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El precio de conservar el paisaje

El nulo rendimiento de las zonas forestales y el coste del mantenimiento llevan al abandono Los expertos ven en la biomasa para crear energía una solución

La madera de los pinos quemados en Horta de Sant Joan en verano de 2009, se amontona ahora frente a la ciudad
La madera de los pinos quemados en Horta de Sant Joan en verano de 2009, se amontona ahora frente a la ciudadJOSEP LLUÍS SELLART

Joan Vallhonrat, desde Sant Llorenç Savall (Vallès Occidental), miraba por televisión esta pasada semana las noticias sobre los incendios del Alt Empordà, que se han saldado con cerca de 14.000 hectáreas carbonizadas, 4 muertos y 20 heridos. La memoria le dio un vuelco y revivió los dramáticos fuegos de 2003 que afectaron a su municipio. Entonces se quemaron 4.500 hectáreas y murieron cinco personas. Las llamas arrasaron casi toda la finca de 270 hectáreas de Joan. “Hoy estamos igual de desordenados que hace nueve años”, se lamenta, y se indigna pensando en que el debate sobre qué hacer con los bosques para que no se conviertan en un polvorín sea “un tema recurrente que sale siempre que hay grandes incendios cada ciertos años”.

A Joan no le falta razón. Aunque en el caso del Alt Empordà se han oído muchas críticas contra los recortes de la Generalitat en materia de prevención y extinción de incendios, hay problemas más endémicos y estructurales que afectan al bosque: su abandono por la poca rentabilidad y la incapacidad económica de propietarios y Administraciones para llevar al día su limpieza. “Mantener el paisaje tiene un coste”, resume este propietario.

El 60% de la superficie de Cataluña es masa forestal, esto es, dos millones de hectáreas. Es una cifra que se ha incrementado en las últimas décadas debido al despoblamiento del campo y el abandono de masías, cultivos y rebaños. “El problema es que los bosques están capitalizados, como decimos en argot forestal. Esto significa que cada año el sotobosque —que hace que los incendios se propaguen a una velocidad endiablada— crece en dos millones de metros cúbicos y solo se extraen 500.000”, explica Josep Escorihuela, director general de Medio Natural y Biodiversidad de la Generalitat. Mantener “limpia” —sin maleza— una sola de estas hectáreas cuesta entre 1.500 y 3.000 euros cada cuatro años, lo que implica una inversión de unos 3.000 millones de euros, algo inasumible para una Administración.

Y todavía menos para los propietarios privados, en cuyas manos está gran parte de las áreas forestales catalanas. El problema es la falta de incentivo, ya que los bosques no son rentables y sus titulares no pueden sacar un rendimiento de ellos. Hasta ahora una buena salida había sido la explotación de la madera para el sector de la construcción, pero la crisis de la construcción ha cerrado esta puerta. Una alternativa sería reinventar el sector de la madera y buscar fortuna en el nicho de las viviendas o muebles de madera prefabricados para poder exportarlos. “Lo ideal sería inventar un Ikea”, apunta en un gesto informal el director general.

“Lo ideal sería inventar un Ikea”, dice el responsable de Medio Natural

El mercado interior no parece una salida para el sector, porque, paradójicamente, resulta más barata importarla de países con costes más económicos como Finlandia, Rusia y Francia. “Pasa como con una camiseta hecha en China. Es más barata que la fabricada en Cataluña”, aclara Eduard Plana, responsable del área de incendios del Centro Tecnológico Forestal de Cataluña.

Otro sector en el que propietarios y Administración tienen las esperanzas puestas es en la biomasa. Con un buen impulso de esta fuente energética renovable —que usa como combustible pellets de madera— la Generalitat calcula que se podrían limpiar anualmente un millón de metros cúbicos de sotobosque, la mitad de lo que crece. De hecho, el Plan de la Energía de Cataluña prevé que la biomasa genere el 10% de la energía en 2015. Un camino largo todavía por recorrer pero que en municipios como Sant Llorenç Savall ya lo están experimentando. Su alcalde, Ricard Torralba, explica que la guardería, el Ayuntamiento y el pabellón ya cuentan con calderas de biomasa, algo que quieren extender pronto a los colegios. La madera sale de sus bosques y así se mantienen limpios. “En cinco años hemos amortizado el alto coste de las maquinarias para recoger la madera y hemos reducido a la mitad el gasto del combustible para la calefacción, que hasta ahora era el gasóleo”, explica orgulloso el alcalde.

“Hay que hacerse a la idea de que cíclicamente habrá grandes incendios”

También existen propuestas más innovadoras para mantener los bosques en condiciones. “Utilizar el fuego como instrumento de prevención contra los incendios”, propone Eduard Plana, del Centro Tecnológico Forestal. Aunque parezca paradójico y arriesgado, se trata de realizar quemas controladas de zonas boscosas para ayudar a limpiar el sotobosque. De hecho, es una técnica parecida a la que utilizan los payeses y una práctica habitual en países como Estados Unidos.

Tampoco hay que olvidar las técnicas de limpieza más conocidas y habituales, como reducir el volumen de masa arbórea o fomentar el pasto extensivo. Jaume Rabeya, presidente de la Asociación de Propietarios Forestales explica que tiene vacas que mantienen a raya las malas hierbas y no dejan proliferar el sotobosque.

Las Administraciones coinciden en apuntar que se ha mejorado mucho en la prevención y extinción en las últimas décadas, pero admiten que por titánicos que sean los esfuerzos, el clima mediterráneo (altas temperaturas, poca humedad…) impide reducir el riesgo a cero. “Nos tenemos que hacer a la idea de que cíclicamente habrá grandes incendios por la conjunción de causas climáticas. No se puede luchar contra la naturaleza”, reconoce Jordi Bellapart, gerente de los Servicios Parques Naturales de la Diputación de Barcelona.

Lo que sí se puede hacer es intentar acabar con los incendios causados por la mano humana. Según las estadísticas de la Generalitat, el 41% de los incendios se deben a negligencias (como parece que ha sucedido en La Jonquera) y el 22% son intencionados. Joan Vallhonrat pide que los visitantes de las zonas boscosas se hagan corresponsables. “En el Alt Empordà no solo han perdido los propietarios, sino todos los catalanes, hemos perdido el paisaje”, afirma el propietario con un halo de esperanza conocedor de que los bosques mediterráneos se regeneran rápido. Su finca ya luce árboles de dos metros. También en zonas recientemente carbonizadas como Horta de Sant Joan, donde el verde ya empieza a abrirse paso entre las cenizas. La naturaleza rebrota.

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