones?
Pienso que la concurrencia a los comicios de un partido independentista no es una causa suficiente, ya ha concurrido otras veces. Tampoco creo que los partidos abertzales hayan querido introducir esta cuestión, que después de la crisis, con todas sus circunstancias, es el tema más tinta ha hecho correr. Al PNV le resulta especialmente incómoda, basta ver la solución por la que ha optado para salir al paso de la cuestión, menos dependencia, es decir, más Estatuto y más autonomía, sin mencionar para la cuestión de la soberanía. EH-Bildu, no cree en el corto plazo en la independencia, y, sin perjuicio de constituir una de las bases de su proyecto, la consideración se me antoja más a largo plazo y dentro de un proceso con diversos hitos, más que producto de una decisión súbita ciudadana e institucional.
¿Cuál es al motivo entonces? Pues yo creo que responde a dos consideraciones que están íntimamente relacionadas. De un lado, los recortes de derechos sociales, que por un amplio sector de los ciudadanos ha sido interpretado, no sólo como una agresión de clase, sino también de pueblo, sobre todo en Euskalherria.
De otro, el movimiento catalán ha introducido la cuestión no sólo allí y ha suscitado una reacción en contra de los españolistas que, desde mi punto de vista, ha puesto más de relieve el debate.
La apelación al miedo, desde el punto de vista económico, y basada en suposiciones falsas, no cumple la función prevista. Amenazar con la exclusión de la UE y del euro no es real. Me explico, la participación de Cataluña en PIB europeo es sustancialmente mayor que la de Grecia y la situación financiera, con ser grave, no admite comparación. Si Bruselas o Berlín no han dejado caer a Grecia por las consecuencias para la economía europea, con mayor razón no permitirá que se prescinda de Cataluña. Es impensable hablar de aranceles entre XXI.
La otra reacción, la imposibilidad desde el punto de vista constitucional es aún más irreal. En último término este argumento contiene una apelación a la fuerza, incluso al encarcelamiento de representantes populares que, nadie, ni siquiera Vidal-Cuadras, se cree.
Frente a un movimiento popular que fue extra-institucional, las amenazas irreales no sirven, al contrario, desprecian una fuerza más poderosa que la economía, el sentimiento íntimo y asimilado por un sujeto colectivo fuerte, en que las individualidades son coincidentes, no debe menospreciarse y la historia está llena de ejemplos.
Ante un deseo, un sentimiento, solo cabe tender puentes, construir afinidades, por ejemplo desde la clase. Sólo una reacción positiva podría cambiar un devenir histórico que sus contrarios parecen fomentar, no parece que desde Madrid se esté en disposición de empatizar con el movimiento independentista y construir el entramado que permita un encaje nuevo y duradero.
Como post-scripta, solo me queda decir que la solución que plantea el socialismo comparte la divisa de los últimos mensajes que alumbra, es simplista y vacua. Su planteamiento federalista consiste en dar voluntad a los pueblos, ejercicio de voluntad soberana, sólo si la ejercen como ellos quieren, si el ejercicio es en otro sentido, la voluntad no vale.
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