Hasta qué punto es seguro hacerte tus propias cremas con tutoriales de YouTube
Hacerte tus propios tónicos y serums se relaciona con un modo de vida más natural pero, ¿qué hay de cierto?
Hasta las vitaminas han encontrado una versión casera. Toma nota: 42 gramos de hidrolato de lavanda, 34,5 de aceite de camelina, 6 de emulsionante proteína, 0,5 de goma xantana, 3 de glicerina líquida, otros 3 de óxido de zinc, 10 de complejo multivitamínico y 0,8 mililitros de conservante sharomix. Son los ingredientes necesarios para seguir en casa una receta de cinco pasos con la que se elabora una crema multivitamínica. Todos ellos se encuentran en tiendas online y una vez comprados solo queda montarse un laboratorio casero de cosmética. Hacer la pasta de dientes en la cocina de casa parece estar cada vez más de moda.
Es la nueva tendencia hacia un estilo de vida más sostenible, otra forma de apostar por los productos naturales y reducir la huella que dejamos en el planeta. Sobre lo primero, una aclaratoria: por mucho que cueste creerlo, natural no es sinónimo de bueno para el medio ambiente. Para obtener ínfimas cantidades de algunos de los ingredientes que se esconden bajo las etiquetas “eco”, a veces es necesario explotar decenas de hectáreas en las cuales se gasta agua y se daña el terreno. Mucho menos sostenible que muchos de los productos sintéticos creados en un laboratorio. Sin embargo, ante la creciente demanda, también aumenta la oferta.
“Existen cada vez más marcas, páginas web y blogs donde es posible comprar los ingredientes al peso para fabricar los productos cosméticos en casa. Además, cuentan con tutoriales y recetas para hacerlos”, asegura Ana Molina, dermatóloga de la Fundación Jiménez Díaz, profesora de Dermatología de la Universidad Autónoma de Madrid y divulgadora científica. Igual que ocurre con las etiquetas de los productos “naturales”, algunas de estas empresas, dice esta experta, “crean alarma social aprovechando giros del lenguaje” e insinuando que determinados productos que se comercializan no son seguros. “Es cierto que hay ingredientes como los sulfatos o parebenos que pueden generar irritación o alergia en algunos pacientes, pero es un porcentaje muy pequeño de la población. Y esto puede ocurrir con cualquier ingrediente, incluso los que se usan en la denominada cosmética natural”, añade la dermatóloga.
De hecho, tanto en la Unión Europea como en España existen leyes que velan porque las cremas, tónicos, serums y demás potingues que nos echamos no supongan un riesgo. “Los productos cosméticos que se comercialicen serán seguros para la salud humana cuando se utilicen en las condiciones normales o razonablemente previsibles de uso”, reza el reglamento de la UE sobre los productos cosméticos, y añade que “cuando el producto cosmético presente un riesgo para la salud humana, las personas responsables informarán inmediatamente de ello a las autoridades nacionales competentes”. Para los amantes de los animales, aclaramos que este tipo de artículos tampoco suponen un riesgo para ellos: desde 2013 está prohibida la experimentación animal en productos de belleza en la Unión.
También los ingredientes que se venden al peso deben cumplir estas reglas. “Los activos que vendemos en nuestra tienda provienen siempre de empresas ubicadas en España o Europa, que cuentan con certificación Good Manufacturing Practice (GMP)”, explica David González, director técnico de Mi Cosmética Casera, una de las páginas que vende ingredientes para hacer productos caseros. Esta certificación de la que habla es una de las exigencias que marca la ley europea para la comercialización de cosméticos. En palabras de González, “el producto está regulado y es apto para el uso final del consumidor”. El problema de Internet es que, por mucha regulación que haya, es imposible ponerle puertas al campo y acaba siendo un coladero. Es fácil encontrar productos con packaging bonito, una buena publicidad en redes sociales y que no sirvan para nada (o, peor, hagan daño). He visto cómo se vende lo que podría ser curry como Coenzima Q10″, revela González.
