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Palabra de ‘ghicho’ distinto

Reixa comparte en un libro recuerdos y rencores con Xestoso y Cid Cabido

Antón Reixa, en una imagen de 1981, cuando formaba parte del grupo poético Rompente. / EDICIÓNS XERAIS
Antón Reixa, en una imagen de 1981, cuando formaba parte del grupo poético Rompente. / EDICIÓNS XERAIS

A Antón Reixa le perdonó la vida (laboral) un vocero de Aznar. Fue hace 15 años, más o menos. Acababa de aceptar una oferta venenosa de Tele 5 para trabajar junto a Belinda Washington. Tenía que hacer entrevistas a bocajarro a tipos en apuros. Sin paños calientes. Uno de los primeros en someterse al tercer grado, desoyendo las advertencias del gallego, fue un estrecho colaborador del presidente. Miguel Ángel Rodríguez era entonces secretario de Estado de Comunicación y portavoz de facto del Gobierno. El cara a cara se grabó un domingo sin mayor problema, pero el lunes ya se había armado el belén. El cabreo en La Moncloa duró una semana. Reixa acabó enterándose por fax de la fumata blanca. “No temas por tus contratos profesionales”, le escribía el agraviado.

No es la única confidencia espinosa en las páginas de Ghicho distinto (Xerais, 2012). Reixa aprovecha esta serie de conversaciones con el escritor Xosé Cid Cabido y el periodista Manuel Xestoso para resolver algunas ecuaciones mal despejadas en su día. “Tenía ganas de contar ciertas cosas”, se sonríe el presidente de la SGAE. Aunque han pasado muchos años, no olvida que uno de los obstáculos con los que tropezó Mareas vivas antes de batir marcas de audiencia en TVG fue un lingüista — “voy a decir el nombre”, se recrea en el libro— llamado Xosé Antón Dobao. “Consideraba que el personaje de Currás era un ‘insulto al pueblo gallego’, palabras literales”.

Y quien dice lo del percebeiro que interpretaba Miguel de Lira en la serie, dice otras cosas: quién le puso el nombre al grupo Rompente, por qué O lapis do carpinteiro se rodó y estrenó en castellano o cómo llegó el líder de Os Resentidos a la conclusión de que Hotel Tívoli debía ser su última película como director. Un repaso consentido a la memoria personal de Reixa, desde su infancia de pijo en el barrio vigués de O Calvario, donde nació en abril de 1957, hasta su regreso a la militancia en 2009, tras 30 años de “soledad política”, con carné del BNG. Todo eso, por supuesto, atravesando el inevitable corredor de los ochenta y su feroz invierno social. “Sin nostalgia”, advierte el protagonista en cuanto le dejan. “Me siento muy coherente con todo aquello”.

No solo de rencores se alimentan las casi 300 páginas, completadas con un álbum de fotos en orden cronológico. También hay homenajes a los amigos y compañeros de generación, muchos, y a los personajes que de una u otra manera marcaron su biografía, desde su abuelo Ramón, el cabo suelto de la estirpe republicana en la familia, hasta Xosé Luís Méndez Ferrín, primero profesor y luego compañero en el claustro del instituto Santa Irene de Vigo. Y curiosidades, como que Reixa es tataranieto de Pío Rodríguez Terrazo, uno de los líderes de la revuelta de 1846, o que pudo haber sido uno de los modelos de David Bowie cuando el británico quiso pasarse al sombrero.

“Este país es una putada, pero es el nuestro y a mí

Cuenta Reixa que lo suyo con Galicia fue como lo de Adrián Solovio en Arredor de si, la novela de Otero Pedrayo: a la vuelta de un tour de juventud por Europa, de Londres a Bélgica, se dio cuenta de que aún no conocía Lugo. Ahí empezó su “fascinación” nacional. Lo que él llama “identificación melancólica” con un territorio y su parroquia. Sin dramatismos. “Este país es una putada, pero es el nuestro y a mí me gusta así”, le suelta a sus contertulios. En otras palabras: por eso nunca se ha ido del todo a Madrid. Ni cuando se lanzó a la aventura de montar Vídeo Esquimal en los ochenta ni ahora que ha levantado el pie del acelerador en Filmanova, su productora de A Coruña, para presidir “a tiempo intenso y completo” la SGAE tras el sonoro descalabro de Teddy Bautista.

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Ghicho distinto es un juego de palabras: de un lado, el equivalente vigués de fulano, la manera en que cualquiera en Balaídos se puede referir, sin acritud, al que calienta a su lado la grada. Del otro, aquel Sitio distinto que dirigió en la joven TVG, un show irrepetible que se anticipó al bravú. Para escribir el libro, los escribas se sentaron con Reixa varias veces entre la primavera y el verano de 2011. Por eso se quedaron fuera dos episodios relevantes: sus nuevas responsabilidades y su abandono del nacionalismo organizado. Aun así, la política tiene su sitio, casi siempre amargo. “Borraría todo el tiempo gastado en reuniones absurdas y sectarias”, dice de su iniciación en la organización estudiantil Erga en los setenta, aunque luego se lo piensa mejor. “Somos los últimos a los que la vida y la historia les permitió hacer algo antes de que muriese Franco. Me da una cierta tranquilidad de conciencia”.

Del BNG ha roto hasta el carné, “para no molestar”. Se ha ido con su “frustración a otra parte.” “He optado por aplicar mi energía en el colectivo de los autores, donde soy más útil”, argumenta. “Para que yo volviese, la vida política colectiva tendría que liberarse primero de ese complejo emancipador y salvapatrias. Los discursos paternalistas desde una presunta vanguardia nunca son eficaces. El nacionalismo está en descomposición, le da más importancia a la organización que a las ideas y sigue muy distanciado de la ciudadanía. Hoy no basta con tener ideas claras y atractivas. Hacen falta líderes que las representen y defiendan con transparencia”.

La SGAE es otra cosa. “Una mezcla entre la empresa y la política” en la que se ha emboscado “un poco por casualidad” y otro poco por culpa de un “sentido del deber distorsionado”, dice, que arrastra desde chaval. “Es de mala educación decir que no”, bromea. Desde que los ladrones son legión, en el entorno de la entidad se habla menos de la famosa piratería. Ahora mismo, a Reixa le preocupan bastante más la inminente subida del IVA, “una agresión incalculable”, y la crisis que azota la industria cultural. Es de suponer que en su reciente entrevista, además de compartir auditorías y normalizar las relaciones institucionales, el presidente de la SGAE le habrá dicho al ministro José Ignacio Wert que el mecenazgo no será la solución. Quién sabe, la franqueza es siempre relativa. Mejor preguntar: ¿hay sintonía con el ministerio? “Es gente educada”, se zafa el ghicho.

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