La ruleta
El problema es que la crisis nos convierte a todos en potenciales jugadores: la suerte es la que nos permite encontrar un trabajo
El pasado miércoles se celebró en el Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC) un interesante debate sobre el proyecto Eurovegas, que al parecer podría decantarse a favor de Barcelona. En el encuentro, arquitectos, biólogos, juristas, geógrafos y agricultores aportaron argumentos a una discusión que debería ser muy pública. El secretismo de las negociaciones contrasta con la dimensión que la versión oficial atribuye al proyecto, que supuestamente creará miles de puestos de trabajo, promocionará el turismo y ocupará de manera “productiva” 800 hectáreas de un espacio estratégico del área metropolitana de Barcelona. A estas aparentes bondades, los expertos reunidos por el COAC respondieron con pertinentes reflexiones que van mucho más allá del debate técnico entre urbanistas: ¿qué ciudad queremos para las generaciones futuras?, ¿dónde queda el llamado modelo Barcelona?, ¿qué protagonismo otorgamos a la agricultura en una sociedad sostenible?, ¿protegerá Europa su legislación ambiental?, ¿son legítimas las excepciones en la aplicación de leyes aprobadas por los Parlamentos?, ¿qué significa “interés general”?
Un aspecto poco abordado en el debate es la preeminencia del ocio y, muy especialmente, del juego en el proyecto de Adelson para Europa. Es más, el geógrafo Francesc Muñoz defendió con razón que el referente de Eurovegas no es la ciudad estadounidense de Las Vegas, conocida como la meca del casino pero ciudad al fin y al cabo, sino más bien los enclaves de excepción como Macao, un ejemplo de lo que él denomina ¡urbanismo XXL! Son espacios urbanos cuyo vertiginoso crecimiento se soporta en gran medida sobre inversiones millonarias dedicadas a la economía global del ocio, donde los complejos de entretenimiento exhiben sus arquitecturas icónicas indiferentes al lugar en el que están ubicadas; son espacios regidos por leyes propias, sin legitimidad democrática, rodeados de desigualdad y ajenos a la complejidad de usos y la mezcla de poblaciones que caracteriza a toda ciudad abierta.
No hay que subestimar el papel real y simbólico que tendría el casino en el plan previsto para el Baix Llobregat. Según las cifras publicadas, el juego “solo” representará entre el 2% y el 5% del proyecto, pero esto supone nada más y nada menos que entre 16 y 40 hectáreas dedicadas a ruletas y casinos. ¿Qué nos dice esta apuesta por el juego sobre el modelo de sociedad que queremos construir?
Mucho se ha escrito sobre el denominado capitalismo de casino en el que se ha convertido el sistema económico actual, dominado por las finanzas especulativas, ajeno al control de los Gobiernos y que se remonta a las desregulaciones iniciadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años ochenta. Hoy, tras décadas de retirada progresiva del Estado, las apuestas de agentes sin rostro colocan a países enteros en una especie de montaña rusa de final impredecible que nada tiene que ver con los tiempos de la democracia ni las certidumbres del pasado.
Mucho se ha escrito sobre el denominado capitalismo de casino en el que se ha convertido el sistema económico actual, dominado por las finanzas especulativas
El casino es el símbolo ético y estético de una sociedad que lo confía todo a la suerte porque ha renunciado al esfuerzo, la razón y la proyección hacia el futuro. Los principios del juego no son compatibles con los de la educación, la I+D o el trabajo, ni con la sedimentación paulatina de expectativas vitales o la aceptación de la complejidad. La suerte es contraria a la creación de confianza, y sin confianza no existe sociedad. El problema es que la crisis actual nos convierte a todos en potenciales jugadores: hoy más que nunca, la suerte es la que nos permite encontrar un trabajo al margen de nuestra experiencia y formación; la fortuna es la responsable última de la supervivencia de nuestras empresas, del valor de nuestros hogares y del futuro de nuestros hijos.
Este mundo de frustraciones vinculadas al juego está magníficamente representado en la obra Els jugadors, que estos días puede verse en el Teatre Lliure. En la pieza, cuatro hombres de distinta trayectoria se reúnen para compartir sus fracasos y su desesperanza, y acaban confiando su destino a una carta que en segundos lo decide todo. Es el retrato de un mundo aterrador.
Judith Carrera es politóloga.
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