De ahí, la importancia de buscar los sellos de calidad. La garantía GMP puede ser la diferencia entre comprar un compuesto activo apto para untárselo en la cara y otro que puede destrozarnos la piel. Y es sencillo caer en el error porque es posible encontrar un ingrediente con el mismo nombre y funciones (y precios) muy distintas: “Por ejemplo, del dióxido de titanio existen más de 10 tipos que van desde blanqueador hasta material para fabricación de pinturas”, aclara González. Los baratos y sin garantía GMP posiblemente sirvan para lo segundo. “Contienen metales pesados como arsénico o plomo, ponérselo a un jabón sería hacerlo más tóxico que Chernóbil. Si por el contrario usas un dióxido de titanio de grado técnico o alimentario obtendrás un cosmético seguro”, añade.
Una vez montado el laboratorio en casa, la cosa no se pone más sencilla. Puede que nos veamos tentados a echar un poco más de ese ingrediente que nos va a devolver la juventud a la cara, pero “una mayor concentración no equivale a mayor eficacia. Lo que determina la efectividad de un producto es la fórmula final. Por ejemplo, un activo puede estar presente en altas concentraciones, pero si tiene baja capacidad de penetración en la piel su eficacia puede ser similar a un cosmético con menos concentración de activo pero con una fórmula optimizada para maximizar el efecto”, explica la dermatóloga. No solo no es más efectivo echar de más, sino que puede ser perjudicial: si la concentración del ingrediente es muy alta, “en ocasiones produce efectos secundarios que pueden ir desde irritación hasta algún brote de una patología dermatológica”, asegura Arturo Álvarez-Bautista, formulador y doctor en Nanomedicina.
Otro problema es el de la higiene, explican los expertos. Hay que ser muy cuidadosos de usar recipientes limpios y no tocar nada con las manos sucias. También lo es la fecha de caducidad, que depende de lo frescos que estén los ingredientes y el método de preparación (“si al batir dejas muchas burbujas de oxígeno hay más papeletas de que sea poco duradero”, dice González). Y, por supuesto, es mucho menor que la de un artículo comprado, ya que no tiene esos endemoniados conservantes, que —entre otras cosas— ayudan a prevenir la colonización por microorganismos en una crema y que puedan causar infecciones en la piel (y, por cierto, no son tóxicos, según Álvarez-Bautista). Además, dice la dermatóloga que “detrás de cada producto existe una investigación, pruebas de uso, y un largo etcétera para determinar su eficacia”.
Por si las lista de desventajas de convertir la cocina de casa en una fábrica de cosméticos fuera corta, añadimos una más: esto no es como aquellos juegos de mesa que nos enseñaban química de pequeños. “Jugar a formular puede hacer que nos estalle la olla en la cara”, dice Álvarez-Bautista. Y cuando surgen problemas, ¿quién tiene la culpa? La respuesta es el consumidor, según Molina, quien opina que no tiene sentido: cuando compramos el producto ya hecho “hay una respuesta inmediata tanto por parte del farmacéutico como del laboratorio”, añade Álvarez-Bautista.
Para protegernos de todos estos inconvenientes, la legislación española es aún más estricta que la europea en lo que se refiere a la venta de ingredientes y, en opinión de González, es esto lo que hace que España esté a la cola en esta tendencia. Según datos de la Asociación de Perfumería y Cosmética STANPA y de la Agencia de Inteligencia de Mercado Mintel, el 59% de los consumidores piensa que los productos naturales no siempre funcionan mejor y el 66% cree que no tienen por qué ser más éticos. De hecho, aunque desde el 2015 el 30% de los lanzamientos de esta industria se apunta a lo natural, el peso de esta cosmética es un 10% inferior a la de otros países como Francia, Alemania o Reino Unido.
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