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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Culpables, resignados, indignados

Los voceros callaron durante la bonanza y se volvieron apocalípticos cuando mudó la situación

El sermón Real de las once palabras parece que tiene émulos entre otros cazadores, los de las oportunidades para enriquecerse y empobrecernos. Con pedir perdón todo resuelto y, si se es creyente, una leve penitencia y a por el próximo pecado, digo a por el siguiente negocio.

La pandemia conservadora aguardó el momento de la multitud confiada, a la manera de la peste de Camus. El contagio, por extraño que pueda parecer ha afectado a humildes, a profesores, a intelectuales. Todos somos culpables. ¿De qué?, y, sobre todo, ¿por qué todos? La vieja momia de Thatcher carraspea polvorienta: No hay alternativa. Y el coro repite: No hay alternativa, que para eso es el coro.

Los culpables, de allá y de aquí, tienen nombres. Lo dejo para otra ocasión. El resultado, el desguace de años de combate y trabajos en forma de menos educación y peor, menos salud y menos prestaciones y, atención, más impuestos. Se van por el desagüe ahorros e instituciones, como la desamortización de las Cajas de Ahorros señalada oportunamente por Josep Vallés. Es decir, la expropiación de los ahorros de millones de personas; se reduce o se propone reducir la presencia y acción de los sindicatos, y como de pasada, aunque importa menos, algunas patronales abrevadas por los gobiernos. Algunos, atacados de amnesia, proponen más trabajo precario por menos retribución: no recuerdan el riego generoso de ayudas y subvenciones, públicas y con cargo a los contribuyentes, al tiempo que no tienen en cuenta —no quieren tener— que la productividad no consiste en el expolio de los trabajadores, sino en mejorar sus capacidades, salud, y seguridad, esto es, lo que se han propuesto eliminar.

Culpabilizar al obrero del andamio por obtener ingresos sobre la base de ampliar su jornada laboral, al pensionista por enfermar y vivir y a ambos por gozar de vacaciones más bien modestas es un acto de crueldad sin nombre. Hacer que se lo crean, una insidia perversa. Unos y otros se lo han pagado a lo largo de muchos años: el camino del bienestar está empedrado por centenares de miles de víctimas, de esfuerzos de generaciones, no es un regalo del cielo ni una dádiva de los poderosos. Insisto, se lo han pagado con sus cotizaciones y con sus impuestos.

Los profesionales tienen su cuota de responsabilidad en este contagio ideológico. Hace años usé el término profesional en un sentido coloquial, derivado del francés: meretrices que, por supuesto, incluso en nuestra habla local, no comporta desdoro alguno. Los ejemplos se acumulan a partir de 2008 con el inicio de la fase aguda de la crisis. Me referiré a algunos en el ámbito local. Si el sistema de financiación autonómico era insuficiente, ¿porqué no se denunció, y reformó? Tres gobiernos españoles de distinto signo, y dos en el caso valenciano, y nadie puso hilo en la aguja. Si los valencianos debemos el 20% del PIB, unos 20.000 millones de euros, ¿por qué no es relevante el 12% de deuda generada por fastos y quimeras? sin incluir RTVV, fundaciones vacías y demás. Admitamos que sólo sería atribuible a un cierto despilfarro el 12%, sólo unos 2.400 millones de euros, o 40.000 millones de pesetas. Una bagatela. Eche quien esto lea sus cuentas, y tenga presente que el gravamen pesará durante años sobre sus sucesores. Profesionales y voceros callaron durante la bonanza, más bien avaricia desatada y apocalípticos cuando se volvieron las tornas.

Acaso por ello nos quieren culpables, y además resignados. Se quedan cortos Tony Judt, Krugman o Fontana. La virulencia del contagio induce al pesimismo, a la resignación, a la destrucción de valores como la solidaridad, todo ello revestido de explicaciones científicas o de exabruptos innecesarios. El resultado no es otro que la demolición del frágil tejido de una sociedad compleja, vulnerable, y capaz de volver a la insolidaridad, al individualismo más feroz. Camino de una edad oscura, en el sentido que proclamara en su joven senectud Jane Jacobs ( Jacobs, J.: Dark Age Ahead, 2004). Retengan la fecha, y su pronóstico: sooner or later (the housing bubble) would burst.. as all bubbles do when their surfaces are not supported by commesurate increases in economic production. [“Tarde o temprano la burbuja inmobiliaria estallará... como hacen todas las burbujas cuando su superficie no es soportada por aumentos equiparables de la producción económica”.] ¿Les suena? Y la burbuja estalló, pese a los jóvenes leones y tigres de las escuelas de negocios y másteres diversos.

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Se trata de estar de frente y en contra. Nunca al margen. La socialdemocracia, tras la implosión soviética, tarda en comprender que no hay “capitalismo social”, lo que no era sino un oxímoron. Los hechos, en dos décadas, han demostrado lo equivocado del análisis, y lo precipitado de sus conclusiones. Empobrecidos, amenazados, culpabilizados. Los extremos de concentración de riqueza van paralelos al empobrecimiento e inseguridad de la inmensa mayoría.

Un debate tan distorsionado como citado concluía una campaña electoral de los Estados Unidos: “Es la economía, estúpido”. Y bien la propuesta actual es: “Es la política, estúpidos”. La incompetencia política ha dejado en manos del zorro al rebaño así en Europa como en el aprisco vecinal. Los auditores firman lo uno y lo contrario, y se instalan a la manera de bacilos en el cuerpo que deben sanar. ¿Quién les nombró? Me refiero a consejos de administración y auditores. Nadie sabe ni quiere saber nada. Con invocar el sermón de las once palabras parece suficiente penitencia. Con ello parecen comprar respetabilidad y encubrir desafueros, excesos, e ingresos.

Constituye un esperpento invocar a la sociedad civil, cuando sus representantes más señeros digerían, durante años apaciblemente silentes y ávidos el producto del saqueo a toda la sociedad, aplaudiendo de paso eventos y despropósitos. De aquí la indignación, con éxito desigual y acaso fugaz, porque la losa de la realidad y su estela de desesperación no conduce a la propuesta, más allá del sarcasmo y la imprecación.

Los diagnósticos están formulados. La infección, la pandemia conservadora, es ideológica, política. La terapéutica, en consecuencia, ha de ser ideológica, política. Como lo ha sido siempre, en los últimos quinientos años en Europa y aquí. Lo demás es administrar aspirinas a un enfermo agudo o terminal. Que no es el caso porque existen los instrumentos, y además las ideas y propuestas. Continuará.

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