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Vas a comerte lo que has dicho

La obra ‘A gustar convidan’ convierte en recetario un libro de poemas

De izquierda a derecha, Alejandra Vanessa, José María González Blanco y Verónica Moreno con su libro 'A gustar convidan'.
De izquierda a derecha, Alejandra Vanessa, José María González Blanco y Verónica Moreno con su libro 'A gustar convidan'.F. J. VARGAS

Este reportaje no es lo que quería ser. Iba a tener un punto morboso que lo haría único, cumpliendo el sueño de muchos críticos y lectores retorcidos. Este reportaje iba a sentar a dos poetas a la mesa y hacerles comer cada una de sus palabras, sus versos, sus estrofas. Literalmente. Sin rechistar. Y en un alarde, haría que uno probase la poesía del otro, que la masticase y que la tragase. Todo, gracias a un recetario de poemas, o lo que es lo mismo, gastropoesía, recién publicado por La Bella Varsovia. Su título es A gustar convidan y está prologado por Juan Mari Arzak, maestro del chef José María González Blanco. El ha sido el cocinero que ha dado sabor a 13 piezas escritas por otros tantos jóvenes poetas cordobeses.

Pero no ha podido ser. Comer poesía no es cualquier cosa. Las recetas de González Blanco son de alta cocina. “Se pueden hacer en casa, aunque es difícil”, reconoce él mismo. Cada una de ellas requiere preparación y, sobre todo, tiempo. Por eso fue irrealizable el deseo presuroso y periodístico de contemplar, de un día para otro, a las poetas Alejandra Vanessa, de 30 años, y Verónica Moreno, de 31, dando cuenta culinaria de su obra.

Así que, en directo, a lo más que se llegó es a entrevistar a las poetas en la terraza del restaurante Sojo Fusión. Allí es donde trabaja González Blanco. O El Blanco, que es como le conocía Alejandra Vanessa desde los tiempos en que eran compañeros de colegio en Los Salesianos. De sus encuentros y desencuentros surge la gastropoesía y el futuro recetario recién publicado. Vanessa y El Blanco también coincidieron en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba. Con los años, mientras el cocinero se formaba con Arzak o Ferrán Adriá, comenzaron a jugar a poner letra a los platos o a servir los poemas con cuchillo y tenedor. En enero, la Bella Varsovia tenía decidido convertir en un libro aquel recreo. Quedaba lo más difícil: hacerlo.

13 poetas cordobeses se comen sus versos, cocinados por el discípulo de Arzak, González Blanco

Porque pongamos el caso de Bondage, de Verónica Moreno. “Nuestra palabra de seguridad era ‘te quiero’. Acordada entonces la fricción, las cuerdas, tus muñecas, mis manos tensando los suspiros. El ansia de aire cubierta de piel. Gritamos mucho aquel verano. Tú decías ‘el amor siempre jodiendo’. A veces dolía. Nunca nos dijimos te quiero”. Aquí se impone el inevitable juego de palabras: ¿Esto cómo se come? “Me he sentido más libre trasladando al plato poemas que sugieren. En este caso, una noche de desenfreno y locura sexual, el juego de las cuerdas. Eso se traduce en unos nudos hechos con yogur, y una crema de pasión con maracuyá”, resume el chef.

Tanto Verónica, como Alejandra o el resto de poetas se sintieron plenamente identificados con el resultado de lo que habían escrito e ingerido. Para moldear sus recetas, el cocinero buscó en la emoción que destilaban los versos, o en la esencia del recuerdo que movía a los escritores . Y dio en el clavo. “Estuvo días amenazándome con que iba a comer sesos de conejo”, recuerda Alejandra Vanessa. El título y tono de su poema, Nana de Freddy Krueger, se prestaban a ello. “Fue una pesadilla, pero lo peor es que estaban buenísimos”, reconoce la escritora. Para más señas, diremos que la receta que se zampó con gusto incluía, además de cerebros de roedor, unos cuantos embutidos variados y manitas de cerdo.

Hay veces que a uno se le puede repetir un plato. A González Blanco se le han repetido los 13 poetas a los que cocinó. Formaba parte de las reglas del juego. Tras idear las recetas, servírselas a los escritores, ser fotografiados por David Molina (la tercera gran pata del libro) y comérselas, los creadores plasmaron sus impresiones y sus sorpresas. Es lo que Arzak llama en el prólogo “un idealizado y enriquecedor camino de ida y vuelta”.

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