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OPINIÓN

El misterioso caso del cheque gigante

Conde Roa, el pecador, deja un eco fantasmal bajo los soportales. Sus camaradas le abandonan en su ruina

Vamos a tener que prohibir la Semana Santa por puritita salud mental. Tras pasar por flagelaciones, llantos, saetas, vigilias y ayunos entramos en el tiempo de Pascua y, cuando ya parecía que el tiempo de la alegría había llegado, los dioses se empeñan en hacernos la ídem en este Año Santo Maya. O no, porque a lo mejor sólo pretenden hacernos más ameno el Fin de los Días antes de que el mundo sucumba. En menos de una semana, Froilán se autolesiona a balazos o perdigonazos (aún no quedó claro) en Soria, su abuelo Juan Carlos tropieza con el único escalón que hay en el Kalahari después de matar a Dumbo y a Conde Roa le crece tanto la nariz que cae de bruces ante el Apóstol.

Difícil es competir con tanto fuego cruzado como el de la familia real, pero el alcalde de Compostela adelantó por el arcén con una gracia y un salero que, en otro momento histórico, le hubieran garantizado un puesto vitalicio en algún cementerio de elefantes, que diría Fran Alonso. Ya no es cuestión de resolver el misterio del cheque gigante que don Gerardo presentó para poder presentarse a las elecciones de 2011 y que tuvo una vida efímera en las ventanillas de alguna sucursal bancaria, de esas condenadas al cierre por tanta fusión, permuta, trueque, chanchullo y tal. Se trata más bien de plantearnos qué nos está pasando en general a gallegos, españoles, botswanos y demás pobladores de este triste mundo de escaso futuro. La noticia de la caída de Conde Roa surcó, a la velocidad del rayo, las redes sociales el fin de semana pasado: casi alcanzó a la bala del rifle .577 Express Nitro que usa el rey de España para dar pasaporte a los elefantes. En comparación con estas velocidades de vértigo, el bólido de Nico Rosberg parecía una tortuga en el Gran Premio de China cuando cruzó la meta en primer lugar.

Y fue en ese momento cuando la ética más elemental se paró en boxes con una avería tan grave que la obligó a abandonar la carrera. El cheque gigante y la bala mataelefantes pudieron con ella. Hay que afrontar también que a Conde Roa le abandonan los suyos porque sencillamente está con un pie (¿el de Froilán?) en la ruina. La (presunta) llamada de De Cospedal anunciándole (supuestamente) el cese fulminante no se hubiera producido si nuestro hombre hubiera hecho peto en algún paraíso fiscal. Don Gerardo procedió por su cuenta y olvidó consultar a Camps o Matas cómo se hacen estas cosas. ¡Todo consiste en nadar y guardar la ropa, brother! La gente de a pie no hace pie (¿tal vez Froilán sí?) en esta piscina inmunda infestada de estafas, hostilidades y correrías. Y los que saben nadar ni siquiera se mojan los pies, no vaya a ser que venga Froilán y se los agujeree.

Hete aquí que Conde Roa, al ver que la zambullida era peligrosa de verdad, pidió ayuda in extremis a Romay Beccaría, pero Su Sanidad sólo pudo administrarle la extremaunción. El cheque gigante era un cheque sin fondos y la bala en la recámara se encasquilló. Su tránsito hacia el patíbulo tiene un cierto parecido con el de Cristo: alguno de sus colegas le traiciona y dura de jueves a domingo. Pero, ¡ay!, hay una leve diferencia. El Nazareno resucitó al tercer día para ascender y sentarse a la derecha de su Padre. El Padronés, por su parte y una semana más tarde, emprendió otro viaje muy distinto, sin padre al que acudir para solicitar que su ira fulmine a los traidores.

Todo esto nos sitúa en la pole position de la inmoralidad. Si el Jefe del Estado descubre al mundo su pasión por el asesinato de grandes animales a raíz de una desafortunada caída, no suficientemente aclarada, ¿quién va a impedir a un alcalde compostelano extender cheques gigantes modelo El Precio Injusto? ¡Vaya semanita tras Semana Santa! ¿Quién velará ahora por los hígados de la juventud botellonera, universitaria o no, en esas calles empedradas que en su día pisó Gelmírez? Conde Roa, el pecador, deja un eco fantasmal bajo los soportales. Se va porque sus propios camaradas le abandonan en su ruina. Esto es jodido porque no es la mejor lección: el segundo en la parrilla de salida aprenderá de sus errores; y entonces, ¡pobres de nosotros!, veremos lo que es bueno.

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