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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Encuentro con el Caballero del Verde Gabán

Enric Juliana apuesta por la modestia cervantina como virtud española y catalana para salir de la crisis

Lluís Bassets

Vuelve el Quijote a Cataluña. Lo hizo hace siete años, con motivo del cuarto centenario de su publicación, de la mano de Carme Riera, en clave literaria. Su regreso ahora es más político, de la mano de un periodista, el delegado de La Vanguardia en Madrid, Enric Juliana, enviado especial al centro de España del diario central de Cataluña. Riera reivindicó el Quijote desde Cataluña frente a la apropiación nacionalista española del personaje y de la obra con motivo de su tercer centenario, en 1905 (El Quijote desde el nacionalismo catalán. Destino, 2005). Juliana lo reivindica desde las profundidades de la crisis económica, en una propuesta moral y política sobre las virtudes que deben ayudarnos a salirnos de esta.

Riera era consciente de que su propuesta crítica remaba en dirección contraria al oficialismo nacionalista catalán, empeñado en trazar una frontera infranqueable entre Cataluña y España, al menos en lo literario. El Quijote es el emblema de una Barcelona editora de libros en castellano y de una amistad cervantina que va más allá de la admiración por la urbe cosmopolita y marítima, es el “libro de las Españas”.

Puede que en la apuesta cervantina de Juliana, a quien pertenece la anterior expresión entre comillas, haya una intención similar; pero, en cualquier caso, el escritor evita explicitarla. Recordemos que Jordi Pujol, independentista sobrevenido desde hace unos meses, tuvo en fecha ya lejana un ligero encontronazo con el académico, cervantista y sancugatense nacido en Valladolid Francisco Rico, a propósito de la catalanidad del Quijote. Rico señaló que es el libro preferido por los catalanes desde el siglo XVII y llegó a calificarlo “casi del libro nacional de Cataluña”. Fue en un acto oficial en el que Pujol elogió a Cervantes por elevación, al considerarlo tan próximo a los catalanes como Goethe.

Juliana ha renovado la crónica política en tiempos muy necesitados para el periodismo. Su fórmula es imbatible: se sitúa en Madrid con ojo y mentalidad de corresponsal foráneo, utiliza la mejor tradición periodística catalana para tal menester (Pla y Gaziel, fundamentalmente) y se da amplia e irónica licencia literaria para expresar sus ideas y sus análisis sobre la actualidad española sin someterse a la agenda y a las pautas del día a día. El resultado es espléndido y no es extraño que se lea en Madrid con tanta curiosidad y atención como en Barcelona. Como no lo es que luego su editor convierta las crónicas en jugosos libros que se leen de un tirón, como es el caso del último, Modesta España. Paisaje después de la austeridad (RBA), en el que el periodista ha invertido sus fuentes literarias y, en vez de acudir a las plumas catalanas en Madrid, ha elegido el mejor libro castellano para hablar de España.

Probablemente no es muy inocente la elección. El profesor Rico es vecino de Juliana en Sant Cugat. Y el periodista ha aprovechado la circunstancia para utilizarlo como autoridad en la materia en su intencionada lectura de la crisis política y económica desde las páginas del libro cervantino y a partir de una enigmática figura secundaria. Solo abrir el libro, como les sucede a Don Quijote y Sancho Panza en el capítulo XVI de la segunda parte, tropezamos con el Caballero del Verde Gabán, cuya presencia impregna toda la lectura. “Cordura, contención, sobriedad, mesura, pragmatismo…”, son las virtudes que adornan a Don Diego de Miranda, todo un contraste con la locura de Don Quijote y modelo erasmista del español sosegado, “un hidalgo moderno y con la cabeza bien asentada, que preanuncia la llegada del orden burgués”.

La lección cervantina circula aparentemente de Barcelona a Madrid. Es una invitación a la modestia y a la ironía frente a la arrogancia y al malhumor en el momento en que el Partido Popular —el partido alfa, le llama Juliana— se instala al frente de un país en grave trance de naufragio. Pero está cargada de retranca catalana. Modesta España, sí. Pero también modesta Cataluña. No todos querrán entenderlo. Los nacionalistas siempre son los otros, nos recuerda Juliana. Como el infierno de Sartre. Y los nacionalismos del signo que sea, pequeños o grandes, no suelen estar para modestias. Lo suyo es la victoria o la decepción.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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