Bombas sobre Barcelona
Los bombardeos de los días 17, 18, 19 y 20 de marzo de 1938 fueron muy especiales y con severa reacción internacional
Barcelona fue bombardeada a lo largo de toda la Guerra Civil, pero los bombardeos de los días 17, 18, 19 y 20 de marzo de 1938 fueron muy especiales. En vez de la táctica habitual de atacar con el mayor número disponible de aviones y lanzar todas las bombas en un lugar y un momento determinados para producir un efecto más contundente, aquellos días los ataques aéreos italianos desde Mallorca se programaron en una cadena ininterrumpida, día y noche, de modo que los ciudadanos no sabíamos si las sirenas anunciaban la llegada de los aviones o que ya había pasado la alarma. Por otra parte, si los objetivos solían ser el puerto, los depósitos de gasolina y las estaciones ferroviarias, aquellos días se atacaron preferentemente barrios residenciales. Joan Villarroya, que es quien más a fondo ha estudiado aquellos bombardeos, recorrió los archivos de los hospitales de Barcelona y examinó los partes de llegadas de muertos y heridos, en los que se indicaba el lugar donde habían sido recogidos. Situando estos lugares en un plano de la ciudad, puede verse gráficamente el ataque a barrios residenciales. El balance oficial de víctimas contabilizó 875 muertos (entre ellos 118 niños, la mayoría de ellos alumnos de una escuela que se habían refugiado en la iglesia de Sant Felip Neri) y más de 1.500 heridos.
Fueron bombardeos de intencionalidad literalmente terrorista. He tenido en mis manos, en el Archivio Centrale dello Stato de Roma, los originales de dos telegramas personales de Mussolini al alto mando del cuerpo expedicionario italiano. En uno ordena que, para cooperar con la ofensiva de Aragón, se emprendan ataques aéreos para terrorizare le retrovie (“aterrorizar la retaguardia”, sic). En el otro dispone que se haga algo sonado para distraer la atención pública de los actos que los antifascistas preparan en París para conmemorar el primer aniversario de la batalla de Guadalajara. Ya después de aquella sonada derrota había escrito Mussolini en Il Popolo d’Italia: “Los muertos de Guadalajara serán vengados”.
La reacción internacional fue severa. El secretario de Estado norteamericano dijo el 21 de marzo, en una declaración oficial: “En esta ocasión, cuando la pérdida de vidas entre la población no combatiente es quizá mayor de lo que jamás lo haya sido en la historia, creo que estoy hablando en nombre de todo el pueblo norteamericano cuando expreso un sentimiento de horror por todo lo que ha sucedido en Barcelona”. El embajador nazi Von Stohrer informaba así desde Salamanca: “He sabido que los efectos de los ataques aéreos efectuados hace unos días sobre Barcelona por bombarderos italianos han sido literalmente terribles. Casi todos los barrios de la ciudad han sufrido. No hay ningún indicio de que se haya querido alcanzar objetivos militares”. Pero la reacción que más dolió a Franco fue la del Vaticano. El Osservatore romano del 24 de marzo deploraba los muertos de los bombardeos de Barcelona, “víctimas inocentes, que la Santa Sede más que nadie deplora”, recordaba las “palabras de moderación y consejos de blandura” que repetidamente había dirigido a los responsables y anunciaba que el Papa, el día 21, había encargado a su representante, monseñor Antoniutti, “un nuevo y urgente paso cerca del Generalísimo Franco”. Más contundente fue la nota del Osservatore del 10 de junio: “Los centros bombardeados no tienen ningún interés militar, ni se hallan en la proximidad de centros militares o de edificios públicos que de cualquier modo sean de interés para ganar la guerra”, y hablaba literalmente de “inútil matanza de la población civil”.
Había discutido mucho sobre estos bombardeos con don Ramón Salas Larrazábal, hombre honrado y concienzudo historiador, pero condicionado por su ideología franquista. Él justificaba aquellos bombardeos alegando que toda Barcelona era un inmenso polvorín. En vano le aducía yo la condena del Vaticano y hasta de los alemanes. Finalmente, un día le dije: “Es inútil que sigamos discutiendo, porque nunca nos entenderemos, pues usted veía aquellos bombardeos desde arriba y yo los veía desde abajo”.
Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.
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