Los versos ya disparan epítetos
El Festival de Poesía de Barcelona arranca con un recital combativo con el presente
Tardaban quizá ya los versos en disparar epítetos al oscuro presente. Pero a fe que, cuando se pusieron, lo hicieron y con qué fuerza en el recital de la Nit de Poesia al Palau con la que ayer noche se abrió el XXVIII Festival Internacional de Poesía de Barcelona. Se dice de Carles Rebassa (Palma de Mallorca, 1977) que cuando tiene miedo es malcarado y un poco pendenciero. Igual les pasa a muchos rapsodas. O no, pero al ser el primero marcó tácito el rumbo y en seguida disipó la niebla baja que cubría el escenario del Palau de la Música como metáfora acechante de la crisis. Pidió, de entrada, un ejercicio de exorcismo de nuestros miedos: “Avançar, fer dir, esplomissar /les pors que et fan cridar i et fan sofrir. / Si cal, pispar a qui es vol lucrar ( …) I esdevenir. I sí, desobeir”.
Quien embestía en otro poema contra un muro “on els maons no són maons i els diners / no són diners i la república / és una cosa del passat” , amenazaba con que si se encontraba otro por delante le pegaría “un hòstia amb una finestra” y que se mofó con rítmico escarnio del último cartel electoral de Rosa Díez a partir de la imagen de un DNI hizo camino al recitar. Por su senda, la franco-noruega Carolina Bergvall, en prosa poética trilingüe, le siguió con gritos estentóreos de su nórdica masa corporal que lamentaban “Demasiado tratos / Poco valor / Demasiado miedo” en unos cuerpos que nunca fueron libres de expresarse antes de ser arrebatados. Y ahí estaba también Paco Ibáñez, camisa negra sobre fondo blanco por deseo rapsoda de Frederic Amat, que en su videopoema puso al cantautor a golpear con el puño una mesa blanca que sentenciaba el ritmo reivindicativo de El asno y su amo de Iriarte ( “pero, hombre injusto, ¿piensas que sólo de la paja gusto?”).
Parecían tintinear aún más las lucecitas azules de la abarrotada platea con la que el público seguía los versos, sacudidas las conciencias para dejar de ser tratados como un mono, como merecidamente se autoinculpaba la voz del veterano y muy aplauidod bardo canadiense Mark Strand (1934). En esa atmósfera, hasta las ausencias amorosas de Manuel Forcano dejaban rastro de melancolía no usurpable en estos tiempos de expolio; su amor era más poético que el que cantaba la alemana Brigitte Oleschinski, donde la noche de una pareja estaba marcada por “sujetadores de nitrógeno azul menta” y por el sonido de dragones paseando por paredes “en la axila del olor de la noche”. Más sutil o quizá voluntariamente más impostado fueron los paseos reales entre el público de la danzarina y poetisa canaria Mónica Valenciano mientras interpelaba al auditorio, con improvisada fragmentación, con preguntas del tipo: “¿A ti qué es lo que te mueve? ¿De qué? ¿Qué?”. “¿Dónde empezó lo que está ocurriendo ahora?”. Y ante el silencio, respondía: “Ah, entonces daré una conferencia” y ahí estaba un retrato del día a día, como tras los juegos onomatopéyicos del puertorriqueño Uraydán Noel, versos improvisados y grabados en un teléfono Android sin editar.
Toda poesía valía si sacudía. Y así lo hizo durante casi dos horas, ante un público mayormente joven (¿más femenino, quizá?) que había pagado seis euros para ser zarandeado en lo más íntimo en estos tiempos de volteo forzado hacia ninguna parte; la poesía para vivir y comer de otra manera, porque como dijo pulcro y con voz queda en unos versos Andrés Sánchez Robayna: “Y aunque sólo / quedara de nosotros esa piedra, / esa piedra dirá toda nuestra memoria”.
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