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Hay Bizet más allá de ‘Carmen’

En el 150º aniversario de su muerte, se edita una selección del repertorio del compositor francés, en gran medida eclipsado por su ópera más conocida, estrenada solo tres meses antes de su fallecimiento

Georges Bizet pertenece a esa estirpe de compositores geniales fallecidos prematuramente apenas traspasada o mediada la treintena: en ese triste panteón de esperanzas frustradas y obras maestras nonatas, se sienta al lado de Louis Couperin, Henry Purcell, Wolfgang Amadeus Mozart, Franz Schubert, Vincenzo Bellini, Felix Mendelssohn o George Gershwin. Pero la reputación póstuma de todos ellos no descansa casi en exclusiva sobre una sola obra, como sí sucede en gran medida con el músico francés.

Al igual que viene haciendo desde hace décadas (aunque, paradójicamente, el día de su estreno en París en 1875 cosechó un rotundo fracaso), su ópera Carmen está atrayendo desde su estreno el pasado día 10 de diciembre en el Teatro Real, donde seguirá en cartel hasta el 4 de enero, a multitudes deseosas de revivir la trágica historia de su protagonista, “un alma tan apasionada y tan encantadora”, como la calificó Friedrich Nietzsche en una postal a su amigo el compositor Heinrich Köselitz, el 5 de diciembre de 1881: “Para mí, esta obra es merecedora de un viaje a España: ¡una obra sumamente mediterránea!”. Y tres días más tarde, también a Köselitz: “Estoy cerca de pensar que Carmen es la mejor ópera que existe y que, mientras vivamos, formará parte de todos los repertorios de Europa”. Un año después, en una carta a otro amigo muy cercano, Franz Oberbeck, Nietzsche vuelve a referirse, tras haberse autoengañado por “el incurable romanticismo de Wagner”, al nuevo dios de su panteón personal: “Bizet fue un gran placer, desearía tener a mi alrededor algo de bizetismo en todas sus formas. Tengo necesidad del idilio: por el bien de mi salud”.

Un infarto puso fin bruscamente a su vida el 3 de junio de 1875 en Bougival, tres días antes del nacimiento en Lübeck de Thomas Mann, cuyo Hans Castorp tiene también a Carmen por una de sus obras predilectas en el famoso capítulo del gramófono de La montaña mágica. Al calor del 150º aniversario de su muerte, Erato ha publicado un álbum con 16 CD que constituye una invitación a adentrarse en otras obras mucho menos frecuentadas, desde óperas (Los pescadores de perlas, la cuasidestruida Iván IV, La alegre muchacha de Perth), piezas orquestales (la Sinfonía en do mayor, la Obertura en la, la Marcha fúnebre), música incidental (La arlesiana, donde la inspiración no decae un solo instante), piezas para piano a cuatro manos (esa joya delicada con ecos schumannianos que son los Juegos de niños), canciones con piano, la cantata Clovis et Clotilde (con la que consiguió el Prix de Rome, tan ansiado por los jóvenes creadores franceses), arreglos instrumentales de obras vocales (como las Fantasías sobre Carmen de Sarasate y Franz Waxman) e incluso grabaciones históricas en las que asoman grandes nombres como los de ­John Barbirolli, Leon Goossens, Constant Lambert, Walter Goehr, Suzanne Brohly, Georges Thill y Beniamino Gigli, estos dos últimos en la famosa Romanza de la flor de Don José: “Hans Castorp ponía ese disco por separado, fuera de su contexto, y siempre lo escuchaba con profunda atención. El texto de aquella aria en sí no valía gran cosa, pero la expresión de súplica que recreaba la música era absolutamente conmovedora”, escribe sobre ella Thomas Mann.

Hijo de músicos, el niño Bizet ya causó asombro gracias a su oído portentoso (no sólo absoluto) y a su facilidad para tocar al piano cualquier partitura orquestal a primera vista, una habilidad que hizo que Hector Berlioz lo comparara nada menos que con Liszt y Mendelssohn. Pero también como creador ofreció muestras muy tempranas de su talento, la más conocida quizá su Sinfonía en do mayor, una obra creada en su adolescencia que da fe de otra de sus principales señas de identidad: una facilidad casi milagrosa para inventar melodías inmediatamente memorables, como la confiada al oboe en el movimiento lento. Siguiendo una práctica que se convertiría en moneda corriente de resultas de tantos reveses y tanta incomprensión de su talento, la reutilizaría más tarde en la introducción instrumental de la serenata de Nadir en Los pescadores de perlas.

Al final de su vida logró equipararse a los popes de su tiempo, de Berlioz a Gounod, y luego los eclipsó a todos póstumamente

Bizet se dio cuenta enseguida de que en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX había que componer óperas para hacerse un nombre, casi siempre a partir de libretos pobres y esclerotizados y, con frecuencia, con ambientaciones exóticas de cartón piedra. Y no fue hasta el final mismo de su vida cuando logró no sólo equipararse a los sucesivos popes con los que había tenido que competir, de Berlioz a Gounod, de Offenbach a Fromental Halévy (uno de sus profesores, con cuya hija contraería matrimonio tras no pocos obstáculos), de Saint-Saëns a Ambroise Thomas, sino que acabaría por eclipsar a todos, si bien póstumamente, gracias al éxito estrepitoso —aunque ya póstumo— de Carmen.

No puede extrañar que Erato haya decidido incluir en esta Edición Georges Bizet dos versiones completas de esta opéra-comique: la justamente legendaria protagonizada por Maria Callas y Nicolai Gedda bajo la dirección de Georges Prêtre (1964) y la mucho menos visceral que dirigió casi medio siglo después Simon Rattle con su esposa, Magdalena Kožená, y Jonas Kaufmann en los papeles de la gitana rebelde y el soldado asesino, una figura que retomaría medio siglo después Alban Berg —esta vez sin exotismos y con ribetes filosóficos— en su Wozzeck.

Pero, por grandes y perdurables que sean las virtudes de Carmen, y tantas y tan diversas las maneras de abordarla escénicamente (el anterior montaje visto en el Teatro Real en 2017, firmado por Calixto Bieito, o el disparatado estrenado por Dmitri Tcherniakov en Aix-en-Provence ese mismo año, no tienen nada que ver con el actual de Damiano Michieletto), no es justo ni recomendable renunciar a otros frutos del genio de Bizet. Su talento se comprende mucho mejor cuando se contextualiza su propia evolución estilística y se constata que su obra maestra no debería haberse convertido nunca en una meta, un punto final, sino que tendría que haber sido más bien un alfa. Es decir, el principio de una larga serie de partituras geniales que hubieran tenido muchos menos obstáculos para ver la luz que los que hubo de padecer Carmen, que obligaron absurdamente a su autor a introducir un sinfín de modificaciones y cortes de última hora. Rodeémonos, pues, al calor de estos discos, tal como deseó Nietzsche para sí mismo, de “algo de bizetismo en todas sus formas”. Es un reconstituyente para la salud.

VV. AA. 

Georges Bizet Edition 
Erato

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.
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